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EE UU e Israel compartieron información secreta sobre la actividad nuclear en Siria

Los datos llevaron, según 'The Washington Post', al ataque aéreo israelí del 6 de septiembre

Antonio Caño

El Gobierno norteamericano fue informado con anterioridad del misterioso bombardeo israelí sobre Siria el 6 de septiembre y compartió con las autoridades de Jerusalén información secreta que parecía confirmar la existencia de algún tipo de instalación nuclear en territorio sirio bajo asesoramiento de Corea del Norte. Ésta es la versión de ese llamativo episodio, no confirmada oficialmente, que ayer daba el diario The Washington Post citando "fuentes de la Administración de EE UU". El jueves, en una conferencia de prensa, George W. Bush se negó por tres veces a opinar sobre el incidente.

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El periódico afirma que responsables del servicio secreto israelí transmitieron este mismo verano al Gobierno estadounidense pruebas sobre el desarrollo en Siria de algún tipo de capacidad nuclear trasladada a ese país por técnicos de Corea del Norte, un Estado que lleva años investigando en ese campo.

La Administración norteamericana, que estaba en ese momento progresando en sus negociaciones para la desnuclearización de Corea del Norte en el foro conocido como Diálogo a Seis (Junto a Pyongyang y Washington, están los Gobiernos de China, Japón, Rusia y Corea del Sur), se mostró renuente a actuar de inmediato.

Sin embargo, el espionaje norteamericano consiguió posteriormente corroborar, siempre según lo publicado por The Washington Post, la información israelí y puso a disposición del Gobierno de Jerusalén otros datos complementarios, entre ellos alguna información obtenida a través de satélites.

Después de eso, Israel procedió al ataque de forma tan secreta que, según el citado diario, ni los propios pilotos que participaron en el bombardeo conocieron el objetivo hasta después de haber despegado de sus bases.

Nada más se conoce todavía sobre el resultado de ese bombardeo, el nivel de desarrollo nuclear efectuado por Siria o el grado de implicación de Corea del Norte. Ninguno de los Gobiernos involucrados ha reconocido todavía siquiera el episodio que obsesiona a los círculos periodísticos de Washington desde hace semanas.

Ayer mismo, un portavoz de la Casa Blanca, Tony Fratto, como hizo el presidente George Bush el día anterior, volvió a negarse a comentar el bombardeo de Siria. "Creo saber cuándo hay que seguir la orden del jefe", declaró, "y cuando dice 'sin comentarios' quiere decir sin comentarios". El jueves, Bush se negó por tres veces a opinar sobre el episodio y, ante la insistencia de los periodistas, se limitó a decir, de forma genérica, que cualquier actividad de Corea del Norte a favor de la proliferación nuclear "pondría en peligro el éxito de las conversaciones a seis". Pyongyang se ha comprometido en esas conversaciones a suspender toda su actividad nuclear a cambio de beneficios económicos y diplomáticos.

El silencio oficial alimenta las especulaciones, como ocurre con el misterioso cargamento detectado tres días antes del bombardeo israelí en el puerto sirio de Tartus a bordo de un barco norcoreano. Según la información oficial siria, era cemento; según Israel, material nuclear.

Si la versión israelí fuera cierta, tampoco existe información fiable sobre el grado de amenaza que ese material nuclear representaría actualmente. Los expertos no se ponen de acuerdo. Unos creen que ni Siria ni Corea del Norte están en estos momentos interesados en un proyecto que los situaría en el punto de mira de EE UU y de la comunidad internacional. Otros aseguran que Washington debe de tomarse muy en serio la amenaza nuclear que se cierne en Oriente Próximo.

Al margen de esta confusa situación, EE UU, atrapado militarmente en Irak, se enfrenta a un desafío nuclear abiertamente presentado por Irán, seguramente confiado en que Washington no tiene actualmente capacidad de reacción. Irán es aliado de Siria en Irak y en Líbano, y aparece hoy claramente como el gran favorecido por el desequilibrio provocado por la invasión norteamericana de Irak.

Si las sospechas sobre lo ocurrido el 6 septiembre son ciertas, el silencio israelí y norteamericano podría ser prueba, en efecto, de una cierta debilidad. Este silencio contrasta, por ejemplo, con la locuacidad con la que Israel anunció en 1981 la destrucción de un reactor nuclear en Irak o la rotundidad con la que esta misma Administración norteamericana reaccionó en 2002 al descubrirse un programa nuclear secreto en Corea del Norte. En aquella oportunidad, Bush suspendió el acuerdo que el presidente Bill Clinton había firmado años antes con Pyongyang.

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