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Reportaje:

Un salto para ver a los vecinos

El sur de Portugal ofrece una amplia oferta de playas y comercio

Es muy común que los onubenses escapen a Portugal varias veces al año. La principal puerta de entrada está al alcance de todos, a menos de 50 kilómetros, en Ayamonte. Y lo único que separa a los dos países es un río, el Guadiana, que sirve de frontera y de nexo de unión. El verano es un momento magnífico para que los turistas que visitan Huelva imiten este hábito local y visiten pueblos, playas y paisajes del Algarve, al otro lado de la frontera. En un simple salto, uno puede viajar al extranjero más próximo y volver.

La visita puede comenzar en la orilla española del Guadiana. Hay dos opciones, cruzar por el espectacular puente internacional inaugurado hace 16 años, o embarcarnos en el romántico trasbordador que cruza, como hace siglos, de un lado a otro con personas y vehículos. La segunda opción permite recalar en el pueblo que hace de espejo portugués de Ayamonte: Vila Real de Santo Antonio.

Esta villa desprende un encanto puramente luso en las fachadas de sus casas y en el ambiente de sus calles. El municipio, como gran parte del litoral Atlántico de la zona, sufrió las consecuencias del maremoto que asoló Lisboa en 1755. El lunes pasado el sol castigaba inmisericorde la plaza del pueblo y sus numerosas terrazas estaban atestadas de clientes que se aferraban a refrescos y cervezas heladas. Una rápida parada en estos establecimientos sirve para darse cuenta de la cantidad de españoles que visitan esta zona cada año. Se nota también en el perfecto castellano de los camareros, algo que no siempre es recíproco al otro lado del Guadiana.

A pesar del calor, el tránsito de personas es continuo. Las calles que desembocan en la plaza tragan y vomitan personas, que visitan las particulares tiendas de souvenirs del lugar. En este rincón de Portugal, muchos siguen comprando sábanas, toallas, cuberterías o baterías de cocina.

"Lo cierto es que se sigue viendo a muchos españoles que vienen a comprar", dice una onubense que suele visitar Portugal a menudo. "Y eso que yo creo que los precios están más o menos igual que en España", añade. En uno de esos establecimientos puede encontrarse: cubiertos de acero, a 20 euros; una batería de cocina (10 piezas), por euros 87; juego de toallas (seis piezas), cinco euros.

Pero no sólo el comercio y las posibles gangas atraen a los turistas. A escasos cinco kilómetros de Vila Real de Santo Antonio, se encuentra la playa de Monte Gordo, un enclave turístico que goza de gran predicamento entre españoles y portugueses. "Yo prefiero venir a las playas portuguesas", afirma una joven ayamontina, "son más tranquilas y están más limpias que las nuestras", dice sin pudor. Lo cierto es que el ambiente familiar predominante, con los inquietos niños pequeños que éste suele acarrear, no se traduce, al menos en este momento, en el clásico griterío de: "¡Niño, deja la pelota y estate quieto de una vez!". Curiosamente se escuchan las olas, aunque la playa esté atestada.

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