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El catalanismo a debate

Ferran Mascarell en un largo artículo, Nuevos y viejos catalanismos (EL PAÍS, 21 de junio), decía que los supuestos ideológicos del viejo catalanismo han caducado y que los partidos políticos y buena parte de la sociedad catalana siguen agarrados, como fuente principal de su actuación política y cívica, a estos principios ya caducos. La modernización de España y el reconocimiento de Cataluña como nación cultural constituían el norte de este catalanismo. Unos objetivos que esencialmente ya se han conseguido en el marco de la España de las autonomías. Mascarell escribe: "Los viejos catalanismos contemplarían perplejos cómo España, su Estado y las sociedades civiles que han irrumpido aquí y allá, son más fuertes (y seguramente más modernas) que Cataluña, su Administración autonómica y su propia sociedad civil". Y sigue: "Es aquí donde crujen los principios actuales del encorsetado ideario catalanista. España es un país moderno. España ha estructurado a través del Estado de las autonomías una solución al viejo centralismo que en gran medida satisface a la sociedad civil y política de casi todas las regiones de España". Insiste Ferran Mascarell: "Hoy la sociedad civil catalana no es la sociedad civil más fuerte y avanzada de España. En otros lugares de la Península, muy especialmente en Madrid, pero no sólo, se ha estructurado una sociedad civil potente y decidida a defender sus intereses de presente y de futuro".

La pluralidad interna del catalanismo incluye proyectos estratégicos que pueden coincidir a corto plazo, pero que a largo plazo incluso son incompatibles

Comparto el espíritu y la intención de las palabras de Mascarell, pero creo también que son exageradas. Ni estamos tan mal en Cataluña, ni España va tan bien. Ciertamente, la España moderna de hoy no tiene nada que ver con la de principios del siglo XX. ¡Ya era hora! Pero persiste una cultura política autoritaria y la transformación moderna vivida por la sociedad española en los últimos 40 años, no la ha hecho menos dependiente de economías y centros de decisión situados fuera de las fronteras de España. También es cierto que la democracia y la autonomía han cambiado la faz de la sociedad española. La consecución y normalización del autogobierno en Cataluña ha situado al catalanismo en un contexto completamente distinto. No se trata de reivindicar el autogobierno, sino de ejercerlo con eficacia y eficiencia. Quizá, como señala Mascarell, se ha hecho el Estatuto de 2006 sin haber meditado suficientemente sobre todo ello. Y añado, por mi parte, que las vacilaciones y declaraciones paradójicas de los dos ex presidentes de la Generalitat de Cataluña sobre la reforma estatutaria en los últimos años, delatan confusión y crisis de liderazgo.

¿Cuál es el remedio? Aquí Mascarell se escapa mediante preguntas. El análisis de Mascarell tiene especialmente un punto débil y no plantea vías de salida a la denunciada crisis del catalanismo como proyecto de futuro. El punto débil es que absorbe los distintos catalanismos en uno. El catalanismo es plural en su origen y en su evolución. Mascarell se refiere especialmente al catalanismo de Prat. Es muy probable que el catalanismo regionalista y sus herederos se consideren suficientemente satisfechos con lo conseguido, pero no es el caso del catalanismo federalista ni del nacionalismo republicano. La pluralidad interna del catalanismo incluye proyectos estratégicos que pueden coincidir a corto plazo, pero que a largo plazo incluso son incompatibles. No es lo mismo conformarse con la autonomía que orientarse hacia la federación, o bien hacerlo hacia la independencia. Aquí hay un debate necesario entre los catalanismos que comprenden el autogobierno existente como un paso dentro de un proceso de mayor reconocimiento y realización política de Cataluña como nación. A su vez, entiendo el catalanismo (los catalanismos) no sólo como proyecto de futuro, sino como proceso o acción continuada que incide e influye sobre la realidad presente. La política es acción que expresa la real mesura de lo que se consigue y de lo que falta por hacer. En la España moderna, democrática y autonómica, el catalanismo tiene todavía un largo camino por recorrer. En este sentido se ha sido injusto, muy injusto, ante la aportación positiva del factor catalán en la renovación del Estado autonómico. El denostado Estatuto de 2006 quedará como la acción desbloqueadora del Estado autonómico, iniciada en Cataluña y seguida por otras comunidades autónomas. Así que no seremos tan débiles, ni el catalanismo estará tan encorsetado.

Ahora que contamos con poder político propio, con más de un cuarto de siglo de autogobierno, el catalanismo tiene que volverse más hacia la sociedad civil sin olvidar lo que ha hecho fuerte a Cataluña: la voluntad de ser y el pacto. El poder público no sustituye la vitalidad de la sociedad civil, tan sólo la gobierna. Son las instituciones las que expresan y activan la vida social, las que impulsan el protagonismo de la nación como comunidad ética, con su diversidad interna pero compartiendo valores comunes y siendo leales a las instituciones básicas de la comunidad nacional. En el marco de la construcción política europea (tan remisa, accidentada y dubitativa) adquiere mayor importancia todavía el principio federal como fundamento de la organización y distribución territorial de los poderes públicos, desde la ciudad federal a la Europa federal. Un catalanismo renovado se orienta hacia Europa, pero mantiene los pies en España, en la medida en que ésta se desarrolle en sentido democrático, plurinacional y federal.

Miquel Caminal es profesor de Ciencia Política de la Universidad de Barcelona

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