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Columna
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Tratado general de las rebajas

¿Es ya imaginable un mundo donde el precio de los artículos fuera siempre un precio fijo, permanente, siempre igual a sí mismo?

El precio constituye el eje focal del mercado. El núcleo más preciado. Por su intervención se ponderan y definen los objetos y reciben, al cabo, su realidad económica tras el pacto entre oferentes y demandantes. Con todo esto, el precio original grabado en la etiqueta se expone al comienzo de la temporada como la joya primordial del intercambio, su broche y su faro cuando los artículos llegan al local.

¿Bajar los precios que vinieron consagrados de la fábrica? Las rebajas oponen al canon de esa etiqueta simbólica, la profanación indiscriminada del descuento y la orgía del desorden mercantil puesto que si las mismas mercancías no poseen ahora el mismo etiquetado de nacimiento sino otro con rotulador ¿qué clase de verdad las vinculaba a su origen? ¿No las vincularía, acaso, una falsa verdad de manera que cuando se celebra el tiempo de Las Rebajas queda al descubierto el fraude o su mendacidad?

A partir de esta interpretación, puede creerse que los artículos de temporada incorporaban, en sus comienzos, un amaño más o menos sensible para realzar dolosamente la importancia de la mercancía. Y, siendo así desde el principio, ahora, con la llegada de Las Rebajas, comprobaríamos que aquella tasación sólo era un truco para prestar a todos los objetos, junto a su novedad, la audacia de una cotización disparatada.

Esta ceremonia, que se invierte ahora en Las Rebajas, constituye la base más significativa de la fiesta.

Los precios parecen que desistan de su impostura y se plieguen o desvistan hasta niveles impredecibles. ¿Con ello se restablece, en fin, la indefinible altura del valor y se desmiente la altura de la verdad o, solamente, se trata de una indulgencia del distribuidor y el productor para continuar gustando? ¿Se trata, en suma, la rebaja de un acto social amistoso o corrige sólo la desmesura de la falacia anterior? Los consumidores nunca lo sabremos. Nunca lo sabremos y menos con exactitud. El precio que parecía erigirse como un icono se derrite en una plasticidad que arruina la rectitud de su principio. De hecho, desde que Las Rebajas se convirtieron en una práctica estacional o, más allá, en una figura comercial extensa, su ejercicio ha desbaratado la entidad del sistema.

El precio vuela y se disfraza, asciende o gira, sube y baja, no como efecto de la dialéctica entre productores y consumidores sino como resultado directo del antojo del productor. No se fija como el suceso derivado de las fuerzas espontáneas de la oferta y la demanda sino de una voluntad de la oferta que domina el rango de las cosas a la vez que hace creer en su influjo sobre el destino de lo social.

Una especie de Gran Espíritu se encuentra respaldando la operación universal de Las Rebajas. A la escala planetaria de las infinitas compañías expandidas por el mundo corresponde la escala universal e infinita de Las Rebajas. Entre ambos polos los consumidores comprueban tanto la arbitrariedad del precio como la temible volubilidad de esta época resbaladiza donde, por si no fuera bastante el terrorismo, la inseguridad biogenética, el cambio climático y Paris Hilton, se asiste a la directa explosión del valor.

Casi nada goza hoy de su correspondiente pronóstico pero Las Rebajas son, por excelencia, el pronóstico de la rebaja y de la rebaja sobre la rebaja, el abismo donde se precipita la razón. En su plétora ahora los clientes revuelven las prendas en busca de unas gangas porque la oferta simula ser un edificio que hubiera cedido en sus cimientos y removiendo sus cascotes se encontrará el botín. El precio convertido en escombro, desvestido ya de todo rostro y dignidad.

Con el triunfo general del caos, los compradores perciben como muta su anterior condición de mansos consumidores hacia la de valientes exploradores y contemplan, a la vez, como se reemplaza la rutina conspicua de la compraventa por la aventura del descubrimiento jovial. Infantilmente, eufóricamente, la fiesta de Las Rebajas cumple periódicamente el prodigio de transformar la acritud del precio en golosina y al artículo hallado bajo el barullo en un mágico plus neurótico junto a la gloria de la consumición.

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