Esconderse a plena luz

A medio camino entre el ensayo histórico y el género biográfico, muy prolija en la exposición de aspectos secundarios, escrita con una prosa eficaz pero poco seductora -hasta el punto de que, según se avanza en sus páginas, disminuye notablemente la atracción por una existencia que, al cabo, resulta más enrevesada que enigmática-, El orientalista de Tom Reiss (Nueva York, 1964) es una monumental investigación sobre Essad Bey, nacido en 1905 en Bakú (Azerbaiyán), hijo de adinerados judíos de Odesa.

Su nombre civil era Lev Nussimbaum; educado en escuelas alemanas y rusas en Berlín, se convirtió al islam y ejerció, en el periodo de entreguerras, de príncipe musulmán; con el seudónimo de Essad Bey, además de gruesos volúmenes sobre el Cáucaso, la industria petrolífera de Azerbaiyán o la policía secreta de los sóviets, escribió las biografías de Mahoma, de Lenin y del zar Nicolás II. Llegó a ser conocido -en España se tradujo en los años treinta-. Sus libros son difíciles de encontrar, y hoy se le recuerda, sobre todo, por otro seudónimo: Kurban Said, el autor de Alí y Nino (Debate, 2000), una novela de amor y aventuras (la pasión entre un cristiano y una musulmana, con el trasfondo del derrumbe de la Rusia zarista, la emergencia bolchevique y las ambiciones turcas sobre Azerbaiyán), que constituye una metáfora de la colisión entre Occidente y Oriente.

Essad Bey murió en plena guerra, en 1942, refugiado en Positano (en la región de Campania), donde se hizo adicto a los opiáceos para soportar la enfermedad que lo envejecía rápidamente. Dejó inacabado el libro, escrito febrilmente en Positano, de carácter autobiográfico, titulado El hombre que no sabía nada del amor.

Según el mosaico que de ella expone su biógrafo Tom Reiss, la existencia de Essad Bey se diría el contrapunto sarcástico de tantos de sus contemporáneos, para quienes ser o no ser judío suponía un riesgo mortal. Essad Bey, en cambio, de quien siempre se sospechó que no era quien decía ser -hasta su mujer utilizó este argumento para divorciarse-, nunca tuvo problemas políticos con su identidad. En cierto modo, como dice Reiss, representa la confusión de la época. Por lo demás, su repugnancia ante la revolución -marcada por la experiencia de las atrocidades cometidas por los bolcheviques en Bakú-, le hizo receloso de cualquier totalitarismo. Fue, en efecto, un Houdini ideológico, pero su proteica capacidad para "esconderse a plena luz", que acaso debería suscitar admiración, se atenúa al no trazar su biógrafo esa sinuosa línea que hace memorable incluso la vida más insípida. Essad Bey fue un genio cosmopolita gracias a una educación estrafalaria, y eso le sirvió para escribir unos cuantos best sellers. Pero su vida fue más extravagante que misteriosa. De ahí que este libro, con su exceso documental, sea más un catálogo de curiosidades que un poliedro de cristal que, al iluminarse, muestra las múltiples variantes del mismo rostro.