"En Hollywood siempre estoy bajo sospecha"
Asomado a la ventanilla del coche, un joven hispano con gafas de sol estilo aviador mira hacia el infinito. El cartel, en blanco y negro, anunciaba el inminente estreno de Mala noche, el primer largometraje del cineasta norteamericano Gus van Sant (Estados Unidos, 1952). Había empezado la cuenta atrás. Quedaba menos de un mes, poquísimo; después de todo, el filme llegaba a España con 22 años de retraso.
Hago un cine para quien está harto de ver siempre lo mismo. Dicen que es abstracto, pero la abstracción también puede ser diversión
Para mí, el cine es una aventura, es también un experimento, bien sea etiquetado como comercial o como 'indie'
La promoción de Mala noche se adelantó para que coincidiera con las celebraciones del Orgullo Gay en Madrid. Ante Johnny, el chico hispano, miles de personas recordaban al mundo que su identidad sexual no mermaba sus derechos. El ambiente era de euforia arrolladora. Johnny, protagonista de una cinta legendaria entre la comunidad gay, ni se inmutó. En Mala noche no caben las celebraciones. Críticos de todo el mundo coinciden en que una de las grandezas de Van Sant es que su cine está limpio de juicios -y prejuicios-. Se limita a dirigir, en ocasiones, a escribir los guiones. Deja que sea el espectador quien juzgue. Sus personajes, sus películas, él mismo no se someten a más juicio que el popular.
A la segunda, Gus van Sant descuelga el teléfono de su casa de Portland, ciudad donde vive desde los años setenta. Allí son las doce de la mañana (las nueve de la tarde en España). Van Sant, extremadamente amable, tímido, arrastra las respuestas, contesta con parsimonia y concisión. "Es raro que una película tuya se estrene después de tanto tiempo, pero, sabes, últimamente he visto mucho Mala noche y, en estos momentos, yo la veo como una especie de cápsula del tiempo de mi ciudad. Ésa era mi visión de Portland en los ochenta. Ahora todo parece mucho más idílico, han construido bloques de apartamentos por todas partes y mucha gente se ha alejado del centro, del Old Town, donde se rodó Mala noche". El director trabajó durante dos años en una agencia de publicidad en Nueva York para costearse su ópera prima. Todos esos ahorros, 25.000 dólares, fueron a parar a la película, un largo de 78 minutos, 16 milímetros y bicolor.
Tiempo atrás, el director había leído la novela autobiográfica de su paisano Walter Curtis, escritor, poeta y traductor, entre otros, de Pablo Neruda y Federico García Lorca. Curtis era adicto a los bajos fondos de Portland, donde al atardecer buscaban refugio borrachos, drogadictos, putas, chaperos. "Era una historia escrita por un escritor local, un tipo de mi ciudad, que se pasaba el día vagando por sus calles, pero su historia no era local, ni siquiera nacional, era internacional, extrapolable a cualquier ciudad del mundo", explica. Era, pensó, la historia perfecta para alguien en su situación: un tipo con poco dinero y mucha ambición. "La trama era original, no era algo que se viera a menudo ni en la calle, ni en los libros, ni en el cine". Y recurrió a amigos y vecinos para hacerla. "Tenía claro que tenía que contar con el apoyo de mi comunidad; si no, con los escasos medios que tenía, hubiera sido imposible". La crítica alabó -y sigue alabando- la crudeza de las imágenes, la desnudez de los planos, la plasticidad deudora del new american cinema, la inesperada iluminación de Mala noche. Todas esas características eran un gran acierto del novel Van Sant, un anticipo de la genialidad del director, de lo que estaba por llegar. La enumeración provoca la risa a Van Sant, que el próximo martes cumplirá 55 años. "No teníamos de nada, todas esas características tienen una razón de ser: nuestra pobreza de medios, era todo de una austeridad forzada", recuerda. Mala noche se estrenó en 1985. No fue un éxito, al menos instantáneo. Desde entonces se ha proyectado intermitentemente en salas comerciales de todo el mundo. De hecho, en Estados Unidos llegó a las salas comerciales después de Cowboy Drugstore, su segundo largometraje. Sí que cosechó cierta gloria en los festivales: la Asociación de Críticos de Los Ángeles le otorgó el galardón a la Mejor Película Independiente en 1987 y en 1988 el Festival de Cine Gay y Lésbico de Turín también la distinguió como mejor película. "Al principio no estaba seguro de que todo ese esfuerzo fuera a merecer la pena, pero creo que finalmente sí me recompensó, fue un buen ejercicio de cine, me ayudó para mis películas posteriores".
El new queer cinema reclama para sí Mala noche. Gus van Sant no dice esta boca es mía. Él no entra en etiquetas o categorías. Es de temática gay, eso seguro.
Walt -trasunto de Curtis- es norteamericano, homosexual y trabaja en un pequeño supermercado. Y se encapricha de Johnny, un inmigrante ilegal mexicano que no habla una palabra de inglés y presume de heterosexual. Le ofrece 15 dólares por un polvo, no llevaba más, hubiera pagado hasta 100 por una noche con él, se excusa, pero Johnny no quiere saber nada. "Lo siento, yo no duermo con putos", responde. El gringo se arrodilla, le persigue, le hace regalos, se esfuerza por hablar español, le escucha cuando le cuenta su odisea y la de sus amigos para cruzar la frontera, le presta dinero. El mexicano humilla al estadounidense. Nunca al revés. "Sí, aún hoy parece una interacción poco creíble. La relación entre ambos países no ha mejorado demasiado, la verdad. Todo sigue siendo bastante trágico, en los años cincuenta o sesenta era más fácil entrar en Estados Unidos, hoy están muy ocupados levantando muros como para hablar de integración", señala Van Sant.
Mala noche anticipa temas ya habituales en la filmografía del director: la juventud, la marginalidad, la homosexualidad, la muerte. La película, que se estrena hoy en Madrid, Barcelona y Valencia, coincidirá en las salas con Last days. Declina, amablemente, encontrar las diferencias entre ambos filmes, separados por un intervalo de 20 años. "No son tan distintas, son películas pequeñas, inspiradas en un personaje real o ficticio. No creo que mi cine haya cambiado tanto en 20 años. Son dos películas de entretenimiento, sin más", zanja. ¿Entretenimiento?
-A Hollywood no le parecen muy entretenidas...
-Bueno, en Hollywood siempre estoy bajo sospecha. No vivo en Los Ángeles y, por tanto, no soy uno de los suyos.
-¿Y qué hay de El indomable Hill Hunting o Descubriendo a Forrester?
-Esas películas fueron toda una experiencia, una aventura como todas mis películas. Para mí el cine es un experimento, bien sea etiquetado como comercial o como indie.
-Entonces, no renuncia a entretener a los espectadores.
-Claro que no. Yo también busco la aprobación del público, lo que pasa es que yo les ofrezco otro tipo de entretenimiento, películas que pueden ser incluso más entretenidas que las convencionales. Supongo que hago un cine apto para quien está harto de ver siempre lo mismo. Dicen que mi cine es abstracto pero la abstracción también puede ser diversión.
-Aunque no juzgue, aunque no disponga de explicaciones.
-No es mi función. Y, ¿por qué iba a tener que explicar algo si para una misma cosa hay un millón de explicaciones posibles? No me interesa, no me voy a complicar la vida tratando de dar respuestas.
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