_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Morir vale 20 euros al día

La sensación que tuvo fue la de estar leyendo un periódico de hace siglos, en lugar del de ese día. La noticia que lo consiguió hablaba de unas personas de nacionalidad rumana y polaca que vivían, por llamarlo de algún modo, en los sótanos de un edificio que estaban restaurando y en el que trabajaban por el día de forma ilegal, porque no tenían contrato, y dormían por la noche tirados en el suelo. Todo eso los convertía, como a tantos, en seres no declarados, es decir, invisibles, y así habría seguido ocurriendo si uno de ellos, el que hacía las veces de jefe, imagínense, no hubiera muerto en esa obra de la calle de Ramonet, en el distrito de Ciudad Lineal, cuando se le cayó encima el ascensor que reparaba. "Vaya por Dios", habrán pensado los negreros que les explotaban en jornadas de 12 horas y aún no les habían pagado un euro, aunque les daban "20 al día para comida y tabaco", "qué mala suerte hemos tenido, ahora se va a descubrir el pastel". Por desgracia, esa gente abunda y el muerto es sólo otro más, un nuevo indicio de que bajo los palacios que se construyen los virreyes de la corrupción inmobiliaria hay cloacas en las que algunas personas son tratadas como esclavos, ahí mismo, a unos metros de los escaparates y las sucursales bancarias de la ciudad.

Juan Urbano, espantado después de leer esa historia, pensó en lo poco que importan normalmente los muertos en el trabajo, a los que no se dedican tantos artículos ni se hace tanta publicidad como a otros muertos, tal vez porque hasta ahora no se le ha ocurrido a nadie buscarles un interés político, algo que pueda arrojarse contra el rival ideológico como se hace con las víctimas del terrorismo, las de la violencia doméstica o las de las catástrofes medioambientales. Y se sintió asqueado al pensar en esas mafias viscosas que se forman alrededor de todo tipo de miseria y que se alimentan a base de robárselo todo a los que no tienen absolutamente nada: esos tipos que le venden el pasaje a los tripulantes de las pateras o estos que en tierra firme contratan, es un decir, a los pobres inmigrantes sin papeles que trabajan en las obras, en los cultivos, en algunas tiendas nocturnas... Seguramente, si la práctica está tan extendida es porque quienes cometen ese delito lo hacen con total impunidad, y no parece que el Gobierno, ni los poderes autonómicos o municipales, ni siquiera los sindicatos le estén prestando la atención que merece un drama de tales dimensiones que en España mueren cuatro trabajadores al día y 40 resultan heridos de gravedad. ¿Son esas cifras lógicas en pleno siglo XXI? ¿No son lo suficientemente grandes como para obligar a las autoridades a tomar cartas en el asunto y, de una vez por todas, empezar a exigir que se cumplan las reglas de seguridad que no se cumplen y a perseguir a los que llenan sus negocios y empresas de esclavos invisibles, aprovechando que su pobreza y su falta de derechos los deja indefensos? Claro, que cómo van a luchar contra esta lacra los mismos que se lo han puesto tan fácil a los neonegreros, que son el sótano de los neocons y demás neos, con tanto contrato temporal y tanto andamio sin vigilancia. Sin ninguna vigilancia: los compañeros del obrero muerto en Ciudad Lineal le han contado a la prensa que no tenían medidas de seguridad de ninguna clase, ni cascos, ni arnés... nada. Por añadidura, las obras carecían de licencia municipal y de un proyecto aprobado por el Colegio de Arquitectos, según fuentes policiales. Ése es el submundo del mundo de la construcción, donde sólo impera la ley del dinero. Pobres inmigrantes de Ciudad Lineal, que hasta cuando llegó la ley se vieron perjudicados, porque al precintar la policía el edificio los dejó sin un sitio donde cobijarse. "¿Y ahora qué vamos a hacer?", decía uno de ellos, "no sé adónde ir ni tengo los 20 euros que nos daban al final de la jornada...". El Samur Social les ofreció como solución temporal alojarse en su sede del distrito de Centro. ¿Y después? Y la responsable de Salud Laboral de UGT-Madrid, Marisa Rufino, les ofreció la asesoría jurídica del sindicato para denunciar a todos los implicados. Pero ¿y los demás que malviven como ellos? Juan Urbano se fue a casa seguro de que al poner la televisión algún político saldría hablando de la buena marcha de la economía y la buena salud del Estado de bienestar.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_