"Todavía no sé lo que es la amistad"
Natascha Kampusch, al año de huir de su cautiverio, aún mira el mundo como una extraña
"No es que piense que nadie puede entenderme. Más bien, que no hay palabras para definir el sufrimiento y la tortura". Así habla Natascha Kampusch a un equipo de la televisión austriaca ORF. Ha pasado un año desde que Kampusch, ahora de 19 años, escapó de su raptor, Wolfgang Priklopil. Aprovechó un momento en el que él no la vigilaba y logró alcanzar su sueño de libertad alimentado en su largo y penoso cautiverio, que empezó cuando tenía 10 años y fue raptada cuando iba al colegio, una mañana de marzo de 1998, muy cerca de su casa, en un barrio periférico de Viena. Ahora, un año después, el sueño de libertad ha sido sustituido por el anhelo de "una vida normal" y Kampusch dice esforzarse en todos los sentidos para conseguir su nueva meta, pero sabe que no es fácil.
"Algunos lloran, otros rezan, algunos me echan miradas repugnantes de deseo"
"Siempre estuvo claro que sólo podía quedar uno de nosotros dos, y fui yo"
"Todavía no he podido descubrir cómo se define para mí una amistad", responde a la pregunta de si ha entablado amistades en su nueva vida. "Soy un poco tímida ante otras personas, pero el miedo ha disminuido. Siento que cada vez me va mejor, aunque todavía tengo reacciones de pánico y problemas circulatorios", comenta.
La única persona con la que compartió su adolescencia y que la vio convertirse de niña en mujer fue su secuestrador, y éste se suicidó, tirándose a las vías de un tren de cercanías, pocas horas después de que ella huyera de él. Tenía 44 años.
Kampusch admitió que fue a ver la tumba de su captor: "Sí había satisfacción, algo así como un triunfo, siempre estuvo claro que sólo podía quedar uno de nosotros dos, y fui yo". También sintió por él "compasión", y por primera vez lo vio "como una pobre alma, perdida y desviada". "Eso que él me hizo, se ha alejado, pero no se olvida, vuelve una y otra vez. Intento lo mejor que puedo vivir con esos recuerdos".
A la completa reclusión en la casa de Priklopil le siguió la investigación policial, la embestida de los medios de comunicación, la reacción de los familiares, los psicólogos y los abogados. Algunos periodistas la han acosado "como si fuera una estrella de Hollywood, y no es el caso". El interés ha disminuido en los últimos meses, mientras ella se ha mantenido firme en defensa de su privacidad: "No me verán llorar en público. Eso lo arreglo en privado".
La primera vez que se dirigió al público fue a través de una carta en la que pidió respeto y tiempo para contar su historia. Poco después concedió una larga entrevista a la ORF, y ahora, casi un año más tarde, aparece en este reportaje con el mismo periodista, Christoph Feuerstein. Con él y su hermana Sabine, Kampusch aparece en Barcelona filmando la Sagrada Familia con su cámara de vídeo, en el mar, en un velero o posando para un retratista en las Ramblas. Ha engordado, después de reconocer en su primera entrevista el hambre que pasó durante su cautiverio en un oscuro zulo. Dice haber gozado sobre todo del baño en el mar, el primero de su vida. Le gusta la gente de la Ciudad Condal, "más relajada" que la de Viena. El anonimato que la acompaña en el extranjero es casi imposible en su país. Allí la reconocen en el metro o en el mercado: "Algunos se ponen a llorar como si quisieran abrazarme, otros rezan ante mí; algunos me echan unas miradas repugnantes, llenas de deseo".
Se reconoce marcada: "Esos ocho años me han convertido en lo que hoy soy". Cuenta que Priklopil y su relación con él es un tema esencial en su terapia, y algo de lo que no va hablar en público. Y que guarda las prendas que usó durante su reclusión, aunque su madre quiere tirarlo todo: "Esos calcetines, esa camiseta, me calentaron en su momento. Quizá las pueda tirar un día, pero todavía no".
Ahora da clases para recuperar el tiempo escolar perdido e ir a la Universidad, y hace un curso de tiro al arco, un deporte con el que afina su concentración y sus pensamientos. El gusto por la exactitud, explica, es un rasgo que tenía en común con su secuestrador, un técnico que planificó minuciosamente el rapto de la niña y construyó el zulo subterráneo donde logró esconderla sin ser descubierto, a pesar de que la policía desplegó una de sus más intensas pesquisas en la historia de Austria.
Ahora la casa está vacía. Waltraud Priklopil, la madre del raptor, que al igual que los vecinos nunca sospechó nada, no la ha reclamado como heredera, y Kampusch ha expresado su temor de que pueda ser puesta a la venta. No quiere que alguien pueda usarla para mostrar donde estuvo recluida, y ha pensado en quedarse con ella. Jurídicamente le correspondería una indemnización. Además, Kampusch es ya una mujer rica, gracias a lo que ha cobrado por las entrevistas y las indemnizaciones por difusión de información no autorizada, como también por donaciones de la población.
Padres mal avenidos
Las desavenencias de los padres de Natascha Kampusch precedieron a esta historia y continúan en paralelo a ella. El día del secuestro, la entonces niña se llevó un rapapolvos de su madre, Brigitta Sirny-Kampusch, por haber vuelto tarde la noche anterior de una visita a su padre, Ludwig Koch, de quien estaba separada.
Ahora ha visto cómo su madre lo tilda de borracho en su libro Años desesperados. "Es algo inadecuado y una falta de respeto", ha dicho la hija. En el libro, la madre cuenta cómo vivió los años del secuestro. Lo promociona por Europa adelante y sale en televisión hablando de ello. "Si ella quiere... yo no lo puedo cambiar. Si mi madre quiere ir a los medios..., está claro que nadie se lo puede impedir. Que lo haga. Yo actuaría de forma diferente", dice Kampusch.
Mientras, su padre se ha dedicado, por ejemplo, a avisar a los fotógrafos cuando su hija lo ha ido a visitar. "Digámoslo así, mi padre no me facilita la vuelta a la vida normal".
Koch anunció el miércoles que presentará una querella judicial por calumnia contra su ex esposa, a pesar de que su hija se expresó en contra de un juicio. "No dejaré que me calumnien. Es algo que mi querida hija tiene que comprender", señaló Koch a la agencia austriaca APA.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.