¿Quién quiere vivir peligrosamente?
1— La historia verdadera de Andrew Park me persigue desde que la leí en un libro de Pascal Bruckner, que la leyó a su vez en el diario Times. En 1993, Andrew Park, un crédulo y entusiasta ciudadano inglés, toma la decisión de celebrar la Navidad todos los días. No falta una sola vez a la cita: cada noche coloca al pie de un abeto decorado con espumillón tres regalos dentro de sus zapatos, y al día siguiente los abre con el asombro, la emoción y la gratitud de la primera vez. Pronto descubre, sin embargo, que –pese a que desde niño ha oído decir en discursos familiares, cívicos y políticos que no basta con celebrar la Navidad un día al año, sino que hay que convertir cada día del año en una Navidad– una Navidad diaria termina por pesar: no hay estómago humano que soporte una cena diaria de pavo, jerez, chocolate y pudin; no hay sueldo humano que soporte comprar tres regalos diarios; no hay corazón humano que soporte una dosis diaria de asombro y emoción y gratitud. La ceremonia empieza a convertirse en pesadilla. "Necesito ayuda", declara Andrew Park, angustiadísimo, al Times. "Me gusta celebrar la Navidad todos los días, pero sé que esto se está volviendo peligroso".
2— En Cataluña, no ser nacionalista se complica. Por un lado están los nacionalistas catalanes: para ellos, si no eres nacionalista catalán, eres nacionalista español, y de nada sirve que te pases el día asegurando que el nacionalismo español es por lo menos tan peligroso como el catalán (o como cualquier otro, con la salvedad del alemán, que es tan peligroso que se suicidó). Por otro lado están los antinacionalistas catalanes; no todos son nacionalistas españoles disfrazados de antinacionalistas catalanes, pero muchos están tan tensos y tan nerviosos como los nacionalistas catalanes, y a menudo copian los gestos y argumentos que pretenden atacar, con lo que a veces dan la impresión de ser más patriotas que El Timbaler del Bruc y de necesitar a los nacionalistas catalanes con la misma intensidad con que los nacionalistas catalanes los necesitan a ellos. Estos antinacionalistas catalanes tampoco le ponen a uno fácil no ser nacionalista, porque, aunque uno insista en pasarse el día asegurando que no es nacionalista, si uno no acaba de ver clara su descripción de Cataluña –según la cual, la diferencia entre ésta y la Alemania de los años treinta es sólo de detalle, y en consecuencia aquí no vivimos en una democracia real–, entonces es que uno es por lo menos tan crédulo y entusiasta como Andrew Park y tan memo como el Tío Tom, esa versión con cabaña del charnego agradecido. Como a cualquier ser racional, a mí también me gusta no ser nacionalista ni un solo día –lo que quizá no sea tan sencillo como debería ser, porque es tan difícil ser racional sin interrupción como celebrar sin interrupción la Navidad–; es falso, sin embargo, que esto se esté volviendo peligroso, aunque a veces da la impresión de que a quienes fascina vivir peligrosamente les gustaría que así fuese, pero es cierto que se vuelve cada vez más complicado. Por favor: absténganse de ayudarnos.
3— Los escritores nos hemos resignado a decir que la escritura y el pensamiento son un sucedáneo de la vida, una manera vicaria de vivir sin peligro aquello que no nos atrevemos a vivir en la realidad. Puede que sea cierto, pero ¿y si no lo es? ¿Y si eso es sólo una forma hipócrita y repugnante de modestia destinada a atraer la compasión del lector? ¿Y si eso que solemos llamar vida sólo fuera un sucedáneo de la escritura y el pensamiento? ¿Y si la vida no fuera sino una forma vicaria de pensamiento y escritura, y lo verdaderamente peligroso fuera pensar y escribir? De ser así, eso explicaría en parte que, llegado determinado momento, algunos escritores dejen de escribir, como el torero que se retira de los ruedos porque, aunque sabe que la vida auténtica está en la plaza, ya no tiene el coraje y el entusiasmo indispensables para arrimarse al toro como lo exige su vocación de matador. Contra lo que proclama el mito romántico, ningún escritor de verdad ama vivir peligrosamente: necesita todo su coraje para escribir peligrosamente.
4— Por favor: ayúdennos. No somos judíos en la Alemania de los años treinta, pero desde hace años se nos persigue con una saña no indigna de las SS. Después de un viaje de seis horas, cuando ya estamos a punto de fumarnos encima, aterrizamos con un amigo en un hotelito idílico de la campiña galesa. El conserje –un hombre idéntico al feo de los Monty Python vestido como un contemporáneo del beato Marcelino Champagnat– nos pregunta, con una sonrisa radiante, si somos fumadores. "¡Sí!", contesto con una credulidad y un entusiasmo no indignos de Andrew Park. La respuesta cambia la sonrisa del conserje en una mueca sádica. "En ese caso", contesta, "serán ustedes multados con 60 libras si les sorprendemos fumando en su habitación". Angustiadísimo, dispuesto a arruinarse a condición de que le dejen envenenarse un poco en paz, mi amigo pregunta: "¿60 libras por habitación o 60 libras por cigarrillo?". Monty Python no contesta, pero nos mira como si pensara que lo más práctico sería que nos gasearan y nos convirtieran en jabón. Esto se está volviendo peligroso.
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