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La fórmula de la Coca-Cola

En los últimos 100 años, el catalanismo ha sido uno de los grandes motores -si no el principal- de la vida cultural, económica y política de Cataluña. Pero, para que continúe siéndolo, diversas voces reclaman una reinvención o una reformulación del catalanismo, una adaptación a los tiempos que sirva además para superar una creciente sensación de crisis. No es obvio que esta sensación de crisis sea producto sólo del envejecimiento: la formación de un tripartito de izquierdas modificó el eje esencial de la política catalana, y el Gobierno catalán, de palabra y obra, se esfuerza por situar el debate más en la confrontación entre izquierda y derecha que en la reivindicación nacional. Pero aun así parece necesario repensar una corriente desgastada por 100 años. Y tan desgastada, paradójicamente, por sus éxitos -su participación en la modernización de España- como por la constatación de sus incapacidades, hasta el momento: la redefinición de España como Estado plurinacional.

El catalanismo requiere identidad cultural, progreso y autogobierno. ¿Cuánto de cada uno?

Ahora bien, para poder reformular el catalanismo es imprescindible una operación previa: cuál es la clave de la fórmula. Si se trata de reformular el catalanismo, no de jubilarlo, hará falta saber qué puede cambiarse de su fórmula para adecuarla al gusto de los tiempos y qué debe mantenerse para que no deje de ser catalanismo. Se puede retocar la fórmula de Coca-Cola y hacerla más dulce, más light, más clara o más oscura. Pero si decides ponerle alcohol o menta, o quitarle algunos elementos de su fórmula misteriosa, tal vez tendrás una bebida formidable, pero ya no será Coca-Cola. ¿Qué es esencial y qué es contingente en la fórmula del catalanismo? ¿Cuáles son los ingredientes mínimos para mantener la fórmula? Si los establecemos, podremos subirle o bajarle el grado, ponerle más o menos azúcar, y continuará siendo catalanismo.

Yo creo que los ingredientes esenciales de la fórmula son tres, que lo han sido durante 100 años y que deberían conservarse si queremos mantener el producto. O, dicho de otra forma, que si desaparecen de la fórmula darían lugar a un producto nuevo y distinto, no reconocible como herencia del anterior. El catalanismo, a lo largo del siglo, ha perseguido tres cosas al mismo tiempo. La primera es el mantenimiento de unos elementos básicos de la identidad colectiva, sobre todo en el terreno cultural y muy especialmente la lengua. Podríamos decir que el catalanismo persigue como objetivo la persistencia de la nación cultural y que la nación cultural se identifica básicamente con la lengua. Existe el catalanismo para que continúe existiendo la lengua catalana. Ciertamente, hay otros signos distintivos valiosos para el catalanismo, pero ninguno con la fuerza de la lengua. Casi todos los demás son distintos hoy a como eran hace un siglo. Elementos identitarios que parecían esenciales a nuestros abuelos nos resultan hoy prescindibles y viceversa. Pero en cualquier caso podríamos decir que el objetivo principal del catalanismo es preservar la catalanidad. Y la catalanidad no se ha definido nunca en términos religiosos o étnicos, sino culturales y lingüísticos.

El segundo componente de la fórmula es una idea de progreso y de bienestar económico. ¿Por qué se hacen catalanistas los catalanistas de hace un siglo? Para salvar la lengua, por descontado. Pero también para construir un modelo económico de progreso y bienestar, para vivir mejor. Si mantener la lengua significase convertirse en Albania, el catalanismo que hasta hoy hemos conocido no se daría en absoluto por satisfecho. El catalanismo ha ido ligado no a uno, sino a diversos modelos sociales y económicos, pero todos tenían en común una voluntad explícita de crecimiento económico basado en el trabajo y el esfuerzo y de lecturas diversas -y a veces contrapuestas- de una noción de justicia social.

El tercer ingrediente de la fórmula es sin duda el poder político. El catalanismo quiere mantener la lengua y aumentar la riqueza, pero quiere también hacerlo a través del autogobierno. Y no sólo por razones instrumentales: el poder político es condición necesaria para los otros dos objetivos. Pero también es un objetivo en sí mismo. Hasta el punto de que si un régimen centralista garantizase -de una forma que hoy nos resulta inimaginable- el respeto a la identidad cultural catalana y el mantenimiento de un sistema de progreso y bienestar, pero no dejase a los catalanes decidir sobre su propio futuro, el catalanismo tampoco lo consideraría un éxito. De la misma forma que el catalanismo no consideraría satisfactorio conseguir poder político -incluso todo el poder político- si por el camino se perdiese la lengua o la expectativa de progreso.

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Identidad cultural, progreso económico y autogobierno en lo político. ¿Cuánto de cada cosa? Pues lo que haga falta. Y no todos los catalanistas están de acuerdo en cuánto hace falta. Pero todas las tradiciones catalanistas comparten que en una medida u otra estos tres ingredientes son imprescindibles para que una propuesta política pueda etiquetarse como catalanista. Para que la Coca-Cola sea Coca-Cola necesita unos ingredientes mínimos. Ciertamente, si no le gustan, todo el mundo tiene derecho a preferir el vino tinto. Pero no a colocar al vino tinto etiquetas de Coca-Cola.

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