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Columna
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¿Libros?

Los libros son para el verano. Cuando uno deja la bicicleta, agradece zambullirse en esa otra playa que es la lectura ligera, porque lo espeso no es para el verano (excepto para quienes han suspendido o para sus maestros, que acostumbran a preparar durante las vacaciones los bolos del invierno). Sí, los libros son para el verano, a diferencia de los periódicos, que no saben qué serpientes inventarse para mantener la atención de unos veraneantes que entienden romper amarras con la realidad porque la realidad está en los periódicos (el resto es lo que uno vive). Pero no son para el verano, sólo para el verano y no para nunca como parece haber dicho alguien.

Lo que nos hace entrar en otra serpiente de verano que se enrosca alrededor de los libros o tal vez de las bibliotecas. Sea como fuere, hoy -ayer y quizá un poco mañana- debe de haber en España por lo menos una persona relacionada con el libro que lamenta que no se haya cumplido el deseo de Platón de expulsar a los poetas de la biblioteca, digo, de la república. Me van a permitir el desliz porque ya Borges comenzó su cuento La biblioteca de Babel de este modo: "El universo (que otros llaman la Biblioteca)", y el universo se suele también llamar la república, al menos cuando está ordenado, es decir, civilizado. De ahí que Saavedra Fajardo titulara aquel libro suyo República literaria para hablar, pensábamos incautos de nosotros, de un mundo todavía más civilizado, algo así como la repanocha del universo, la civilización al cuadrado. Pero qué va, lo que Fajardo metía en el libro era el espectáculo bochornoso del mundo de las letras para probar que unos siglos después volvería a reproducirse entre dos literatos y además republicanos, como quien dice, o, cuando menos, gestores de la cosa pública.

O quizá se trate sólo de un cuento, porque Borges también habla de choques y malandanzas en la Biblioteca, pero sólo nos está contando, recuérdenlo, un cuento: "En aquel tiempo se habló mucho de las Vindicaciones: libros de apología y de profecía, que para siempre vindicaban los actos de cada hombre del universo y guardaban arcanos prodigiosos para su porvenir. Miles de codiciosos abandonaron el dulce hexágono natal y se lanzaron escaleras arriba, urgidos por el vano propósito de encontrar su Vindicación. Esos peregrinos disputaban en los corredores estrechos, proferían oscuras maldiciones, se estrangulaban en las escaleras divinas, arrojaban los libros engañosos al fondo de los túneles, morían despeñados por los hombres de regiones remotas. Otros se enloquecieron". Pero algo debe de haber de cierto en el cuento, porque si no resulta difícilmente explicable que alguien tan ajeno a Borges y Saavedra Fajardo como Umberto Eco escriba la crónica de un convento medieval donde también hay crímenes por un libro, hum, qué curioso, robado. Y, mira qué casualidad, también en el cuento que les estoy contando hay un libro robado, o, por lo menos, una parte de libro que representaría, para hacer las delicias de Borges, un mapamundi en el que, por supuesto, también estaría la Biblioteca que contendría el libro cuyo mapamundi sería robado para estupefacción de nuestros protagonistas y alimento de sus rencillas. Lamentable.

Quiero decir que estamos asistiendo a un espectáculo bochornoso del que el respetable lo único que va a sacar es que los libros ya no son buenos ni para el verano; son buenos para robarlos, única manera de sacarles algo, porque formar no forman mucho, antes bien se convierten en armas arrojadizas de quienes los han mamado. En fin, da miedo leer lo que dijo Fajardo hablando tal vez de ¿Borges y Umberto Eco?, cualquiera sabe: "No puedo contener la risa cuando veo la vanidad de algunos de los celebrados por doctos en esta república, los cuales, como presuntuosos pavones, pagados de sus estudios, se pasean por esas calles muy preciadas y entendidos en las materias externas, sin saber nada de sí mismos, más incultos sus ánimos que las selvas, y más bárbaros y intratables que las fieras".

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