_
_
_
_
Entrevista:TRANSGRESORES

Lang Lang, el genio chino

Con 25 años, es el futuro del piano. Su frescura ha revolucionado la música. Este chino se ha convertido en un auténtico fenómeno de masas en su país: le veneran como símbolo del éxito. Con él iniciamos 'Transgresores', la serie de entrevistas de este verano con cinco personajes rompedores.

Jesús Ruiz Mantilla

Lang Lang sabe dónde se esconde el alma de las cosas. Lo ha aprendido poniéndose a prueba contra todo un universo imaginario que le acompañó en sus soledades de infancia como hijo único. Él no eligió ese destino. Nació hace 25 años en Shenyang, ciudad de un país, China, donde la palabra hermano ha quedado abolida por exceso de cupo.

"Hay gente que se lelva una sorpresa en China cuando descubre que Mozart está muerto. Para nosotros es algo de hoy"

Poco a poco, este pianista insólito, superdotado, fue buscando compañías con que llenar el tiempo. Necesitaba que le repusieran de los disgustos y las decepciones que se llevaba como músico prodigio. El más importante fue un perro de goma que ganó en un concurso. Bueno, ganar es un decir, porque, en realidad, aquel perro que colocó en la tapa de su piano fue un premio de consolación que le dieron por haber quedado en un discreto puesto -séptimo u octavo, ya no se acuerda- cuando tenía siete años. Al principio lo odiaba: "A los ganadores les habían dado grandes premios, y a mí, el perro".

Rápidamente, aquel animal casi ridículo se convirtió en el espejo de su posible futura mediocridad. Pero Lang Lang, que desde que tenía uso de razón o memoria, que viene a ser lo mismo, se le había metido en la cabeza llegar a tocar el piano como Tom y Jerry, con el virtuosismo imposible de los dibujos animados, se rebeló. No contra el pobre perro, sino contra sí mismo: sin errar el disparo ni descargar culpas fáciles en otros. Así fue como, poco a poco, fue cogiendo cariño a su muñeco. "Acabé tocando el piano para él; al fin y al cabo, no tenía la culpa de nada. Quería hacerle feliz, se merecía lo mejor", cuenta. Fue su primer público.

Ahora llena auditorios y provoca el delirio con sus interpretaciones profundas y concienzudas de Beethoven, Haydn, Rachmaninov o Brahms. Les dota de un vigor y una madurez asombrosas para su edad y para la lejanía de la cultura que representan. Quizá la clave sea ésa, aparte de una visión tan enérgica como transgresora de su mundo. Una fresca calidez que le lleva a proclamar que no le importa que le aplaudan en mitad de una pieza. Una curiosa inconsciencia que le hace quitar pompa y circunstancia a un mundo demasiado formal con naturalidad y cierto descaro. Hay otras razones también. Para muchos en su país, incluso para él antes de estudiarlo a fondo, la música de un tal Mozart estaba vivísima. Tanto como quien la había creado: "Hay gente que se lleva una sorpresa en China cuando se entera de que Mozart está muerto y que vivió hace más de 250 años. Para nosotros es algo de hoy", afirma.

Como tal, en cierta forma, lo afronta Lang Lang, que es un auténtico fenómeno en su país. Allí, en el Extremo Oriente, el mundo de la música clásica ha encontrado un puro filón de talento. Su nombre y otros como el de Yundi Li vienen apretando en el mundo del piano.

Solista no es una palabra muy bien vista en China. Pero Lang Lang, sobre todo, se ha convertido en todo un icono del triunfo individual. El genuino representante del éxito personal. Algo que debe extrañar en un lugar que todavía se considera en los círculos ortodoxos como comunista, pero que en la realidad ha roto a la fuerza el cordón umbilical de los dogmas colectivistas. Se veía venir. Estaba más que claro en una sociedad cuya primera generación de hijos únicos empieza a pedir paso.

Pero al tiempo, Lang Lang es un fenómeno global. Ha firmado con una multinacional, la Deutsche Grammophon, que pertenece a Universal; interpreta bandas sonoras como El velo pintado, y da conciertos en los cinco continentes, unos 140 al año. Tiene casas en Pekín, adonde va cada muy poco tiempo y da clases magistrales a niños y jóvenes; en Nueva York, donde se muda después de haber pasado años en Filadelfia, la ciudad donde se ha formado a fondo en la escuela Curtis, y en Berlín, donde pasa temporadas con su mentor, Daniel Barenboim. Él se ocupa de perfeccionar su formación musical, pero también humanista. "Es un segundo padre para mí. Me enseña todo lo que me puede ser de utilidad", asegura Lang Lang en el vestíbulo de un hotel en plena Alhambra de Granada, donde actuó este mes de julio en su festival internacional junto al director citado y la orquesta Staatskapelle de Berlín.

Allí se presentó el joven pianista, acompañado de su madre y con su aspecto de chico a la última: aparatosas gafas de Dior, polo Lacoste azul, prendas de Adidas y sus dos iPod: uno rojo con música china, pop y crossovers, y otro verde con música clásica.

Es usted el alumno aventajado de un grande como Daniel Barenboim. ¿Cómo le trata?

Se preocupa mucho por mí en todos los sentidos, no sólo como profesor de piano; también me cuida.

¿Cómo?

No preocupándose sólo por cómo evoluciono con el piano, sino en todos los sentidos; qué pienso de determinadas cosas, discutimos, me explica de todo. Por ejemplo, antes de llegar a Granada, en el avión me contó la historia de este festival y de la Alhambra.

Es un mentor, entonces.

Eso, eso, un auténtico mentor que me enseña a amar este mundo y a sentirme feliz por formar parte del mismo.

¿Cómo se conocieron?

Vino a verme a un concierto con la Filarmónica de Nueva York. Tocaba el Segundo concierto para piano y orquesta, de Rachmaninov, con Kurt Masur, en 2002. Fue perfecto porque en aquella época me graduaba en la escuela Curtis y necesitaba alguien que se ocupara de mí. Tuve mucha suerte de encontrarme con él en ese momento porque estaba despistado, no sabía qué hacer.

Pues no parece usted muy desconcertado en esta vida.

No, tengo una suerte inmensa; consigo lo que quiero tanto en mi vida normal como profesionalmente. No me quejo, lo paso bien.

Se ha convertido usted en un símbolo del individualismo en China.

Un poco, sí, un poco. Porque los pianistas no son como los futbolistas. Soy un solista.

Es usted más parecido a un jugador de tenis.

Sí, exacto. Aunque me gusta jugar en grupo también, por eso hago mucha música de cámara; pero, aun así, sigues trabajando de forma individualista.

Y eso, en un país como China, no es tan común.

Antes no, pero ahora empieza a serlo. Hay estrellas en la música, en el cine. Empezamos ese camino que no sé si es bueno o malo, pero que es así.

Para un chico tan joven, ¿ser una estrella es más una losa o un placer?

Una losa, no. Es fantástico, me encanta. Mi sueño era ser pianista y lo he conseguido. Soy feliz. Era la vida que había elegido desde niño, mi objetivo estaba claro desde pequeño. Si alguien te obliga o te fuerza a ello puede ser estresante, pero elegirlo y conseguirlo te hace feliz.

Pero su padre, que es músico también, lo deseaba. ¿No se sintió presionado por eso?

Por supuesto que lo quería. Es cierto que de niño algunas cosas fueron estresantes. Pero ahora, no. Estoy metido a fondo en este mundo y lo adoro. Es como vivir con alguien. Si lo deseas, fantástico; si no, es un infierno. Tiene que existir la química. Si me tuviera que ganar la vida con las matemáticas, me volvería loco. No hay nada malo en las matemáticas, es mi relación con ellas lo que falla. Pero la música, la adoro.

¿Con qué compositores siente esa química?

Intento establecer esa conexión especial con cada pieza que decido estudiar. Cada obra requiere su tiempo. No son lo mismo las Variaciones Goldberg, de Bach, o la sonata Hammerklavier, de Beethoven, que otras que dominas en unos días. También hay conciertos, como el Segundo de Rachmaninov o el Quinto de Beethoven, con los que me siento especialmente bien. Pero hay otros, el Primero de Brahms, por ejemplo, que me cuesta más. No es que sean dolorosos, es que te hacen sentir incómodo. Tienen algo que te deja sin aliento, no consigues respirar tranquilamente. La dificultad es encontrar el equilibrio, el momento en el que abres la puerta. Como jugar al fútbol.

Ya, le he oído comentar en el documental 'Dragon songs' que tocar el piano es casi tan difícil como jugar al fútbol. ¿Me lo puede explicar?

Sí, así es. Todo tiene su dificultad. Para jugar al fútbol hay que saber. Todos los grandes jugadores toman sus grandes decisiones en el campo como si fueran artistas. Desde dónde colocan la pelota hasta la configuración, el ritmo: ahora rápido, después lento. En piano tienes 10 dedos, como los jugadores sin portero, y debes decidir cuál utilizas en la mejor posición. Como dijo Liszt, el truco está en que cada dedo es un ente, y los 10 al tiempo, un bloque. Como en un equipo, cuentas con grandes individualidades; pero, como grupo, necesitas un equilibrio.

Pero la gente cree que el piano es cosa de uno, y usted lo concibe de otra manera.

Sí, la cabeza controla, el corazón da emoción. La cabeza es el director; el corazón, el artista; los dedos, jugadores. El piano, en sí, no es más que un artilugio. Eres tú quien debe ponerle corazón. Así es como se le humaniza. Si no le das emoción, no tiene sentido. Luego está tu sentido musical, las dinámicas que imprimes, el fraseo? Como si recitaras un poema y cantaras, todo al tiempo. No sólo debes tener sensibilidad para una cosa, todo está relacionado.

Buena filosofía, ¿de dónde la ha sacado? ¿De Europa, de China, de Estados Unidos?

Pensando, dándole muchas vueltas. A veces combino la filosofía china más antigua con otras cosas que he aprendido en Occidente. Barenboim quiere que pase más tiempo en Europa que en otros lugares. Para la música clásica es mejor. No es que en Estados Unidos no haya una cultura para esto: la hay, pero es diferente. Es como la de Europa, pero en otro sentido. Aquí, las cosas se parecen más a la antigua cultura china. Es curioso, la concepción de la vida china es muy europea; pero su modo de hacer las cosas, muy americano. Así lo veo, en general. Como viven, tratan a la gente; la comida, muy parecida a la española; la tapa, el picoteo.

Resulta curioso lo suyo, porque, aparte de ser un símbolo del individualismo en China, cuando cuenta que vive a caballo entre Pekín, Nueva York y Berlín parece más un icono de la globalización.

Me esfuerzo mucho en dar esa imagen porque creo firmemente que el mundo es uno. Como artista veo claro que los seres humanos experimentan sensaciones parecidas en todas partes. La música clásica muestra claramente eso.

Así que la música clásica puede ser el lenguaje de la globalización.

Por supuesto, no sólo la clásica. La música entera.

Pero este mundo, en muchos aspectos, va de cabeza. ¿Qué es lo que más le preocupa?

Odio la guerra, la pelea, la falta de respeto mutuo. No lo entiendo, no lo acepto. El aspecto religioso es importante. Todas son diferentes, pero iguales en el fondo; todas buscan un sentido trascendente, sean budistas, cristianas, musulmanas. Los conflictos religiosos han sido siempre más graves que los que han existido entre naciones. La gente está tan metida en sus mundos que no quiere saber nada de los de enfrente, y eso está mal. De ahí vienen los problemas. Además hay gente que no le gusta estar en paz. Se ve al visitar ciudades, el humor de cierta gente. Aunque no se puede generalizar.

Como que todos los árabes son terroristas; la Alhambra nos puede enseñar lo contrario.

Es una tontería pensar eso. La Alhambra es como un sueño. La cultura que la concibió es una gran cultura.

Ofrece 140 conciertos al año. Demasiados.

Me gusta tocar. Para la mayoría serán muchos, para mí está bien. Lo ideal serían 100, lo sé, pero no me sobran por ahora. Aprendo tocando, lo necesito para superarme; si tocara menos perdería motivación. En la música clásica era más normal ese ritmo de trabajo en otros siglos. Bach componía algo cada semana y lo tocaba los viernes. Una pieza no se perfecciona con una interpretación, hay que moldearla en escena. Me gusta aprender repertorio y tocarlo en público.

Con ese ritmo, ¿a qué le tiene miedo?

¿Yo? A nada.

¿A la soledad?

No me siento solo, en absoluto.

Pero no tiene miedo a nada porque es muy joven. Ya tendrá tiempo de escalofriarse.

Sí, quizá en el futuro, pero espero que no.

¿Y qué echa de menos de China?

A mis parientes, mis amigos, la comida. Y ya está.

¿Sólo?

Es que regreso cada poco tiempo.

Usted es un fenómeno allí, le adoran. Millones de niños quieren ser pianistas por usted. Se ve que le gustan las cosas difíciles.

El piano es muy popular, sí. Es el instrumento rey, más que la guitarra. El número uno. Tanto como el fútbol, aunque no juegan bien.

Y eso que dice usted de que en China muchos creen que Mozart vive.

Eso es lo bueno para mi generación. Mozart queda lejos de nuestro mundo. En Estados Unidos, la gente se volvió loca por el piano hace 100 años; en Europa, hace 200; en Japón, 50 años atrás; en China, entre los ochenta y noventa. Estuvimos cerrados durante décadas. La Revolución Cultural, todo eso. Habíamos perdido el tren. Pero ahora no hay nada que pueda evitarlo, es la globalización. Así que los niños quieren aprender y entender el mundo, y ser parte de él. No encerrarse, sino aprender lo bueno de cada cultura. China crecerá con sus jóvenes por todo el mundo, para que vuelvan a nuestro país a implantar una cultura nueva.

Mire qué es curiosa una cosa. Lo que ha asustado China al mundo con su comunismo, y resulta que lo que había que temer era su capitalismo.

Bueno, no soy un político, me considero neutral. Pero hay que saber que China fue muy débil a mitad del siglo XX, y necesitaba hacer algo, despertarse. Mucha gente vive todavía en China como hace 2.000 años, y no hay nada que hacer. A muchos no les gusta cambiar, prefieren seguir como han vivido siempre. Mira lo que se ha conseguido con la guerra de Irak, nada. No puedes pretender cambiar a la gente de un día para otro. Cambiarán con paciencia, poco a poco, generación a generación.

Y para su generación, ¿qué es el comunismo?

No nos lo creemos, no nos sentimos comunistas. La teoría es el igualitarismo, pero todos somos distintos. Aunque está bien tender a repartir, es muy difícil conseguir la igualdad. Pero lo bueno en China es que la gente se ha concentrado mucho en lo importante, en la economía y en el progreso. Lo podremos ver el año que viene, con las olimpiadas, por ejemplo. Pero seguimos aprendiendo y evolucionando, y eso es más importante que todo lo demás.

¿Cómo aprenden música en su país? El éxito es evidente.

Trabajamos duro. No es fácil. Pero, al tiempo, esa dureza es buena. El problema es que no tenemos buenos profesores. Durante la época de la Revolución Cultural se prohibía todo eso, la cultura occidental, la música clásica. Con ese panorama, ¿cómo esperas buen nivel en el profesorado? De todas formas, han hecho un gran esfuerzo por recuperar el tiempo perdido; pero si tienes talento, debes salir fuera. Es difícil perfeccionar allí teoría musical. Puedes llegar a entonar, pero el porqué hacerlo de una manera u otra no te lo enseñan bien.

Entonces, esa madurez musical que usted ha alcanzado, ¿cómo se fue construyendo?

Empecé a estudiar historia de Europa muy pronto. Mi ambiente era muy clásico, para la música china y la occidental. Conocí la cultura pop mucho más tarde. Empecé a ir al cine a los 17 años o por ahí. Estuve como en una isla.

¿En la cual reinaba como hijo único?

Tiene ventajas; con más hermanos, mis padres no habrían tenido dinero para que estudiara piano.

Llama la atención. Unos tanto y otros tan poco. Aquí el Gobierno español estimula la natalidad con 2.500 euros. Por no hablar de la cantidad de niñas chinas que se adoptan.

¡Pues yo veo este país siempre lleno de gente! Lo de las adopciones pasa también en Estados Unidos. Es muy triste, es tan triste?, un atraso cultural que ocurre sobre todo en el campo y no tanto en las ciudades. Es una mierda, de hecho. Ahora el problema que tenemos, además, es otro. Que son todos niños, y el sueño de todos ellos es encontrar novia.

Y de la cultura pop, ¿qué le fascina?

Cuando empecé a escuchar música pop me resultaba chirriante, demasiado efecto electrónico, difícil para que mis oídos se acostumbraran. La primera vez que me metí en una discoteca, en Tel Aviv, estuve un mes con pitidos en los oídos.

¿No le gustó?

Sí, hombre, pero es que tenían la música muy alta.

Y en sus iPod, ¿qué escucha?

En el rojo, pop chino y mandarín; también otros cantantes que me gustan: Norah Jones, Justin Timberlake, Christina Aguilera? En el verde, todo tipo de música clásica.

¿Barenboim le está tentando para pasarse a la dirección como hizo él?

No, él no quiere. Cree que debo seguir concentrado en el piano. Hombre, a mí me gustaría probarlo. De hecho, voy a dirigir desde el piano unos conciertos de Mozart con la Sinfónica de la Radio de Baviera, en Múnich. Ya veré si lo disfruto o no. También hay una cosa que me gustaría probar: dirigir alguna vez los valses del Concierto de Año Nuevo en Viena.

Veo que sigue soñando, aunque lo ha conseguido casi todo.

Sí claro, bastante. Me encantaría enseñar, dedicar mucho tiempo a eso.

¿Cómo se despierta un verdadero talento? ¿Cuál es la clave?

La clave es tocar y tocar. Y comunicar, enseñar a transmitir la música, y eso no es difícil. Por supuesto, hay que derribar la imagen de la música clásica como algo aburrido y caduco. ¿Puede alguien decir que Shakespeare lo es? Pues hay que intentar lo mismo con la música. La música buena jamás pasa de moda. Debe tomarse en serio la actitud; pero la emoción, debemos intentar que la gente se deje llevar por ella.

Incluso en las salas de conciertos. La gente sonríe poco, muestra con reserva sus emociones.

Estoy completamente de acuerdo. Me encantaría sentir eso. Yo hago las cosas de corazón, y quiero la misma respuesta. A veces parece que van al templo. A mí no me importa que aplaudan en mitad de un movimiento.

No, pero al público sí. Enseguida se oye: "¡Schhhhh!". No es como en los tiempos de Liszt, cuando la gente le vitoreaba y las mujeres se desmayaban a sus pies.

Eso. Si a la gente le sale aplaudir, que lo haga.

¿En China pasa?

Aplauden cada movimiento, no conocen esas convenciones.

Ni falta que hace enseñárselas tampoco.

Y tanto. No sé, a lo mejor tienen razón los que se lo toman todo tan en serio, pero deben saber que no hay ninguna regla que obligue a eso. Si a alguien le apetece aplaudir, que lo haga. Los móviles sí que son un problema, eso es distinto.

¿Se considera un rompedor de cosas establecidas?

Tampoco, lo que intento es hacer bien mi trabajo. Quienes van por el mundo dándoselas de rompedores me parecen idiotas. Siempre ha existido alguien antes que les ha precedido. Los que solamente nos preocupamos de hacer cosas no tenemos tiempo para plantearnos si son inusuales o no. Si te concentras más en eso es que eres imbécil.

Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_