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Reportaje:OFICIOS Y PERSONAS: FRANCESC ROSELL MIRABET | Pastor

"Las ovejas son mi droga"

Francesc lleva siete años haciendo de pastor en L'Ametlla de Montsec. Ahora posee un rebaño de 1.600 ovejas

Francesc Rosell Mirabet lleva 70 años, casi toda una vida, haciendo de pastor, un oficio que está desapareciendo incluso en lugares de gran tradición pastoril. Cada día sin excepción lleva a pastorear un rebaño de 1.600 ovejas a los campos y bosques de L'Ametlla de Montsec (Noguera), en la ladera de la sierra del mismo nombre. Puede decirse que él es el último pastor que queda en el valle de Àger, donde en los últimos años se han ido abandonando decenas de explotaciones de ganado ovino porque es "un mal negocio".

Francesc vive en una masía situada en las proximidades de L'Ametlla de Montsec, una pequeña localidad en la que apenas viven una docena de personas de forma permanente. Su esposa se ocupa del huerto, mientras que su hijo Jordi trabaja en el campo y también le ayuda a cuidar de las ovejas que están en periodo de cría. "El día que no pueda sacar el rebaño a pastar, mi hijo no podrá hacerlo y tendrá que contratar a una persona o venderse las ovejas. El problema es que no se encuentran pastores que sepan de qué va este oficio", señala. "Te tiene que gustar", afirma, "y no todo el mundo sirve". "El día a día te va curtiendo y te va haciendo un pastor experto".

Ciertamente, la vida del pastor ya no es lo que fue en otros tiempos, aunque sigue siendo igual de dura. Francesc se levanta cada día a las seis de la mañana -en invierno un poco más tarde- y se va al cercado o corral donde ha pernoctado el rebaño. El motivo de madrugar tanto es porque las ovejas soportan muy mal el calor. "A partir de las diez", explica, "buscan la sombra y cuando la encuentran se agrupan y se quedan quietas. Entonces no hay forma de hacerlas andar. A veces, si hace calor, se niegan incluso a salir del corral y ni los perros pueden con ellas, aunque lo normal es que acaben obedeciendo mis órdenes".

Ahora el pastor normalmente va a comer y a dormir cada día a su casa. La indumentaria de Francesc, una mochila y un paraguas, es mucho más sencilla que la que caracterizó a los pastores hasta los años setenta. En la mochila lleva una botella de agua, alguna fruta y un transistor. "Sin el receptor de radio", remarca, "no iría a pastorear, me hace mucha compañía y el tiempo pasa más deprisa. Suelo escuchar música, pero sobre todo las noticias para enterarme de lo que pasa por el mundo. Me siento en una sombra, pongo la radio y, a veces, me quedo dormido enseguida". En cambio, no lleva teléfono móvil, un aparato que le podría ser de mucha utilidad en caso de sufrir un percance. "Le compramos uno pero no lo quiere llevar", apunta su hijo.

Francesc no se olvida en ningún momento de la conversación de sus perros, Rita y Chispa, "los verdaderos pastores", dice, ni tampoco del sacrificio personal que requiere el oficio. "Dedicas muchas horas, prácticamente de sol a sol, tanto en invierno como en verano. El pastor no hace fiesta ni el día de Navidad. Mi vida son las ovejas". Este año hará una excepción y viajará a Madrid una semana para visitar a su hija.

Francesc se deshace en elogios cuando se refiere a sus dos perros, que le siguen a sol y sombra y que incluso duermen debajo de la ventana de su habitación. "Paso que doy yo, paso que dan ellos. Sin ellos no sería nada, son tan importantes como el pastor. Las ovejas saben que si no voy con ellos pueden hacer lo que quieran. Rita es tranquila, mientras que Chispa es muy agresiva y le he tenido que cortar los dientes porque es muy aficionado a morder a las ovejas".

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Idéntica pasión pone el pastor al hablar de su rebaño. "Yo no sé qué son las drogas porque no las he probado nunca", afirma, "pero al que le gustan las ovejas no puede pasar sin ellas. Son mi droga, sufro por ellas y me esfuerzo para que estén bien y no se queden nunca sin salir a pacer. Cuando no las tengo delante, las encuentro a faltar. Tengo que estar muy enfermo para dejarlas un día en el corral. Mi mundo son las ovejas". Nada de lo que dice Francesc es exagerado. Está tan compenetrado con sus ovejas que las conoce casi a todas y cuando una cría sabe cuál es su cordero. Pero lo importante, añade, "no es que el pastor conozca a las ovejas, sino que las ovejas te conozcan a ti".

Si el oficio de pastor está en peligro, lo mismo puede decirse del futuro de la ganadería, una actividad poco valorada y poco rentable. Francesc pronostica que en un periodo de 4 o 5 años "no quedarán pastores ni rebaños". Lo cierto es que el censo de ganado ovino está disminuyendo en los últimos tiempos. Considera que la ganadería debería estar más protegida por la Administración, pero no a base de subvenciones, sino aplicando unos precios razonables. "Los corderos que vendemos tienen el mismo valor ahora que hace 10 años y, en cambio, el precio del pienso no para de subir. Esto no hay quien lo aguante", lamenta el pastor. Su rebaño se come toda la producción anual de cebada y alfalfa, pero en años de mala cosecha se ve obligado a comprar pienso y forrajes, con lo que los costes de producción se disparan.

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