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Cuestión de sustancia

Paul Krugman

Hace dos elecciones presidenciales, la opinión generalizada era que George W. Bush era un tipo simpático y honrado. Sin embargo, los que nos dedicábamos a analizar lo que decía sobre estrategia política llegamos a una conclusión diferente: que era irresponsable y enormemente deshonesto. Sus cifras no cuadraban y, en sus discursos, mentía sobre el contenido de sus propias propuestas.

En el quinto año de la desastrosa guerra que el señor Bush emprendió con falsas excusas, está claro quién tenía razón. La mejor forma de juzgar el carácter de un candidato no son las anécdotas personales y supuestamente reveladoras que tanto gustan a los informadores políticos, sino lo que dice al hablar de estrategia.

¿Qué dicen los actuales candidatos presidenciales en materia de estrategia política, y qué nos revelan sus palabras?

Ninguno de los principales candidatos republicanos ha dicho nada sustancial sobre estrategia. Si examinamos sus discursos y sus documentos de campaña, podremos ver mucho gesto de cara a la galería, especialmente sobre lo duros que son con los terroristas, pero ni una palabra sobre planes concretos.

Es más, tengo la sospecha de que el verdadero motivo por el que casi todos los republicanos están tratando de evitar el debate en YouTube es que tienen miedo a que les pregunten sobre estrategia, en vez de invitarles a que se comparen con Ronald Reagan.

¿Acaso no acaba de anunciar Rudy Giuliani un plan de salud? No, se ha limitado a mencionar una vaga propuesta de recorte fiscal que, según él, beneficiaría a la atención sanitaria (la mayoría de los expertos no está de acuerdo). Pero no ha ofrecido detalles de cómo funcionaría el plan, cuánto costaría ni cómo lo financiaría.

Como ha señalado Ezra Klein en The American Prospect, Giuliani, en el discurso en el que anunciaba su "plan" -y, dado que no se ha hecho público ningún documento estratégico, lo único a lo que podemos remitirnos es el discurso-, nunca incluía el término "no asegurado". En cambio, sí denunciaba repetidamente la "medicina socializada" en todas sus variantes. En otras palabras, ningún candidato del Partido Republicano supera la prueba de la sustancia.

Sí hay sustancia, por el contrario, en el bando demócrata, sometido al ritmo que impone John Edwards. En febrero, Edwards transformó el debate sobre la sanidad al proponer un plan que ofrece una forma de aproximarse al seguro universal de salud política y fiscalmente posible. Sea cual sea el futuro de su candidatura, si alguna vez conseguimos tener cobertura de salud universal en Estados Unidos, habrá que atribuir gran parte del mérito a Edwards. También ha propuesto John Edwards un prudente y detallado plan de reforma fiscal y varias iniciativas muy serias para combatir la pobreza.

Cuatro meses después de que Edwards anunciara su plan de salud, Barack Obama propuso el suyo, más o menos parecido pero menos exhaustivo. Asimismo anunció, igual que Edwards, un plan de lucha contra la pobreza.

Hillary Clinton, en cambio, se ha mostrado evasiva. Transmite la sensación de que no existe gran diferencia entre sus posiciones estratégicas y las de los demás candidatos, pero ofrece pocos detalles concretos. En especial, a diferencia de Edwards y Obama, no ha anunciado ningún plan específico de cobertura de salud universal, ni se ha comprometido de forma explícita a sufragar la reforma sanitaria a base de acabar con algunos de los recortes fiscales de Bush.

Para quienes creen que ha llegado el momento de tener cobertura de salud universal, esta falta de detalles resulta inquietante. Es más, lo que dijo Hillary Clinton sobre la sanidad durante el debate celebrado por los demócratas en febrero indicaba que no tiene absolutamente ninguna prisa: "Me gustaría tener cobertura de salud universal al acabar mi segundo mandato".

El sábado de la semana pasada, en la Convención YearlyKos de Chicago, pareció más enérgica: "La cobertura de salud universal será mi primera preocupación de política interior como presidenta". ¿Pero representa eso un verdadero cambio de actitud? Es difícil de saber, porque no ha explicado cómo quedarían cubiertos los que carecen de seguro.

Y, aunque uno crea la afirmación de Hillary Clinton de que nunca se dejaría influir por el dinero de los grupos de presión -una frase que provocó abucheos entre la muchedumbre que la escuchaba en Chicago-, existen motivos para preocuparse por las grandes contribuciones que recibe de los sectores farmacéutico y de seguros. ¿Están limitándose a apostar por la favorita, o están apoyando a la candidata demócrata que menos probabilidades tiene de perjudicar sus intereses?

Todos los candidatos demócratas son elocuentes y están bien preparados. Es fácil imaginar a cualquiera de ellos como presidente. Ahora bien, después de lo ocurrido en el año 2000, me preocupa que Hillary Clinton dé muestras de tener una aversión casi republicana a hablar de cosas sustanciales.

Paul Krugman es profesor de Economía de la Universidad de Princeton. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. © The New York Times, 2007.

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