Un nudo en la garganta
De pronto tres incendios, en Gran Canaria, en La Gomera, en Tenerife, han puesto un nudo en la garganta del archipiélago. Territorios rodeados de agua por todas partes, las islas sufren las inclemencias del fuego como barcos varados, a veces indefensos, en todo caso alejados de los centros desde los cuales se puede prestar ayuda rápida, eficaz, contundente. Una copla canaria dice: "Todas las Canarias son/ como ese Teide gigante,/ mucha nieve en el semblante/ y fuego en el corazón". Indefensas, arrinconadas a veces en el paraíso de la belleza, han sufrido durante siglos el azote de la lejanía, en el que también residen muchos de sus encantos. Pero cuando están más lejos, cuando se sienten más lejos, es cuando cunde sobre ellas la desesperación abrupta de la desgracia.
Paulino Rivero, el presidente canario, ha apelado estos días, en Madrid y al borde de los fuegos, a la comprensión del desastre como una tragedia de todos; y los isleños viven, vivimos, la zozobra con nombres propios, con apellidos; los lugares que se están quemando son tránsito habitual de lo que en la historia se llama pueblo llano, lejos del latido turístico y de las rutas del neón. Es el corazón de las islas, el que late bajo el Teide gigante, el que está siendo afectado por una tragedia a la que luego le nacerán las estadísticas. Ahora es el drama de los hombres, una ruina que cada canario vive en primera persona. Lo que ocurre en el corazón de las islas, en el centro y sur de Gran Canaria, lo que le ha pasado a Chipude, en La Gomera, donde ha estado a punto de destrucción el maravilloso Garjonay, y lo que sucede en la zona norte de Tenerife, escapa al sentimiento de las metáforas y tiene el alcance horrible de una catástrofe natural que ya no se puede remediar y que en el futuro sólo pueden prevenir los hombres.
La climatología adversa, esas temperaturas tórridas e insólitas en algunas de las zonas citadas, combinadas con un viento traidor e infrecuente, y con la facilidad que tiene el fuego para propagarse en territorios donde dominan la pinocha y otros conductores naturales del fuego, han puesto de manifiesto la fragilidad concreta, casi de cristal, de las islas.
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