Los pescadores de Barbate
Dicen que el Nuevo Pepita Aurora, el barco que volcó mientras regresaba a puerto cargado de pescado, no debería haber salido con las condiciones del mar tan adversas.
Pero los marineros, esos que ganan 120 euros cada semana de durísimas condiciones de trabajo, sabían que, como en otras ocasiones, ésta no podía ser de otra manera. Sus hijos, sus madres o sus mujeres esperan siempre su llegada, con el corazón en un puño y con el bolsillo vacío, ocupado tan sólo por el pañuelo con el que secarse las lágrimas doblemente saladas, por tanta injusticia consentida contra este gremio de hombres curtidos por la mar.
Luego aparecen las trajeadas autoridades y dan el pésame agarrando manos jóvenes, que son como barcas viejas y astilladas, para más tarde, después de la foto de rigor, ante un buen plato de langostinos, continuar permitiendo que los intermediarios sigan actuando impunes. Después, una precaria paga a las viudas de los marineros muertos, las invitarán a que sigan fregando escaleras, mientras dan tiempo a que alguno de sus hijos tenga la edad justa para salir a la mar y poder seguir ganando, a costa de su vida y de la incertidumbre de los suyos, 120 euros cada semana que faene.
Que la vida no sea igual para unos que para otros no debería ser óbice para que sigamos tolerando que estos hombres arriesguen sus vidas, cada día, por nada. La Junta de Andalucía debería exigir que, en estas profesiones de altísimo riesgo, fuesen ellos los que se llevasen los beneficios mayores, y no los que esperan en las lonjas con sus manos suaves.
Cada pescador es un torero que cada día sale a torear con el toro más complicado: contra el hombre aprovechado y contra la naturaleza.
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