_
_
_
_
Reportaje:Violencia en Pakistán

"Ojo por ojo, nariz por nariz"

El líder de la Mezquita Roja muerto ayer explicó sus ideas a un periodista de EL PAÍS que hace medio año visitó el complejo

Jesús Rodríguez

Entramos al complejo de la Mezquita Roja a través de un estrecho pasadizo. Era a finales del año pasado. Nada más cruzar el umbral, a la izquierda, en una estancia desnuda, un par de seminaristas dormitaban con sus Kaláshnikov sobre el vientre. A la derecha, una amplia explanada de mármol, apta para el rezo, y la mezquita, en cuyo tejado varios hombres armados contemplaban el avance. Cuando llegamos a la estancia donde nos aguardaba Abdul Rashid Ghazi, el líder militar del complejo, me adelanté y pude ver cómo dos hombres sacaban de la habitación varios fusiles y pistolas por una puerta trasera.

¿Para qué tantas armas? Fue mi primera pregunta. Abdul Rashid no se inmutó y contestó en perfecto inglés: "Comprendan que me tengo que defender de los ataques terroristas del Gobierno de Musharraf que busca satisfacer a los estadounidenses. Nos sentimos atacados y nos defendemos. Por eso tenemos muchas armas, para defendernos del dictador. Hemos sido atacados en Irak, Afganistán, Palestina y aquí también. Si nos atacan, la obligación del musulmán es extender la lucha a todo el mundo. Persona por persona, ojo por ojo, nariz por nariz, oreja por oreja, diente por diente...".

"Tenemos miles de jóvenes dispuestos a morir. Dios está con nosotros"
Más información
El Ejército paquistaní aplasta la rebelión en la Mezquita Roja y mata al líder de los islamistas
El peligroso juego del general presidente

La escuela coránica para mujeres Jamia Hafsa, con capacidad para 4.000 estudiantes, y la contigua Mezquita Roja (Lal Masjid), forman parte de un desordenado laberinto de construcciones comunicadas entre sí y rodeadas por altos muros en un barrio residencial del centro de Islamabad. El fotógrafo Alfredo Cáliz y yo entramos y entrevistamos a Abdul Rashid Ghazi. Ghazi y su hermano mayor, Abdul Aziz, eran célebres por representar la versión más extrema del islam, la punta de lanza contra el Gobierno pro-norteamericano del general Pervez Musharraf.

Abdul Aziz era el hombre de pensamiento, el líder espiritual de la madraza, el Maulana. Sus jutba (homilías) de los viernes reunían en torno a la mezquita a miles de radicales. Tras el rezo, se quemaban banderas estadounidenses y se lanzaban consignas contra Occidente. El Ejército rara vez intervenía. La mezquita siempre ha contado con la discreta protección de Mohammad Ejaz ul Haq, ministro de Asuntos Religiosos, hijo del dictador Zia ul Haq y amigo de la familia Ghazi.

Abdul Rashid había asumido, tras la muerte de su padre, el papel de hombre de acción de la familia, forjado en tres años de yihad contra los soviéticos en Afganistán. De aquellos tiempos, Ghazi conservaba su barba de un puño de longitud, como manda la tradición, una poderosa red internacional de contactos y la afición por las armas de fuego.

Sentado en el suelo en una pequeña estancia repleta de teléfonos, faxes y ordenadores ("no estamos en contra del progreso, como creen ustedes"), Ghazi, educado, con el tono mesurado y solemne del Profeta, ofreció té y comenzó su discurso. "El islam no es terrorismo ni armas. Nos concentramos en valores morales. En cosas que no deben cambiar, que se deben extender y no deben cambiar, como el respeto a la mujer. Ustedes, en Occidente, han perdido el respeto a las mujeres. Estamos a favor de que estudien, pero no que interaccionen con los varones". ¿Y cómo le da clase a las mujeres en la madraza? "Desde otra habitación con un micrófono", respondió.

La leyenda radical de la familia Ghazi proviene de su padre, Maulana Abdulá, que puso la primera piedra de la madraza Jamia Faridia en 1965, con sólo 200 estudiantes. En 40 años, la familia se ha hecho con unos 10.000 estudiantes, la mitad mujeres, distribuidos en sus distintos seminarios de Islamabad. Abdulá, un clérigo fiel seguidor de la escuela deobandi y natural de la provincia de la Frontera Noroeste, creció en fama en los años sesenta debido a sus discursos antioccidentales en los que exigía la aplicación en todo el país de la sharia (ley islámica).

En aquellos años no tuvo mucho éxito. Pakistán era un Estado de musulmanes, no un Estado musulmán. Sin embargo, tras el acceso al poder del general Zia ul Haq, en 1977, y su islamización a marchas forzadas de Pakistán, propiciado en parte por la CIA (el número de madrazas se multiplicaría en una década por 100), su amigo, el Maulana Abdulá, convertiría su madraza en una de las más poderosas del país después de la de Binori Town, en Karachi. Tras la invasión de Afganistán por el Ejército soviético, en 1979, comienzan a formar jóvenes novicios para luchar en ese país, además de convertirse en un banderín de enganche en Pakistán para militantes extranjeros ávidos de yihad. En esos años se forjaría una profunda amistad entre Abdulá y Osama Bin Laden.

Tras la guerra en Afganistán, la madraza asumió el papel de punto de reunión y refugio de yihadistas extranjeros en ruta hacia Cachemira. Además, en un auténtico golpe de efecto, los Ghazi lograron reunir a un grupo de ulemas y sacar adelante una fetua que les iba a permitir crear la primera madraza para mujeres del mundo, vecina a la Mezquita Roja. La de hombres quedaría emplazada en la zona más elegante de la capital, muy cerca de la gran mezquita Faisal.

Desde el púlpito de la Mezquita Roja, Abdulá ocupó un lugar esencial en la expansión del partido extremista Jamiat Ulema i Islam (JUI), protalibán y enemigo de Musharraf. Sin embargo, el 8 de octubre de 1998, fue tiroteado por una facción religiosa rival. Sus hijos achacaron su asesinato al Gobierno de Pakistán "para complacer a Estados Unidos". En esos mismos días misiles norteamericanos destruyeron campos de entrenamiento talibán en territorio afgano. Los Ghazi nunca perdonaron.

Tras la muerte del padre, y el acceso al poder del general Musharraf, los hermanos Ghazi, formados en la universidad, con experiencia religiosa y militar, se dividieron el poder. En esta mezquita se llevaron a cabo las reuniones que desembocaron en la creación de la coalición de partidos religiosos extremistas MMA (Frente Unido de Acción). Y en la formación del Consejo de Defensa Afgano-Pakistaní, una alianza de 35 grupos religiosos que previnieron a Musharraf que su apoyo a Estados Unidos podía sumir al país en la guerra civil. De aquí también salió una fetua de 500 ulemas para que no se enterrara en tierra santa a los soldados paquistaníes muertos en operaciones militares contra los talibanes. Más tarde pasaron por este recinto varios de los involucrados en un intento de asesinato contra Musharraf y en los atentados islamistas de Londres de 2005.

Debido a la presión internacional, Ghazi fue detenido, y tras una noche de cerco a la Mezquita Roja fue puesto en libertad de inmediato. "Ese año me intentaron matar como a un perro, los terroristas de Musharraf, como a mi amado padre, pero saqué mi pistola y acabé con ellos. Dios me ayudó".

Convertido en la cabeza de la oposición radical al Gobierno, Ghazi dijo durante la entrevista que quería convertir Pakistán en una copia de lo que hicieron del Afganistán de los talibanes. "Era un Gobierno ideal, pero nuestros hermanos afganos no tuvieron tiempo. No eran expertos en llevar un país. Eran religiosos y con ellos había paz, había ley y desaparecieron los señores de la guerra. No había drogas ni crimen. Aquél era un mundo bueno y limpio para vivir, pero no eran expertos en gobierno. Y los norteamericanos no les dieron oportunidad de hacerlo".

Cuando se despidió sonriente, mostraba la confianza del iluminado dispuesto a todo. "Ganamos a los rusos y ganaremos a los norteamericanos. No hay prisa. ¿Sabe por qué EE UU no puede ganar a los musulmanes con toda su tecnología y su dinero? Porque para vencer hay que tener coraje y principios. Ellos tienen 140.000 soldados en Irak y dígame uno sólo que sea capaz de ponerse una bomba en el cuerpo e inmolarse por su patria estadounidense. ¡Ninguno! Nosotros tenemos miles de jóvenes dispuestos a morir. Somos más poderosos. Dios está de nuestro lado".

Abdul Rashid Ghazi, el líder militar de la Mezquita Roja muerto ayer en el asalto.
Abdul Rashid Ghazi, el líder militar de la Mezquita Roja muerto ayer en el asalto.REUTERS

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Jesús Rodríguez
Es reportero de El País desde 1988. Licenciado en Ciencias de la Información, se inició en prensa económica. Ha trabajado en zonas de conflicto como Bosnia, Afganistán, Irak, Pakistán, Libia, Líbano o Mali. Profesor de la Escuela de Periodismo de El País, autor de dos libros, ha recibido una decena de premios por su labor informativa.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_