_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Cultura y economía

Considerar la Cidade da Cultura como un inexorable dislate ruinoso se asienta sobre prejuicios: la cultura, o es un gasto improductivo o un lujo de ricos. Tales ideas se fundan en raíces profundas, nacidas de la relación de la cultura con el dinero: ¡Las cosas bellas suelen costar mucho! Gran parte de los bienes culturales que atesoramos han inmovilizado recursos de la economía productiva en objetos (monumentos, cuadros, textos, músicas), cuya legitimación y sentido no eran económicos: glorificar a Dios, expresar poder, conjurar amenazas... Otra parte del patrimonio cultural fue creado para satisfacer necesidades de entretenimiento y lujo de las clases acomodadas, y de ahí la relación entre la belleza y la idea de lo superfluo: la cultura sería a la economía lo que el despilfarro a la necesidad.

Tanto una idea como otra se proyectan actualmente sobre el gasto presupuestario: como ya no nos justifica ninguna ansia espiritual, que los poderes públicos creen infraestructuras o atiendan a necesidades culturales es incomprensible si cuesta mucho, ya que impide otros gastos que se consideran más necesarios: sanidad, carreteras, educación...

Sin embargo, el desarrollo experimentado en el siglo XX ha hecho del ocio y de la movilidad de las personas una base fundamental de la continuidad del crecimiento. La cosa es sencilla: en 1915 había en el mundo 1.800 millones de personas, y en 2006, 6.500 millones. El sistema productivo podría satisfacer sin dificultad las necesidades básicas de esa población si existiese un orden social justo. Por eso, el desarrollo económico preciso para que la cadena del crecimiento no se detenga ha de basarse en otras premisas: hacer efímeros los productos que consumimos (por su baja durabilidad o por la obsolescencia de la moda), e incorporar al modelo económico la satisfacción de nuevas necesidades, reales o no. Además de la búsqueda de formas más racionales para el aprovechamiento de los recursos, las más obvias son la mejora, para un cada vez mayor número de personas, de las condiciones generales de vida: salud, educación, vivienda, infraestructuras. Pero, también, de las alternativas de ocio (viajar, comunicarse, entretenerse, conocer), y para eso la cultura es esencial.

Para aprovechar las oportunidades de desarrollo local que proporciona la dinámica económica global, el campo del entretenimiento es especialmente útil porque, si se acierta, la localización de los resultados no se ve amenazada.

Por eso, los poderes públicos llevan décadas promoviendo iniciativas de dinamización territorial a través de proyectos culturales. Estos se financian, en muchos casos, por vías presupuestarias, pero su finalidad principal es generar economía productiva privada. Diríamos que se trata de estrategias público-privadas en las que los recursos del presupuesto desarrollan cultura y marca para captar públicos de perfil adecuado, favoreciendo así la creación de actividad económica cuyo dinamismo genera los retornos de la inversión pública. Por eso, la concurrencia entre tales iniciativas y las otras necesidades a atender con los presupuestos no se puede dilucidar de forma directa, sino a través de una valoración integral de su rentabilidad social: calidad del proyecto, impacto sobre el crecimiento y saldo de recursos que retornan al sector público.

Ese contexto es en el que la CdC merece ser analizada y enjuiciada. Para ello, un modelo con el que simular su potencial impacto económico sería muy útil. En Galicia (que yo sepa) aún no disponemos de él a pesar de haber protagonizado eventos que ya habrían merecido análisis semejantes: los tan denostados Xacobeos han dado lugar a incrementos del PIB de casi un 1% (unos 500 millones de euros en valores de 2007), con un gasto público directo (en promoción, infraestructuras y actividad cultural) que no llega al 20% de esa cifra. Si la CdC consolidara, pongamos por caso, un tercio de ese balance, sería un gran éxito.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Para ello, sería indispensable un proyecto económico-cultural a la altura del arquitectónico y de la ciudad en que se enclava. Si no enredáramos, quizá fuese posible conseguirlo pronto.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_