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Columna
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Fuego sobre la Corona

Josep Ramoneda

La quema de unas fotos de la familia real en Girona ha generado mucho ruido. Demasiado. Para jóvenes con dudas existenciales, propias de la época de formación de la personalidad, debe ser muy gratificante una gamberrada que te lleva a la portada de los telediarios y de los periódicos. Y todo ello sin apenas riesgo alguno porque todo el mundo sabe que ninguno de estos jóvenes acabará en la cárcel. Vivimos en democracia. Nadie, ni Dios ni el Rey, están a salvo de la crítica. Y los que queman una foto "pierden mucha razón", como dice el presidente Zapatero, pero sólo cometen un delito de opinión. Y los delitos de opinión no deben existir en democracia. Pero hay muchos sectores interesados en que el ruido continúe. La prensa españolista ve en ello una oportunidad de seguir acusando al Gobierno de liquidar España. Y desde el independentismo republicano cuesta darse cuenta de que estos aquelarres dicen mucho sobre su impotencia para cambiar realmente las cosas. Sorprende, eso sí, la diligencia de la Fiscalía del Estado en un tema que no se sostiene con el sentido común de un sistema penal democrático. Y sorprenden también las señales subterráneas de preocupación que se emiten desde palacio. Debería sentirse muy débil la Monarquía si pensara que estos números callejeros pueden hacerle un solo rasguño. Y, sobre todo, sería un síntoma de desconocimiento de dónde se sitúa el verdadero peligro para la Corona. Hay un sector de la derecha con capacidad de hacer daño que está de uñas con el Rey. Ciertamente este sector tiene una parte folclórica: los antiguos cortesanos frustrados por la desaparición de la Corte y algunos profesionales de la prensa rosa más o menos despechados y con ganas de dar gasolina al negocio de la telebasura. Pero todo esto es anecdótico. Como también lo sería un sector del periodismo conservador, a la búsqueda siempre de una revolución pendiente que nos devuelva el orden eterno de la derecha, si no fuera que responde a una idea de fondo compartida por algunas familias del PP.

Aznar fue el primer presidente que dio muestras de incomodidad y desdén con la Corona. Y las señales que durante su mandato emitió han fertilizado en algunas mentes del partido conservador y su entorno. El malestar de Aznar tiene su origen concreto en la formación de su primer Gobierno. En aquel entonces, recibió enormes presiones de la Zarzuela y de algunos poderes fácticos para que nombrara ministro de Defensa a Eduardo Serra, que había sido número dos de este ministerio con Felipe González. Aparecieron entonces varios argumentos: desde la necesidad de que alguna zona protegida del Estado no pasase por demasiadas manos, hasta la condición de jefe de las Fuerzas Armadas del Monarca. Y es lógico que a Aznar no le gustara nada tener que aceptar este trágala, que podía dar a entender una sumisión inaceptable de la Presidencia del Gobierno a la Corona.

Esta anécdota alimentó el malestar de fondo de la derecha con la Corona. El Rey, a medida que iba avanzando la Transición, se había ido desmarcando del papel que la derecha tenía pensado para él. Quería un Rey de su lado y se encontró con un Rey tratando de jugar un papel neutral y con muy buen entendimiento con los líderes socialistas. Esta es la queja de la derecha que aflora cíclicamente. Y este sí es un peligro para la Monarquía mucho mayor que las fogatas de Girona. La derecha piensa que el Rey es una especie de colchón del sistema que favorece a sus adversarios en la medida en que hace de airbag cuando la batalla se endurece. La derecha cree que a ella le beneficia una política agresiva de pelea frontal y permanente con la izquierda y que la elección de presidente de la República facilitaría esta estrategia. No hay mucho más que eso, pero hay runrún. Un runrún que choca con el silencio de la izquierda socialista, republicana por ideología, que ha optado por el principio realista de no complicar las cosas con un conflicto innecesario. El día que la Corona deje de ser útil a los ojos de los ciudadanos, lo demás se dará por añadidura.

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