Gaza se ahoga en la miseria
Los palestinos de la franja, asfixiados por un bloqueo total, no recuerdan una etapa peor
Hamás expulsó de Gaza el 14 de junio a las fuerzas del presidente palestino, Mahmud Abbas. Comenzó el bloqueo total de la franja. No entra ni un ladrillo, ni un tornillo, ni papel higiénico, ni jabón. Nada. Sólo alimentos, y sin excesos. "Incluso algunos tipos de queso están prohibidos", lamenta Abu Hadi, dueño de un supermercado. Hombres ociosos por doquier matan las horas entre tés y cafés. La frustración crece. Los lugareños insisten en que no han conocido otra etapa peor. Y las ha habido muy duras. Pero el cerco aún no ha surtido todos sus efectos devastadores. El gueto de Gaza se pudre.
El 85% de las industrias ha parado y 70.000 trabajadores han sido despedidos
Los muertos en ataques de la aviación y la artillería israelíes se cuentan por decenas desde junio. Pero esto ya se da por descontado. Ayer mismo murieron tres niños de 9, 10 y 12 años de la misma familia en el norte de la franja, alcanzados por un proyectil. Tampoco están pendientes los palestinos de Gaza de los avatares políticos y de la próxima conferencia, auspiciada por Washington, que se celebrará en otoño para tratar de encauzar el conflicto. Ni siquiera es tema de conversación. Lo que inquieta es saber qué pasará dentro de un mes, cuando se calcula que el desabastecimiento alcanzará su cenit.
Los funcionarios, que siguen cobrando sus salarios, no acuden a sus empleos por prohibición expresa del presidente Abbas, que desde Cisjordania se ha sumado con celo al cerco a los islamistas. Apesta en muchos rincones del territorio palestino. Los basureros están en huelga desde hace semanas, y los voluntarios de Hamás no dan abasto. Abundan los cruces de calles invadidos por desperdicios. Gaza es un horno que acaba de sufrir un apagón eléctrico de cuatro días, y el malhumor es notorio.
Los dirigentes islamistas están convencidos de que el asedio a Gaza pasará factura a sus promotores. "No daremos un paso atrás. Los palestinos saben que si tenemos que pasar hambre, la pasaremos con ellos", advierte Mohamed Shihab, diputado de Hamás. El Gobierno de Ismail Haniya, sin apenas recursos y aislado, tan sólo ha tomado algunas medidas relativas a la seguridad: exigencia de autorización para celebrar manifestaciones e inclusión de mujeres en la policía. "Ahora rehabilitaremos el sistema judicial", promete Shihab ante la desbandada de los jueces, a los que Abbas impide trabajar.
Todos coinciden en lo evidente. La seguridad en la franja, a pesar de algunos excesos de la policía del Gobierno islamista, es casi completa. Ni enmascarados, ni milicianos, ni matones. No pululan hombres armados por las calles. Hamás, sin rivales enfrente azuzando disturbios, ha impuesto el orden. Es su único logro. No hay ninguna otra mejoría. "Seguro que son los peores días que he vivido", asegura Said Zakut, de 48 años, empleado hasta el año 2000 en una fábrica israelí. "Ni siquiera cuando los israelíes estaban en Gaza se pasaba tan mal", apunta Abu Hadi.
El 95% de los proyectos de construcción se ha detenido. El 85% de las industrias ha parado la producción y 70.000 trabajadores han sido despedidos, en una población de millón y medio de habitantes (una de las zonas con más alta densidad de población del mundo), de los cuales más de la mitad son niños. No hay materia prima para trabajar. "Todavía no han cerrado muchas tiendas, aunque la caída de las ventas alcanza el 50%, y en algunos casos hasta el 80%. ¿Para qué echar el cierre? ¿Para quedarse en casa?", dice apesadumbrado Jaled al Jatib, de 32 años, dueño de un comercio-taller de material informático. "El bloqueo", añade, "va a durar unos meses, pero al final la presión de la gente forzará a Hamás y Al Fatah a negociar. No hay otra solución".
Mientras, miles de personas comienzan a tirar de sus pequeños ahorros. Y los supermercados buscan entre sus existencias. "Sí, las estanterías están llenas, pero muchos son productos almacenados que nadie quería comprar. Están en los estantes para aparentar. No se recibe mercancía desde junio", coincide Abu Hadi, quien muestra sus cuadernos repletos de apuntes contables de su supermercado: "A los clientes les tengo que fiar. Pero los distribuidores me exigen el pago al contado". Para más escarnio, los precios, soportados por salarios de 300 euros, son similares, si no superiores, a los de Israel.
No habrá remedio a las carencias mientras no opere con normalidad la aduana de Karni. Es la única que permite el transporte de contenedores, vital para la supervivencia de la franja. Nunca ha funcionado a pleno rendimiento desde que en noviembre de 2005 Israel y la Autoridad Palestina firmaran, con mediación de Washington, los acuerdos que regulan el funcionamiento de los cruces fronterizos. Ahora, Abbas impide que los funcionarios de Karni acudan a trabajar o que sea gestionado por un organismo internacional. Al Gobierno de Haniya, ni agua. "Esto es como un divorcio. Hamás y Al Fatah se han divorciado, y lo pagan los niños", apunta Al Jatib.
En la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (UNRWA), esencial para el sustento de un millón de personas, suenan las alarmas. "Los israelíes y el Gobierno del presidente Abbas no se cansan de decir que la ayuda humanitaria entra por otros cruces fronterizos. Pamplinas. Sólo a través de Karni pueden entrar grandes contenedores. Todo lo demás es palabrería", afirma un alto funcionario del organismo internacional.
Mientras, miles de personas aguardan en Egipto. Una veintena ha muerto en la espera desde junio. El cruce de Rafah, fronterizo con Egipto -la válvula de escape para viajar al exterior-, también permanece sellado. Ya hay casos de jóvenes que saltan la frontera en busca de trabajo. Los soldados israelíes han matado a algunos en su intento de escapar de Gaza. Sólo unos cuantos privilegiados con influencias lo han logrado. Otros miles lo están deseando.
Alto riesgo para Abbas
Parece no inmutarse nunca, pero el presidente palestino, Mahmud Abbas, está contra las cuerdas. Cierto es que soporta esa presión desde hace meses. Pero el mandatario, de 72 años, no disfruta, ni por asomo, del carisma de Yasir Arafat; su partido, Al Fatah, es un modelo de indisciplina y nido de multitud de dirigentes corruptos; Hamás es dueño y señor de la franja de Gaza, y el Gobierno israelí nada hace por aliviar las condiciones de vida de los 2,5 millones de palestinos de Cisjordania, tal vez la única vía de escape para Abbas. Y para colmo, su respaldo al asedio de Gaza es una apuesta muy delicada, plagada de riesgos.Abundan las personas que detestan a Hamás, pero que también abominan del retorno al poder, en solitario, de los dirigentes de Al Fatah. Musbag es acérrimo partidario del partido laico. Por supuesto, apoyaba a Arafat y ha votado por Abbas."Se acabó. Lo que está haciendo el presidente, impulsar el bloqueo, es inaceptable. No le votaré más", dice este acalorado crítico de Hamás en alusión a la prohibición impuesta por Abbas a los funcionarios para que acudan a sus trabajos en Gaza, lo que repercute en el cierre casi total de las fronteras.El vacío al Ejecutivo de Ismail Haniya lo pagan en carne propia el millón y medio de refugiados y nativos de la franja.Mientras tanto, el movimiento fundamentalista sigue a lo suyo. "Nosotros cocinamos a fuego lento; hemos demostrado que sabemos aguantar", argumenta uno de los fundadores de Hamás, Mohamed Shihab. "La gente se dará cuenta de que el presidente y Al Fatah están actuando contra los intereses palestinos. Es cuestión de tiempo. No vamos a detener nuestro trabajo en el campo político ni social. Y en Cisjordania no tardaremos mucho en limpiar la basura. Caerá como un castillo de naipes porque los dirigentes de Ramala no tienen respaldo popular", añade el diputado de la organización islamista.
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