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Columna
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Repite, que algo queda

Josep Ramoneda

De vuelta de vacaciones, Gobierno y oposición han decidido que la campaña electoral ya ha empezado aunque no hay fecha todavía para las elecciones. Y las primeras señales emitidas no son alentadoras. Zapatero y Rajoy han optado por el viejo principio del repite, que algo queda. Zapatero repetirá hasta la sociedad que la economía española va de campeona universal y Rajoy presentará cualquier mala noticia económica como la prueba de que el Gobierno nos conduce al pozo de la crisis. O sea, que siguiendo la moda Lakoff, podría decirse que Zapatero busca ganar confianza estimulando los frames optimistas y complacientes que todos tenemos para no enterarnos de lo que no nos gusta. Y Rajoy, al contrario, pretende que el frame del miedo se dispare y los ciudadanos busquen cobijo en el PP, conforme al tópico de que la derecha gestiona mejor. Sin embargo, no estoy convencido de que ni uno ni otro consigan hacer mella en quienes llegan con dificultades a final de mes. La autocomplacencia de Zapatero puede sonar a escarnio, pero, los negros augurios de Rajoy no creo que sirvan de consuelo a quienes, precisamente porque lo están pasando mal, esperan buenas noticias.

En este final de legislatura da la impresión de que Zapatero ha resultado tocado por la presión del PP. Para dar enjundia a la idea de que no se vota en función de estrictos intereses racionales sino de la identidad, fruto de factores muy diversos como la ideología, los sentimientos o las economías personales del deseo, Lakoff apela a las estructuras del pensamiento. El secreto estaría en los frames. Una especie de marco imperativo que cada cual se va construyendo y que es el que determina la aceptación o rechazo de los imputs que nos llegan en forma de datos o de propuestas. El inicio de la legislatura nos deparó un presidente Zapatero alegre y confiado que parecía dispuesto a avanzar por caminos que otros habían cerrado. Rompió la ortodoxia atlantista en materia de política internacional, lanzó el discurso de la España plural como una España integradora y distinta de la de siempre, emprendió una reforma liberalizadora de las costumbres que resultó sorprendente en un país sin apenas tradición liberal, e incluso pareció arriesgar más que sus antecesores en la tregua de ETA. Frente a todo ello el PP se plantó con la enseña de la España de siempre, aquella que será una y católica o no será. Ahora, cuando las banderas del PP empezaban a desteñirse, porque sus profecías no pasan la prueba de la realidad, la tenacidad repetitiva de sus dirigentes parece haber hecho mella en algún frame de las profundidades cerebrales del presidente, despertando la llamada de la España eterna. Zapatero recupera el discurso convencional sobre España y se instala en una idea peligrosa en política: la de que es posible hacer compatible una cosa y su contraria. Éste es, precisamente, el error que Lakoff atribuye a los demócratas americanos como causa de sus reiteradas derrotas.

Zapatero es un presidente muy distinto de sus antecesores. Felipe González y José María Aznar respondían al modelo clásico de político que tiene unas líneas de acción básicas que no está dispuesto a abandonar. González lo demostró, por ejemplo, con el referéndum de la OTAN, con la dureza en la reconversión industrial que le costó varias huelgas o con el apoyo a la primera guerra de Irak. Aznar se la jugó con el apoyo a la segunda guerra de Irak. Se decía que respondía a cierta tradición caudillista de la política española, pero en realidad era el modelo de las democracias occidentales en la segunda mitad del siglo XX. El líder que protege, decide y tiene autoridad. Zapatero ha aportado una ruptura que algunos piensan que es generacional y que sin duda corresponde a una sociedad distinta, más rica y más compleja en su composición social. Durante buena parte de la legislatura abrió expectativas y alimentó cambios esperando que los demás entraran en juego y se alcanzara la armonía natural. Pero la realidad no es siempre tan bonita. Y a medida que las elecciones se acercaban de nuevo y que la armonía no era tal ha ido recomponiendo la figura. Como si el griterío tenaz del PP hiciera mella en su pensamiento. El espectáculo de Navarra ha sido el último episodio. No hace falta leer a Lakoff para decir dos cosas: que la confusión casi nunca puntúa y que los frames de los electores son sensibles a los principios, pero prefieren casi siempre el modelo a la copia.

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