"Vivimos una guerra bajo cuerda"
Treintañeros confundidos en Nueva York, Julius, Danielle y Marina, los tres amigos protagonistas de Los hijos del emperador (RBA), se debaten entre lo que imaginaron que serían sus vidas al dejar la exclusiva Universidad de Brown, hace casi una década, y la realidad. Uno hace tiempo agotó su imagen de niño prodigio de la crítica literaria y sobrevive haciendo trabajos administrativos temporales. Otra, se afana por realizar documentales que ofrezcan un contenido algo más sofisticado que el clásico "riesgos y problemas de la liposucción". La tercera, la glamurosa y bella hija de un tótem del periodismo de izquierdoso, arrastra el fracaso de una relación que la ha llevado de vuelta a la casa familiar y un libro de encargo sobre la sociología oculta en la moda infantil que no sabe si acabará.
"A mucha gente el 11-S le cambió la vida y no sólo de forma trágica, también hubo un baby boom"
Los avatares de este trío en el año en el que cayeron las Torres Gemelas ha llevado a Claire Messud a los primeros puestos de las listas de ventas. Casada con James Wood, uno de los críticos literarios anglosajones más influyentes, sus tres libros anteriores tuvieron escasa repercusión comercial. Estadounidense, hija de una canadiense y un francés de origen argelino, criada entre Australia y Canadá, Messud ha compaginado la escritura con la docencia, el periodismo y la crítica. En su casa de Sommerville a las afueras Boston, los libros conviven con los patinetes de sus hijos. Recién cumplidos los 40, habla con soltura americana y cierta ironía británica. No tiene rubor en confesar que sus cuentos son un fracaso y que la ropa de los niños dice cosas de los padres -"hay gente en la guardería de mis hijos que viste a sus niños con ropa que cuesta una fortuna y eso es una forma de afirmación"-.
PREGUNTA. ¿Qué hacía a los 30? ¿Se sentía fuera de lugar como los personajes de su novela?
RESPUESTA. Vivía en Washington DC y daba clases pero no estaba fija. Intentaba escribir mi segunda novela. Estudié en Yale y luego en Cambridge y la mayoría de mis amigos marcharon a Nueva York, podía imaginarme perfectamente llevando su vida.
P. ¿Nueva York es la ciudad icono de los solteros de 30 años?
R. Visualmente, forma parte de todos, incluso de quienes la abominan. NY ofrece la posibilidad de reinventarse a uno mismo. Hay muchos momentos en los que piensas que cualquier cosa puede ocurrir, hay un sentimiento de que todo es posible.
P. Pero el mundo que describe en Los hijos del emperador no es lo primero que uno se encuentra al bajar del avión.
R. Es verdad. Uno de los personajes llega de fuera, tiene acceso a ese mundo y le repugnan sus valores.
P. Cada capítulo está contado desde una perspectiva distinta. ¿Cuál fue la más complicada?
R. Las de los chicos jóvenes y la de la asistenta, Aurora.
P. Ella es la única inmigrante en una novela situada en una ciudad plagada de extranjeros.
R. Es tan importante lo que escribes como lo que no. Mis personajes son de Ohio, del Medio Oeste, uno de ellos tiene una madre vietnamita, otra es judía, no son WASP. No son gente acaudalada, pero sí están educados. Puede que sea un mundo exclusivo, pero no es un mundo de dinero, se trata de otro tipo de élite, otro tipo de riqueza y exclusividad.
P. El título hace referencia al cuento del traje del emperador.
R. El emperador es la cultura. Aunque la novela está situada en un mundo privilegiado, lo que les pasa a los protagonistas no es muy distinto de lo que les ocurre a muchos jóvenes de otros ambientes que descubren las pequeñas verdades de lo que significa vivir. El derecho adquirido o la titularidad a la que creen tener derecho es un estado mental, endémico a la cultura contemporánea norteamericana. Es eso de no saber qué hacer, de no tener prioridades. Cuando daba clases de alfabetización en Washington, una de mis mejores alumnas tenía 25 años y dos hijos. Vivía en una casa subvencionada que tuvo que dejar y abandonó las clases porque no podía pagarse el autobús, pero en su casa tenía ordenador, televisión de pago, cámaras digitales... Quería mejorar su nivel de lectura para participar en el programa de Ophrah
[Winfrey, presentadora del programa de entrevistas de mayor audiencia en Estados Unidos]. Así está América. La generación anterior sí tenía un código que guiaba sus decisiones, aunque algunas de ellas no tuvieran mucho sentido.
P. El 11-S sacude la novela, lo pone todo en su sitio.
R. A mucha gente el 11-S le cambió la vida y no sólo de forma trágica, también hubo un baby boom. Muchos se plantearon: y si me muero mañana, ¿dónde quiero estar? También hubo quien reinventó su vida.
P. ¿Qué ha cambiado desde entonces?
R. Hay algo bajo cuerda, hay una guerra. La frivolidad neoyorquina está casi definida. El sentido de que algo puede ocurrir en cualquier momento impone cierta despreocupación. El caso más extremo es la espantosa banalidad de Bush que en una de sus primeras apariciones pedía a los ciudadanos que siguieran viajando en aviones y comprando como muestra de solidaridad.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.