Los británicos quieren centrarse en Afganistán
La patata caliente de Irak le ha llegado a Gordon Brown a una temperatura bastante manejable. El plan de reducción de tropas que puso en marcha Tony Blair con la intención de que llegara a su momento culminante coincidiendo con el relevo, en junio pasado, se retrasó unos meses y ha tenido su hasta ahora punto álgido con la retirada de las tropas británicas del palacio presidencial de Basora, el pasado 3 de septiembre.
Sólo quedan 5.500 soldados británicos en Irak, todos ellos acantonados en una base junto al aeropuerto de Basora. El agrupamiento reduce el riesgo de muertes, aunque éstas pueden seguir llegando tanto en las labores de patrulla como en despliegues como el de estos días junto a la frontera iraní. Pese a las declaraciones de Brown acerca de los compromisos con el Gobierno iraquí, los británicos dan por descontado que su Ejército se está marchando de Irak y los expertos creen que en la próxima primavera pueden quedar sólo 1.500 soldados.
La retirada no es sólo fruto de la impopularidad de la guerra en el Reino Unido. La presencia en Irak es también impopular en los cuarteles. La hostilidad del Ejército a seguir en Irak es voceada con muy pocos tapujos por altos mandos militares, que creen que tienen ya muy poco que hacer allí y que las tropas son muchísimo más necesarias en el vecino Afganistán.
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