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Reportaje:

La solidaridad gala

Tres mujeres prestan ayuda y apoyo a la colonia francesa de Bilbao desde hace más de treinta años

Janine de Loizaga, Charlotte de Maintenant y Claude de Veye abandonaron en los años cincuenta su Francia natal para afincarse en Bilbao junto a sus maridos, de origen vasco y cántabro. En esta ciudad criaron a sus hijos y vivieron algunas de las mejores experiencias de sus vidas. Pero nunca olvidaron su país y en 1978 fundaron la Asociación Francesa de Ayuda Mutua, para auxiliar desde la capital vizcaína a sus compatriotas con problemas. A sus 87 años, Janine continúa como presidenta de esta agrupación, en la que siguen trabajando de forma altruista Charlotte, de 73, y Claude, de 71 años. Con doble nacionalidad y plenamente integradas en la sociedad vizcaína, aseguran que ni su edad, ni su experiencia les han quitado las ganas de dejar de ayudar a sus coterráneos.

"En estos tiempos el trabajo ha cambiado, pero eso de que los años te vuelvan menos activa es un cuento"
Ni su edad, ni su experiencia les han quitado las ganas de ayudar a sus coterráneos

En la actualidad, su labor se limita principalmente a echar una mano en el Consulado francés de Bilbao durante la celebración de los referendos y las elecciones a la presidencia de la República. Acompañada de un secretario del cónsul, Janine visita también de forma periódica a los presos franceses confinados en cárceles vascas y en la prisión cántabra del Dueso, que en su mayoría cumplen condena por tráfico de drogas. Y las tres atienden también cualquier imprevisto: "Al final, ayudas en lo que haga falta. No hace mucho, acompañé dos días en Bilbao a una mujer francesa que vino con su marido a visitar el Guggenheim y a él le dio un infarto".

Aunque fundaron oficialmente la asociación en 1978, iniciaron su labor humanitaria años antes. El hecho de que en la segunda mitad del siglo un importante número de empresas radicadas en el País Vasco fueran dirigidas por empresarios franceses aumentó el flujo de población gala que se desplazaba a Euskadi. Y la falta de una red de asistencia social que beneficiara también a los ciudadanos del país vecino dejó en situación de desamparo a muchos emigrantes sin recursos.

Durante varios lustros, las tres trabajaron a la sombra del cónsul francés en cualquier imprevisto que requiriera de sus servicios. Desde ayudar a turistas que habían sido robados en Vizcaya, hasta buscar vivienda a ciudadanos galos que recalaron en Bilbao en busca de un empleo o amparar a personas sin ahorros y enfermas. Fueron muchos los hombres y mujeres que se beneficiaron de su colaboración desinteresada. Charlotte recuerda que en una ocasión encontró plaza en una residencia de ancianos a una mujer de 80 años, cuyos vecinos les alertaron de que no podía valerse por sí misma. Y en otra lograron que una ex cantante de cabaret aquejada de artrosis que había acabado fregando los suelos de los bares pudiera recibir una pensión del gobierno francés.

En los años setenta, según coinciden, los franceses afincados en la capital vizcaína estaban más unidos. En torno al consulado y al Colegio Francés se congregaban una veintena de emigrantes de este país. Y cada 11 de noviembre, durante la celebración del armisticio de 1918 que puso fin a la I Guerra Mundial, se oficiaban en la capital vizcaína varias misas en memoria de los difuntos.

Cuando en su juventud establecieron su residencia en Vizcaya, las tres recuerdan que las chicas francesas "gustaban mucho" a los vascos, porque su país sonaba a "libertad" en una sociedad oprimida por el régimen franquista. Con el correr de los años, las diferencias entre los ciudadanos de ambos territorios se han recortado de forma sustancial. Su trabajo ha cambiado, pero no así su intención de continuar ayudando a sus paisanos. "Eso de que los años te vuelvan menos activa es un cuento", afirma Janine.

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