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Columna
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Una propuesta sensata

Rafael Argullol

En medio de tanta insensatez el Ayuntamiento de Barcelona ha tenido una gran idea con respecto al definitivamente maldito asunto del AVE. Las autoridades municipales han propuesto que los ciudadanos puedan visitar las obras en curso. Es más: no lo propondrán sino que lo exigirán como compensación a que el Ministerio de Fomento destripe el centro de la ciudad.

Puede que la propuesta del Ayuntamiento de Barcelona haya sonado a desesperación ante el baile de alianzas y traiciones de las distintas fuerzas políticas. Puede que parezca un brindis al sol en medio de la descomunal ceremonia de la confusión que rodea el paso del deseado tren por la ciudad. Puede que sea tenida por una angustiosa demagogia de última hora, cuando ya es imposible reaccionar contra el dineral que el ministerio está dispuesto a soltar tras la astuta aprobación presupuestaria casi estival. No obstante, sea quien sea el que ha concebido esta propuesta demuestra ser un político que conoce a los ciudadanos y vela por sus intereses.

El que los ciudadanos puedan visitar las obras del AVE denota que los políticos cuidan de sus intereses

¡Qué gran idea hacer que los vecinos visiten las obras del AVE en estos próximos años que prometen ser tan interminables que quizá se conviertan en décadas!

Por encima de todo ésta es una medida que respeta y acoge una de las principales distracciones, si no placeres, del hombre: ver cómo los demás trabajan. Por lo que confirmamos cada día en las abundantes obras públicas o privadas que agujerean la ciudad por todos lados ningún espectáculo concita el interés del que despierta la contemplación del trabajo ajeno. ¿Cuántos miles de ciudadanos observan cada día, embelesados, cómo las taladradoras rompen una vez más el pavimento o cómo las excavadoras se llevan por delante edificios enteros? Si cualquier hoyo bien trabajado ya despierta la imaginación de los contempladores, ¿podemos imaginar el éxtasis de la multitud ante el abismo del gigantesco túnel ferroviario?

No es menos importante el que la medida anunciada por el Ayuntamiento significa un salto cualitativo en la profundización de la democracia. Mandar a los vecinos a controlar e inspeccionar las obras es un paso sin precedentes en la confianza de una institución hacia el pueblo. El vecino no sólo hará de ocioso voyeur, como hasta ahora, sino que tendrá una participación activa en las decisiones. Los ingenieros, por ejemplo, deberán consultarle antes de amagar con un rumbo u otro. Por otro lado, la mezcla de obreros y visitantes puede dar pie a una nueva confraternización de resultados muy positivos aunque lentifique un poco el ritmo de las obras.

Como este ritmo tampoco ha sido muy frenético en el pasado es de prever que el porvenir ofrecerá un tiempo suficiente para acoger muchos acontecimientos. Una vez lograda la confraternización entre visitantes, obreros y técnicos, el Ayuntamiento podría organizar allá en el vientre de la ciudad, gincanas, fiestas mayores y acaso, si todo va bien y las obras siguen el ritmo lento deseable, podría pensarse en el subsuelo para montar ese gran acontecimiento que Barcelona necesita albergar de tanto en tanto para defender su esencia en el mundo. No sería del todo descabellado imaginar una especie de Fórum Subterráneo de las Culturas en el que convocáramos a gentes de diversas tradiciones para que se explicaran en el descomunal sótano que habremos ganado a las entrañas de la ciudad.

Pero sería sectario, y provinciano, permitir el acceso a las obras del túnel sólo a los vecinos. Como ciudad abierta y hospitalaria también nuestro subsuelo tiene que ser abierto y hospitalario. Nuestros turistas deben tener barra libre en el túnel del AVE. Se pueden organizar tours entre zanja y zanja, y mucho más cuando se acerque el momento emocionante de lo que podríamos llamar audazmente el Paso bajo el Templo. En lugar de los buses turísticos que tanto entorpecen el tráfico en la superficie, podrían idear vagonetas, parecidas a las de las minas, que se deslizarán de maravilla en maravilla: aquí, señores, estamos debajo de la Pedrera; aquí, señores, nos encontramos justo debajo de la Sagrada Familia. Habrá emoción y miles de fotografías perpetuarán la histórica travesía.

Con el tiempo -¡años o décadas, no lo sabemos!-, con el tiempo el túnel del AVE por el que en el futuro cruzará un tren a gran velocidad puede convertirse en un rincón entrañable de la ciudad. Como los visitantes, tanto vecinos como turistas, serán numerosos puede que surjan vistosas infraestructuras a su alrededor. Quizá al principio sean modestas: algún que otro chiringuito. Pero cuando las obras del túnel se asienten y adquieran la pátina del tiempo ¿por qué no pensar en bares y restaurantes? La culminación sería un hotel único encargado a un arquitecto estelar, un hotel único en el mundo. Al fin y al cabo si en Finlandia hay hoteles de hielo, por qué nosotros no podemos ofrecer hoteles acogidos a la bóveda de hormigón de un túnel.

Como puede comprobarse, junto a tantas insensateces con relación a un tren, junto con el galimatías técnico de los expertos, junto con el oportunismo de políticos de tres al cuarto, nuestro Ayuntamiento, por fin, ha dejado que oyéramos una voz sabia. No nos preocupemos más por el trazado del estúpido túnel. Que unos preparen sus mochilas y otros, más refinados, sus maletas y fantaseen sobre la gran aventura que les espera. ¿Quién querrá pasear tranquilamente por las calles pudiendo inspeccionar y controlar lo que ocurre en el subsuelo?

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