Cinco puentes de papel
Desde el siglo XV, con la primera anexión de literaturas extranjeras, la traducción de grandes obras literarias al catalán ha conocido varios periodos excelsos.
Cataluña ha conocido cinco momentos -que en puridad pueden ser llamados estelares- en los que la traducción de literatura extranjera a su lengua propia ha alcanzado niveles de enorme significación, de indiscutible calidad y de rendimiento enormemente productivo.
1.
Para los modernistas la inteligencia venía de las letras "del Norte"
El primero de ellos es la Edad Media, por no decir básicamente el siglo XV, durante el cual, gracias a la solidez de la corona catalanoaragonesa, merced a los contactos comerciales de ésta con casi todas las zonas del Mediterráneo (Italia en especial) y gracias al movimiento protohumanístico, emergente en la corona, se produce la primera "anexión" de literaturas extranjeras a los diversos dominios lingüísticos del catalán. En este periodo se produjo la traducción de La Divina Comedia en verso catalán, a cargo de Andreu Febrer, así como la primera traducción, en 1429, de El Decamerón, de Boccaccio, considerada anónima hasta hoy (reedición en Editorial AHR, 1964).
2.
El segundo es muy posterior, y va parejas con la situación ya débil, ya precaria, de la lengua catalana en el Reino de Aragón a consecuencia de la hoy todavía incómoda alianza entre los reinos castellanos y catalanoaragoneses a partir de la boda entre Fernando e Isabel, más católicos que ecuménicos. Se trata del momento "modernista" (a no confundir con lo que en lengua inglesa se denomina Modernism, que equivaldría a "modernidad"), es decir, los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX. Todavía con una ortografía vacilante, por no decir disparatada, los hombres de letras vinculados al movimiento y a la revista L'Avenç, por poner un ejemplo señero, promovieron muy diversas iniciativas -siempre a la sombra del renacimiento catalanista ochocentista, o Renaixença-, entre ellas, una colección notabilísima de traducciones de literatura europea al catalán: en especial de las letras "del Norte", de donde los modernistas catalanes opinaron siempre que "nos venía la luz", es decir, la inteligencia: al fin y al cabo Cataluña era entonces austriacista, más que francófila o aliadófila, a consecuencia del conflicto que venimos en llamar la guerra de Sucesión, que significó la entrada de la francesa Casa de Borbón en España. En sus diversas colecciones de traductores se encuentran obras de autores tan significativos como Chateaubriand, Dante, Goethe, Gorki, Ibsen, Molière, Novalis, Ruskin, Shakespeare o Turguénev.
3.
El tercer momento, mucho más productivo y de mayor solidez por lo que se refiere a la cualidad lingüística de las traducciones, es consecuencia del fabuloso, siempre añorado, movimiento llamado Noucentisme, que desde el punto de vista periodístico-propagandístico encabezaron las Glosas catalanas de Eugeni d'Ors, y desde el punto de vista literario coronó la inmensa figura de Josep Carner. A esta época corresponden dos colecciones tan notables como la Biblioteca Literària, de Editorial Catalana -cuyo catálogo comprende ya magníficas traducciones de Virgilio, Dickens, Twain, Andersen, Poe, Shakespeare, Elliot, Homero, Kipling, Poe, Sófocles, Lafontaine, Kleist, Walter Scott o Pushkin-, y Navego a Tot Vent, de Edicions Proa -con una nómina de traductores y de autores traducidos sencillamente apabullante, e hitos tan brillantes como la traducción de David Copperfield, a cargo del citado Carner-. También corresponden a este momento las tres más grandes iniciativas patrocinadas por la irrepetida figura de Francesc Cambó: la colección de clásicos griegos, latinos y paleocristianos en la colección Bernat Metge -nombre del gran humanista catalán de los siglos XIV y XV-, la traducción completa de la Biblia y la edición de la primera gran traducción en un catalán "puesto al día" de La Divina Comedia, a cargo de Josep Maria de Sagarra.
4.
La Guerra Civil truncó esta Turm und Drang de la literatura catalana de 1906 a 1939, pero en un cuarto momento -ya de resistencia que obligó a unas notables tenacidad y esperanza cristianomarxistas-, a partir de la creación de Edicions 62 y del grupo editorial Enciclopèdia Catalana, se restauró, con mucha dignidad, la atención a las letras europeas (en todos los géneros imaginables: de la física atómica a la poesía, pasando por el ensayo y la novela) y una atmósfera relativamente proclive al resurgimiento de la producción literaria propiamente autóctona. Los catálogos de estas colecciones se encuentran al alcance de todos los lectores, y no es necesario dar mayor noticia de su rendimiento. Sólo cabe decir que, entre las décadas de 1970 y 1980 parecía que la lección tan civilizada cuanto urbanizada de los precursores noucentistes iba a sentar las bases de una actualización cosmopolita, abierta y oxigenada de la producción literaria catalana y sus contactos con las literaturas extranjeras.
5.
Pero eso no sucedió plenamente. El énfasis de los gobiernos de Jordi Pujol en la llamada "identidad catalana" -y otras ilusiones neorrománticas del mismo tenor- hizo que buena parte de ese resorgimento o nueva Renaixença de las letras catalanas después de 1939 se diluyera en favor de la edición de textos autóctonos, a medida mediocres pero siempre alabados en función de su sustrato lingüístico; de modo que, actualmente todavía, la mayoría de los grandes referentes literarios de los últimos 40 o 50 años son valores que sobrevivieron miméticamente al periodo noucentista, como Carles Riba, Espriu, Joan Oliver, Llorenç Villalonga, Marià Manent, Vinyoli o el propio Joan Brossa. En esta quinta etapa tomaron mucho más empuje las publicaciones originales en catalán que las grandes traducciones: aunque éstas no hayan desaparecido, ni mucho menos, gracias a algunos grandes traductores, muchos de ellos vivos todavía: Marian Villangómez Llobet, Manuel de Pedrolo, Jordi Arbonès, Maria Aurèlia Capmany, Joan Ferraté, Bonaventura Vallespinosa, Gabriel Ferrater, Salvador Oliva (Shakespeare), Joaquim Mallafrè (Joyce, Sterne), Joan Solé (Poe), Manuel Carbonell (Hölderlin, Nietzsche), Joan Sallent, Anna Casassas, Ramon Montón, Vicent Alonso (Montaigne), el catalanizado George Littlewoolf, y muchos más. Pero una humareda se expande por el ambiente de las letras en el momento presente: nada diré de lo que se escribe en catalán, pero sí observaré que muchos de los grupos editoriales que se dedicaban a verter al catalán a los clásicos antiguos, modernos o contemporáneos, empiezan a desertar y a limitarse a encargar sólo traducciones de best sellers o de "novedades" extranjeras, en detrimento de la literatura de solvencia. Resisten editoriales como Edicions de 1984 y Quaderns Crema, y un nutrido grupo de pequeñas editoriales diseminadas por Cataluña, que hacen lo que buenamente pueden: su empresa, sin duda, parece hoy un resto desangelado de lo que fueron mejores momentos de contacto con la literatura universal. El problema no reside en la capacidad o la buena fe de editores y traductores, sino en el claro desinterés de los lectores catalanes por la literatura clásica extranjera; algo que quizás se explique por la desaparición de la literatura extranjera en la enseñanza secundaria.
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