El hambre se desborda en el norte de India
Millones de desplazados por las inundaciones de los monzones luchan desesperadamente por el sustento diario
Las inundaciones llegaron a los seis días del nacimiento de Dahava. Por eso su madre, Ramsaki Devi, le ha puesto ese nombre, que significa "el que fluye con el agua" en su dialecto de bihar. Éste es uno de los Estados más pobres de India y en el que la catástrofe ha pegado más duro. En él se concentran 14 de los 30 millones de afectados en el sur de Asia por las inundaciones causadas por los monzones, según datos de la ONU. "Queremos comida, no medicinas", suplican los damnificados a los equipos de socorro.
"La ayuda del Gobierno no alcanza ni para una semana", dice una damnificada
"El agua derrumbó nuestra casa, cuando el río se desbordó, quedamos cubiertos hasta la altura del pecho en pocas horas. De milagro salvamos a los tres niños y al bebé". Así cuenta Ramsaki mientras mira a Dahava, que ha pasado 11 de sus 20 días de vida en la carretera que va de Darbhanga a Samastipur, dos distritos de Bihar.
El único refugio de la familia es el que el esposo ha construido con cuatro esqueléticos troncos de árbol y retazos de plásticos. Ahí la familia intenta cubrirse del sol de justicia, aunque del calor nada los salva. Los 35 grados pronosticados por los periódicos se sienten mucho más con la humedad provocada por la evaporación de las inundaciones.
Bajo el toldo se encuentran las únicas posesiones que la familia logró rescatar: un banco de madera que sirve como cama, y tres cacharros para cocinar algo de pescado.
Al menos esta familia pudo salir en un bote alquilado hacia la carretera, a un kilómetro de donde estaba su casa. Y hace dos días le ha llegado la ayuda que el Gobierno ha distribuido en los últimos días: 200 rupias (3,60 euros) y 20 kilos de trigo. "No nos alcanza ni para una semana", dice desesperada Ramsaki.
Pero esta familia no es la única afectada. Los ríos se desbordaron, llovió durante 21 días seguidos y millones de personas tuvieron que dejar sus hogares. Se encuentran alojados en condiciones paupérrimas en la carretera, que sobresale sobre el nivel de las aguas. El espectáculo es estremecedor: toldos apostados en la calzada formando filas interminables, más allá de donde la vista puede llegar. A pesar de que no ha llovido en los últimos seis días y de que la riada va cediendo poco a poco, el agua lo cubre todo a ambos lados del estrecho camino. Del negro espejo de las aguas apenas emerge algún que otro árbol o un techo de lo que era una casa de bambú.
No se ve nada de las tierras de cultivo. La mayoría de la gente ha perdido la cosecha de arroz. Ramsaki y su marido no tienen tierra, pero trabajan como jornaleros, por lo que han perdido su única fuente de ingresos. Como ellos, la mayoría de los afectados son de la casta de los intocables, los más pobres, los más desamparados cuyas casas fueron arrastradas por ser las más débiles, construidas sólo con adobe o bambú.
En otro lugar de la carretera se encuentra una familiar de Ayodhi Ram, un jornalero de 35 años. Dos de sus tres hijos, de entre uno y siete años, tienen la piel de la cara cubierta de pequeños granos. Al parecer es una infección, pero no han sido examinados por ningún médico.
Ayodhi quisiera poder preocuparse por esa enfermedad ahora. "Pero primero está alimentarlos. Cada día es un triunfo conseguir un poco de comida", cuenta el hombre afligido. A este lugar no ha llegado ninguna ayuda.
"Queremos comida, no medicinas", piden una y otra vez los damnificados. Es la sorpresa con la que se han encontrado los cooperantes de una Organización No Gubernamental que prefieren no decir sus nombres.
La mayoría de las familias vive al día. Algunos han recibido ayuda, otros compran un poco de comida cada día y algunos, que saben que el peligro de las inundaciones es constante cada año, han guardado algunos granos. Sin embargo, muchas familias lo han perdido todo también bajo el agua.
Por ello, la desesperación va en aumento. Ante la llegada de cualquier extraño, algunos pobladores se reúnen para demandar comida. Esta situación podría agravar aún más uno de los problemas más hirientes de Bihar: en este Estado, un 58% de los menores sufre habitualmente de desnutrición, según datos de Unicef.
Los otros dos problemas más graves son el acceso al agua potable y la falta de higiene. Aunque el Gobierno de Nueva Delhi ha puesto en servicio bombas que extraen agua potable del subsuelo a lo largo de la carretera, la gente tiene que bañarse o caminar a través de agua estancada, que está contaminada. Entre los afectados podrían surgir epidemias, según ya ha alertado la ONU, como la malaria, el dengue, las enfermedades respiratorias o de la piel y el sarampión.
Por ahora, aunque no ha habido ningún brote, hay numerosos casos de diarrea.
Los afectados no tienen ningún tipo de letrinas, por lo que defecan en el suelo o en el agua estancada. La misma agua en la que se bañan y que anega todavía las casas en que muchos aún buscan cobijo.
"Lo único bueno es que al menos no ha vuelto a llover", decía ayer Ram, deseando que pronto el agua baje más y pueda volver a su casa. Pero anoche otra tormenta caía en Bihar sobre los millones de toldos de plástico.
"Es el momento de las epidemias"
"El nivel del agua está disminuyendo y el calor aumentando. Éste es precisamente el momento en que se pueden producir las epidemias", alerta el jefe de salud de Unicef para India, Marzio Babille. El reto de las ONG debe ser "más ayuda y más rápido", según este experto.
En Bihar, el agua está cediendo un poco y algunos de los millones de desplazados están volviendo a sus hogares. La situación está mejorando, pero no en todos los lugares. Aunque cada vez la ayuda llega a más gente, Babille cree que unas 50.000 personas siguen fuera del alcance de los equipos de ayuda. A estos damnificados no les llega comida desde los helicópteros del Ejército, ni se sabe si tienen fuentes de agua potable. Aunque Unicef asegura que ha distribuido pajitas de vida, unos filtros por los que se puede beber el agua estancada.
Babille explica que Bihar es un Estado muy pobre, con un retraso histórico. Las infraestructuras son obsoletas y están entorpeciendo el trabajo humanitario. La higiene en el área es ya de por sí mala. Pero en estos momentos es "mucho peor". Ahora la gente no tiene otra opción y está defecando en el agua estancada en que la que todos se bañan y los niños juegan. Además, el agua empantanada es un "un caldo de cultivo" para los mosquitos que contagian enfermedades como malaria y dengue, explica Babille
Con la disminución del nivel del agua de las inundaciones el calor aumenta y la comida se descompone muy rápido, por lo que también existe más riesgo de enfermedades gastrointestinales.
El Gobierno indio y Unicef han enviado 190 médicos a visitar las aldeas inundadas. "Tendrá que verse la posibilidad de aumentar ese número si encontramos algún indicio de epidemia", dice.
"El reto que tenemos por delante es todavía titánico", asegura otro responsable de una ONG. El acceso al agua potable y la sanidad son las prioridades.
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