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Reportaje:

La vida sin anchoa del Cantábrico

Pescadores y conserveros se enfrentan con pesimismo al tercer año de crisis de la especie

"Aguantaremos un año o dos más y luego ya veremos", comenta pesimista Francisco Zizzo, gerente de la conservera Zizzo Brillante Hermanos., ubicada en Mutriku. Su empresa, como el resto de la treintena de firmas que integran el sector conservero vasco, bandea como puede una crisis, la de la anchoa del Cantábrico, que "se veía venir desde hace años", pero que explotó en 2005 y continúa desde entonces. La sobrepesca de la especie ha dejado el caladero del Golfo de Vizcaya en números rojos y las consecuencias de esta situación se reparten por una cadena que arranca en los arrantzales y concluye en los consumidores.

Con el objetivo de lograr la recuperación de la especie, la pesca de la anchoa lleva prácticamente cerrada desde mediados de 2005. El pasado año se abrió sólo unos meses y durante esta primavera se ha llevado a cabo una campaña experimental muy criticada por los pescadores españoles del Cantábrico, ya que la Comisión Europea permitió la venta de las capturas, algo a lo que ellos se negaron, pero no así sus colegas franceses.

Las empresas se sienten "discriminadas" frente a los 'arrantzales' por no recibir ayudas
"Estamos perdiendo mercados y luego será difícil recuperarlos", afirma Francisco Zizzo

Para paliar las pérdidas que sufre la flota de bajura vasca dedicada a la anchoa, una de sus principales bazas, el Gobierno central ha pagado ya 5,5 millones de euros a armadores y arrantzales, dinero al que hay que sumar los 2,3 millones desembolsados por el Ejecutivo vasco. El Ministerio de Agricultura y Pesca está ahora pendiente de abonar 1,6 millones a los buques vascos que han participado en la campaña experimental, así como las ayudas por la veda de este año (8 millones para todo el Cantábrico).

Frente a las subvenciones que reciben los pescadores, las empresas conserveras, cuya facturación depende en muchos casos en un 50% de la anchoa, se sienten "discriminadas", afirma el secretario de la asociación Norpesco, Jon Larrocea. "No se contemplan ayudas para nosotros, pese a que somos parte de la cadena", se queja.

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No existe un cálculo preciso de las pérdidas que vienen arrastrando las conserveras en los últimos tres años, pero pueden oscilar entre los 150.000 y los 200.000 euros por empresa y año, según apunta Larrocea. Así que el número de empleados en este sector, que llegó a alcanzar las 1.500 personas, la mayoría de ellas mujeres, ha descendido. El secretario de Norpesco no sabe tampoco con exactitud cuántas bajas se han dado, pero "por supuesto que las ha habido".

Sin ir más lejos, Zizzo Brillante Hermanos. ha pasado de 50 trabajadores a prácticamente la mitad ante la imposibilidad de trabajar con anchoa del Cantábrico. Esta conservera reparte su actividad, al menos sobre el papel, entre el bonito, algo de atún, en el que se ha tenido que volcar algo más, y la anchoa en salazón. Este último producto lo venía exportando a Italia, que ahora se abastece de bocarte de países como Croacia o Túnez, con precios "más competitivos". "Estamos perdiendo mercados y luego me temo que será difícil recuperarlos", aventura el gerente de la firma.

El mismo temor tiene Larrocea. Explica que las conserveras que se dedican a hacer filetes de anchoa están recurriendo en algunos casos a boquerones del Mediterráneo o de otras procedencias como Argentina. Pero detalla que precisamente lo que distingue a las firmas vascas que enlatan anchoa en salazón es que utilizan producto del Cantábrico, considerado de mayor calidad. Ahora bien, reconoce que "la gente se va acostumbrando" al bocarte de otros lugares. "Y, además, prima el precio", añade.

En cualquier caso, cree que la veda es la única salida para recuperar la especie en un futuro y que éste sea "más alentador". "Ahora hay bastante depresión. Estamos trabajando el bonito, y estamos trabajando bien, pero si una de las partes te falla, es difícil de recuperar", insiste.

Nuevos consumos

El sector detallista tiene "la gran suerte" de trabajar con una treintena de pescados, de manera que la falta de anchoa del Cantábrico es para ellos "un problema relativo", señala el presidente de la Asociación de Detallistas de Guipúzcoa, Esteban García. Eso no quita para que se sumen a la preocupación por la especie, con una fuerte raigambre cultural en la costa vasca. "La primavera se asocia con la anchoa de aquí", subraya García, de manera que hay consumidores que si no hay bocarte del Cantábrico, no lo comen.

Porque en las pescaderías hay boquerones, pero del Mediterráneo. "Por desgracia la gente se está acostumbrando a la anchoa de fuera", comenta García. José Manuel Barrenetxea tiene un puesto en el mercado donostiarra de La Bretxa y, sin entrar en calificativos, confirma esa tendencia. "Hay quien te pregunta si es de aquí, pero la gente lo tiene asumido". El precio de la anchoa del Mediterráneo ha subido (Barrenetxea no sabe cuánto) ante la falta de la especie en el Cantábrico. Se vende por entre 12 y 15 euros el kilo. La última del Cantábrico se llegó a pagar el pasado año a 24 euros.

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