Los biquinis los carga el diablo
Cuando Humbert Humbert entra en el jardín de la casa de huéspedes de la señora Haze tiene una revelación. Él lleva corbata, la revelación lleva un biquini floreado. La escena de Lolita (Stanley Kubrick, 1962) en biquini, mirando por encima de las gafas y por debajo de la pamela, es uno de tantos momentos cinematográficos marcados por el dos piezas, el tópico veraniego en el que nos regodeamos hoy.
Para ser precisos, biquini y dos piezas no son lo mismo. La diferencia radica en la frontera umbilical: sólo si se ve el ombligo es biquini. A Sue Lyon no se le veía. Tampoco tenía 12 años, como el personaje de la novela; ni siquiera 14, como el de la película. Tenía 16 y la suficiente pechera para no parecer una niña y evitar que los censores censurasen. Su mirada, nada infantil, desde el césped donde toma el sol, es lo mejor de la película, junto a la verborrea de Peter Sellers.
Mucho antes de que Kubrick escandalizase a la sociedad estadounidense, en Europa, la miniprenda llevaba casi veinte años causando estragos. El biquini fue inventado como tal en 1946 por el diseñador de bañadores francés Louis Réard, que usó la reciente prueba nuclear en el atolón Bikini como reclamo de la explosiva prenda. Era un chiste fácil: nuestro producto es pequeño y devastador.
Funcionó. La editora de moda de Vogue, Diana Vreeland, calificó el invento como "la bomba atómica de la moda".
El cine se enamoró del biquini desde muy pronto. En Europa, una jovencísima Brigitte Bardot retozaba cada año en la playa de Cannes con diminutos dos piezas para que alguien la viese. Roger Vadim la vio y se enamoró de la niña (ella tenía 15 años). Cuando cumplió 18, la gatita se casó con el director y protagonizó Manina, la chica de la isla (Willy Rozier
1952), traducida en Estados Unidos con el mucho más descriptivo La chica del bikini. Su marido la consagró en Y dios creó a la mujer (Roger Vadim, 1957), quitándole la parte de arriba. Años después, al fetichista Vadim le dio tiempo a crear otro icono del dos piezas, Barbarella (Roger Vadim, 1986), con Jane Fonda (con quien también se casó) vestida, apenas, por Paco Rabanne.
Pero antes de los delirios sesenteros (con ombligo a través de plexiglás incluido), a finales de los cincuenta, mientras en Francia la pin up era la menuda Bardot, la novia en biquini de América se llamaba Jayne Mansfield. ¡Y menuda era! Tremenda aparece en una portada de Life en 1957, con biquini blanco (mojado) sobre una colchoneta, rodeada de botellas en forma de chicas en biquini. Luego está aquella foto sentada sobre sus pies, en la típica postura de Vargas, con un biquini de angora, doblemente fetichista.
Además de postales memorables, el biquini ha dejado algunas películas temáticas. En los sesenta apareció un subgénero de serie b, los bikini films, con mujeres escasas de ropa y títulos como Cómo rellenar un bikini salvaje (William Asher, 1965).
La prenda ha sido capaz de elevar al pedestal de diosa a Ursula Andress, saliendo del agua con cartucheras y una caracola en 007 contra el Dr. No (Terence Young, 1962) y a Raquel Welch enfundada en su biquini de piel de mamut en la divertida Hace un millón de años (Don Chaffey, 1966).
De Betty Page en sus peliculitas burlesque con culotte de leopardo, a Jessica Alba en Inmersión letal (John Stockwell, 2005) con sus diminutos triángulos, el biquini siempre les ha vuelto locos. ¿Cuál es la escena más sexy de toda La Guerra de las galaxias? Otra en la que hay ombligo. En un episodio de Friends, Ross le confiesa a Rachel su fantasía máxima: montárselo con la princesa Leia vestida de esclava de Jabba el Hutt en el El retorno del jedi (Richard Marquand, 1983). La chica lleva un biquini metálico; la babosa gigante babea.
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