Cebaditas al marrasquino
Ser espectador en la preciosa plaza de Zaragoza es como sentirse dentro de una tarta de crema cuando, como es el caso de ayer, se despliega la casi totalidad del techo para buscar el abrigo del Moncayo. En cuanto al ganado, hubo confitería para todos los gustos: el primero era melocotón de pelo, y también de comportamiento, casi en almíbar, al que Domingo López Chaves saboreó sólo a medias por el pitón derecho. Tan sólo tenía que ponerle la muleta y el toro embestía almibaradamente. Pero no está muy hecho Domingo a la dulzura, y lo dejó ir sin saborearlo del todo. El cuarto, sin embargo, era para salir corriendo. Una auténtica guindita al marrasquino que miraba sin parar y a lo que el charro no ha hecho ascos en otras ocasiones, bien al contrario, lo que no fue el caso de ayer.
Cebada / Chaves, Valverde, Serranito.
Toros de Cebada Gago, manejables y bravos los tres primeros; con sentido y peligrosos, los restantes. Domingo López Chaves: media tendida y descabello (silencio); dos pinchazos y dos decabellos (silencio). Javier Valverde: pinchazo hondo y descabello (aplausos); tres pinchazos y estocada (vuelta). Serranito: estocada tendida (aviso y oreja); tres pinchazos y estocada (saludos desde el tercio). Plaza de Zaragoza, 4ª de feria. Dos tercios de entrada.
La primera entradita de Valverde también era golosa, y tampoco está hecho al marron glacé, así que lo aprovechó en su estilo, cuando la embestida del toro pedía más finura en el trato. El quinto ya fue de palabras mayores, un melocotón, pero encurtido en vinagre, marca de la casa Cebada. Comenzó a colársele por ambos pitones, pero avisó lo suficiente como para que tomara unas medidas que no adoptó. Así le vino un fuerte revolcón que le causó una fuerte conmoción, tras la que se vino arriba encorajinado para sacarle estimables pases por alto.
Serranito, en su tierra, no tuvo que apretar mucho el acelerador para llevarse una generosa oreja en su primero: bastaron unos vibrantes pases cambiados y algún que otro meritorio por ambos pitones. En el último, un toro cuya estampa hubiera pintado con gusto Goya, se ganó el jornal; afortunadamente, el cebadita le ensartó tan sólo por la pala del pitón a la hora de matar y vive para contarlo.
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