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Columna
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25 de octubre

No han explicado la elección del 25 de octubre (de 2008) como fecha para la consulta que destrozará a la sociedad vasca para una generación, por lo que se ha impuesto la idea de que distinguen tal día por ser el aniversario del Estatuto de Autonomía. No es así. Con seguridad, teniendo en cuenta la mentalidad nacionalista. Y resulta imprescindible comprender por qué esa fecha para entender el enorme calado del propósito del lehendakari, incluso su lógica interna. Sería incongruente que la razón fuese el aniversario estatutario, que para el nacionalismo no es nada a celebrar. Implicaría que su única intención consiste en resolver, por elevación, los problemas de nuestra generación, los que en tal supuesto se derivarían del Estatuto, y que el referéndum/consulta tendría alguna explicación (perversa si se quiere) en las coordenadas habituales que rigen la política, que suele hacer frente a asuntos que preocupan a la ciudadanía.

La elección no es por Estatutos ni zarandajas de esas, sino por la Ley de 25 de octubre de 1839
Es lo nunca visto: sabemos, más de un año antes, la gran fecha histórica de nuestra vida

Sería demasiado sencillo para el sofisticado arte de hacer la política vasca. El motivo de la elección es de mayor enjundia y nos sitúa ante el universo mental en el que se mueve el nacionalismo soberanista, cuyo mundo no es de este mundo. Está en otra esfera, en la trascendencia ahistórica. Se siente en un ciclo temporal de gran alcance, en el que las acciones políticas no hacen frente a realidades cotidianas, sino que buscan solventar cuestiones seculares, de siglos, no de décadas. Recuérdense las palabras del lehendakari, reiteradas estos años, cuando asegura que tal es la función -"la suerte"- de nuestra generación, resolver de un plumazo problemas de siglos y dejárselo todo limpio de polvo y paja a los vascos (y vascas) venideros.

La elección de la fecha era inevitable: 25 de octubre. No por Estatutos ni zarandajas de ésas, ni porque sean los Santos Macabeos, sino por la Ley de 25 de octubre de 1839. Ya ha llovido y parece lejos, pero para el nacionalismo no hay en esto distancias cronológicas y siente que se mueve en el ciclo que quedó abierto por tal acontecimiento, en el mismo tempus. Fue la primera ley liberal que afectaba a la foralidad -la confirmaba- e intentaba acomodarla a una Constitución: "Se confirman los fueros (...) sin perjuicio de la unidad constitucional de la monarquía". Cuando Sabino Arana se metió a historiador llegó a la conclusión -arbitraria- de que tal día se abolieron los fueros. En su peculiar concepto fue cuando se perdió "la soberanía originaria". Y así ha quedado en la mitología y la ideología del PNV. Por eso los 25 de octubre suelen ser recordados por el nacionalismo. Es el día sacrosanto. Por eso, en tal fecha el lehendakari presentó en el Parlamento el plan Ibarretxe. Rara es la evocación histórica nacionalista que no mencione el 25 de octubre. Para lamentar lo de 1839. Es la tortilla de la que quiere dar la vuelta otro 25 de octubre, el de 2008.

La elección de la fecha nos sitúa ante la trascendencia que quiere dar el soberanismo a su consulta. Busca afrontar lo que entiende es un problema de siglos, no bagatelas estatutarias. Lo de menos es que sea sábado, cuestión menor aunque se haga raro. Lo importante es que sea 25 de octubre, la fecha sagrada, lo que en la mentalidad nacionalista da su profundidad a la convocatoria.

Tiene importancia esta secuencia intelectual, porque indica una disociación que resulta clave para entender lo que está pasando. La iniciativa del lehendakari, la misma fecha, señala que el soberanismo vive en una dimensión histórico-política distinta a la del común. Dicho de otra forma, en el País Vasco de hoy conviven -coexisten- dos planos diferentes. El de la realidad imaginaria, que se mueve en la trascendencia metahistórica, en la que hitos y fechas tienen un significado privativo, no directamente aprehensible por quienes no son nacionalistas, por lo común más vulgares; y el de las realidades contingentes, las que vivimos quienes no estamos imbuidos por tal mística. Se interfieren los dos planos, pero tal circunstancia resulta secundaria desde el punto de vista tripartito, que se siente Autor de la Historia (con mayúsculas) y le resulta insólito que su misión se vea entorpecida por pequeñeces, por un quítame allá esas pajas. Seguramente eso explica la precisión del lehendakari de que no hay que mezclar el atún con el betún: que los problemas concretos -aprobar presupuestos, fusionar cajas de ahorro, gestionar la cosa pública y esas menudencias- deben seguir su camino, sin mezclarse con lo que de verdad importa, la misión histórica de solventar presuntos problemas de 169 años. El camino de salvación no debe tropezar con obstáculos que dependen de las cotidianidades. Es como cuando Moisés baja del Sinaí las Tablas de la Ley y se encuentra a la cuadrilla adorando al becerro de oro. Piensa que no saben estar. Todo depende de una ficción ilusoria, la de que resulta posible hacer la Historia prescindiendo de quienes tienen que vivirla, que no siempre están a la altura.

Hemos entrado así en la fase onírica de la historia vasca. Sabemos más de un año antes la gran fecha histórica de nuestra vida. Dentro de unas semanas podremos celebrar el primer preaniversario -el año menos uno- de nuestra conquista de la soberanía. Es lo nunca visto. Vamos a una fecha revolucionaria con insólita antelación, como si en la primavera de 1788 los prerrevolucionarios hubieran avisado que el 14 de julio de 1789 tomarían la Bastilla. El procedimiento sólo se puede explicar si se habita la metahistoria, en la que se mezclan pasado, presente y futuro. Y así nos pasaremos ¡más de un año! especulando sobre el 25 de octubre de 2008, fecha histórica desde trece meses antes. Es increíble pero era inevitable: aquí no gusta vivir vidas, sino vivir biografías. El vasco común se ha convertido en figura de cartón piedra y hace de extra en la película. ¿Que en cuál?: en El lehendakari siempre llama dos veces.

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