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LA COLUMNA
Columna
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El embrollo catalán

Josep Ramoneda

EMPEZÓ COMO UN IDILIO y va camino de la separación temporal. La victoria de Zapatero en 2004 tuvo en Cataluña uno de los puntos más sobresalientes. Pero una legislatura de desencuentros e incomprensiones hace que Zapatero tenga hoy un problema en Cataluña que podría restarle dos o tres escaños decisivos a la hora de formar mayoría. Zapatero habrá aprendido lo que González tuvo siempre claro: que lo mejor para el interés de quien gobierna en España es que en Cataluña gobierne el nacionalismo moderado. Y por esta razón, desde las elecciones catalanas Zapatero ha puesto cruz y raya a Montilla, que se negó a plegarse a sus designios y hacer presidente a Artur Mas. Pero el runrún que amenaza a Zapatero en Cataluña no está tanto en la superestructura política como en la calle. Y si el presidente cree que con un par de apariciones estelares en Cataluña resolverá el problema, se equivoca. Basta repasar los rostros de los presidentes de Cataluña para darse cuenta de que los catalanes no somos especialmente sensibles a la fotogenia. El PP apenas va a ganar votos en Cataluña, pero los socialistas podrían ahogarse en una abstención que les tendrá como principales destinatarios.

¿Qué pasa en Cataluña? El fin del pujolismo ha afectado a todo el espectro político. El bipartidismo imperfecto en que los demás partidos tenían un papel de comparsa se ha convertido en un pluripartidismo real en que nadie es prescindible. El juego simple entre nacionalistas y no nacionalistas se ha visto complicado por una reorganización de la política en torno al eje derecha-izquierda. El cambio demográfico está generando nuevos problemas y recuperando viejos miedos en el imaginario nacionalista. Y, en medio de todo ello, de pronto los ciudadanos de Cataluña han descubierto, con desagradables experiencias en la vida cotidiana, que no se había hecho lo necesario para que este país funcione conforme a sus ambiciones. Conclusión: los gobiernos españoles no cumplen sus obligaciones con Cataluña. Veintitrés años de gobierno nacionalista dieron voz al país, pero no dejaron sentadas las bases de su modernización. Cuatro años de tripartito han tenido más ruido que resultados. Y además, la sociedad civil es claudicante: Cataluña, desde el 2000, no ha dejado de crecer cada año más que el anterior, pero la pérdida de poder económico es manifiesta.

En este contexto, cada partido se está viendo obligado a repensarse y a redefinirse. El PP se ha quitado los polvos de maquillaje Piqué, que parece que provocaban algunas alergias, para girar de nuevo hacia el vidal-quadrismo. Durán Lleida ha optado decididamente por una derecha cristiana clásica, siempre dispuesto a jugar la carta que salga, pero sin miedo al tabú catalán del PP. Artur Mas intenta sacar a Convergencia de su depresión con un ampuloso discurso de refundación del catalanismo, que parece haber olvidado los acentos liberales que el propio Mas un día declinó y que adolece del eterno vicio del nacionalismo, que es el de creer que nacionalismo verdadero sólo hay uno y que Convergencia es la que tiene el monopolio, por delegación de la patria, del bautismo de los creyentes. Iniciativa per Catalunya sigue con la bandera del ecologismo y los derechos cívicos, aunque esté bebiendo el doloroso cáliz de ver a su líder dirigiendo la policía y a su partido haciendo concesiones medioambientales por el bien del país. Y Esquerra Republicana ha fijado una cita clara: 2014, año del paso decisivo hacia la independencia, que, como toda apuesta de máximos a largo plazo, tiene el valor de su atractivo, pero la irresponsabilidad de lo que carece de calendario real. ¿Y el PSC? En el momento que más poder ha acumulado se limita a repetir que lo suyo es atender los problemas de verdad de los ciudadanos, que es generalmente el primer argumento que utilizan todas las oposiciones contra los gobiernos de turno. ¿Cuál es el proyecto de los socialistas para Cataluña, aparte de seguir gobernando, como se supone a cualquier fuerza política? El gran peligro del PSC es convertir la gestión -uno de los medios de acción política- en fin. Con el riesgo de desdibujarse tanto, que un día los ciudadanos ni se acuerden apenas de que está gobernando. ¿Servirá la campaña que empieza para que el PSC explique dónde ve los factores sociales de cambio y cómo liderarlos para que este cambio sea efectivo desde el punto de vista de los intereses de Cataluña y de la izquierda? ¿Y saben Montilla y Zapatero que para obtener un buen resultado en marzo próximo pueden y deben producirse roces entre ellos que permitan a los catalanes visualizar la utilidad de los diputados del PSC?

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