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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

¡Al diablo con la ciencia!

Fernando Savater

Es probable que buena parte de los lectores menores de treinta años, que alguno habrá, no tengan hoy mucha idea de quien era Paul K. Feyerabend. Y sin embargo fueron precisamente los jóvenes quienes le hicieron popular y notable en su día, aunque tal día de esplendor, ay, llegó a su fin hace casi veinte años. Feyerabend nació en Viena en 1924 y al principio se interesó sobre todo por el teatro y la música. Al estallar la guerra mundial se incorporó a las SS y llegó al grado de teniente (lo cual no debía producirle ningún problema moral, porque como él mismo se encargó de aclarar después ninguna ideología es intrínsecamente buena o mala, lo único que puede decirse es que unas gustan a la gente más que otras. Y añade: "En lo que a mí concierne, no existe diferencia entre los verdugos de Auschwitz y esos benefactores de la humanidad", entre los que incluía a educadores, intelectuales, médicos, etcétera). Acabada la guerra se doctoró en filosofía y pidió una beca para estudiar en Cambridge con Wittgenstein. Como éste acababa de morir, siguió los cursos de Karl R. Popper. Después, gracias a la ayuda de éste, fue profesor en la Universidad de Bristol y luego en otras varias de Inglaterra, Estados Unidos, Alemania y hasta Nueva Zelanda. Simpático, extravagante y seductor, alcanzó notable presencia mediática a través de sus libros, conferencias y apariciones en televisión. Contó con desparpajo su vida en unas memorias de título excelente: Matando el tiempo (Debate, 1995). Finalmente, ya cercano a los setenta años, se jubiló de sus tareas académicas y se disponía a disfrutar de sus ahorros, tumbado al sol -cosa que le encantaba- junto a su última mujer, cuando se le declaró un tumor cerebral y se murió. Cosas que pasan.

GALILEO EN EL INFIERNO. Un diálogo con Paul K. Feyerabend

José Luis González Recio

y Ana Rioja

Trotta. Madrid 2007

85 páginas. 10 euros

La obra más célebre de Feye

rabend y el núcleo esencial de su mensaje teórico, que repitió en todos sus demás escritos de un modo u otro, es Contra el método (Ariel, 1974). Amplió el libro en Tratado contra el método (Tecnos, 1981). Allí arremete contra la tiranía de nociones como "verdad", "objetividad" y "razón", que son el corsé dogmático que oprime a la gente y a su manera de ver el mundo. El principal objetivo de su diatriba es el supuesto "método" que los científicos deben seguir para alcanzar sus conocimientos y establecer sus teorías, sobre el que tanto escribieron su maestro Popper, su compañero y amigo Imre Lakatos, así como otros muchos. Ese método debe seguir algún tipo de orden expresado en reglas, leyes o principios de validez general, lo que a Feyerabend le parece ni más ni menos que un "cuento de hadas". Para él, que se declara "anarquista epistemológico", no hay ningún método especial que garantice el éxito científico o lo haga más probable. Todos los llamados principios o leyes de la naturaleza son establecidos de modo ideológico, puramente social, a fin de cuentas por votación... como el resto de las leyes que padecemos. La realidad es que todo vale, tanto en ciencia como en ética o política, y los razonamientos que hacen plausible lo que quiere imponerse al público son meras estrategias de venta al por mayor, como las de la publicidad. Es evidente que Feyerabend fue un heraldo vanguardista de lo que luego se ha llamado "posmodernidad", aunque los principales representantes de ésta hayan después limado y adecentado los aspectos más truculentos o provocadores del discurso del vienés.

En Contra el método, el principal ejemplo sobre el que Feyerabend apoyaba su teoría (o intentaba vender su capricho, que con esta gente nunca sabe uno como acertar) era la afirmación del movimiento terráqueo por Galileo. Semejante doctrina contravenía nuestra intuición inmediata del movimiento (¿cómo no íbamos a notar ese desplazamiento de algo sobre lo que vamos montados?, ¿acaso no nos despeinaríamos o notaríamos el viento en el rostro?), además de desmentir la física de su época y no sé cuantas teorías acrisoladas y apoyadas en supuestos "hechos concluyentes". Y, sin embargo, se mueve... Según Feyerabend, Galileo fue el primer anarquista epistemológico de la cristiandad científica.

De modo que no deja de ser

un gesto de justicia poética el que llevan a cabo José Luis González Recio y Ana Rioja -profesores de la Universidad Complutense, especialistas en filosofía de la ciencia- en este libro. Tras un informativo prólogo sobre Feyerabend y su utilización de los descubrimientos de Galileo, inventan un posible diálogo infernal entre ambos, proyectados sobre un escenario que toman prestado -con el debido agradecimiento- a Sartre en su conocido drama A puerta cerrada. El género filosófico elegido corresponde bien a sus protagonistas, porque tanto Galileo como el propio Feyerabend compusieron diálogos entre personajes imaginarios o casi imaginarios para exponer algunas de sus teorías. De modo que ahora no les queda sino resignarse a verse utilizados como antagonistas en otro coloquio filosófico sobre sus puntos de vista. No hay demérito alguno en ello, porque este diálogo que mantienen en el infierno no sólo está apoyado en la literalidad de las obras que firmaron, sino que además está bien escrito y lleno de detalles circunstanciales divertidos. En último término, el Galileo infernal vapulea al infernal Feyerabend de modo contundente y convincente. Pero en cuestiones del más allá nunca se sabe y los autores de esta animada -aunque se trate de ánimas en pena- conversación dejan abierta la posibilidad de que el lector, como Catón, tome partido por aquel a quien los dioses desdeñaron...

Representación de la obra 'Galileo', de Bertolt Brecht, dirigida por Santiago Sánchez.
Representación de la obra 'Galileo', de Bertolt Brecht, dirigida por Santiago Sánchez.

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