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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Pocos galones para Blair

La designación de Tony Blair como emisario para Oriente Próximo por el cuarteto de Madrid, un grupo informal integrado por Estados Unidos, Rusia, Unión Europea y Naciones Unidas, no ha sido tan apacible como cabía esperar. La iniciativa ha tenido que imponerse a las reticencias de algunos miembros, recelosos de que ciertas decisiones adoptadas por el ex primer ministro británico en el ejercicio de su cargo, como su participación en la invasión de Irak o su posición en la reciente guerra de Líbano, invalidasen de entrada sus posibilidades de interlocución. En el caso de Rusia se han sumado, además, otros factores, como la falta de sintonía personal entre Putin y Blair o la tensión diplomática derivada del caso Litvinenko.

La dimensión política del impulsor de la tercera vía podría invitar a interpretar su nombramiento como un signo del renovado interés internacional por resolver el interminable conflicto entre palestinos e israelíes, que no ha hecho sino agravarse en los últimos meses. Pero la extensión y naturaleza del mandato otorgado a Blair por el cuarteto hacen suponer, por el contrario, que al final ha sido necesario encontrar una fórmula de compromiso entre el decidido apoyo de Bush a su principal aliado y las dudas de los demás.

Blair no va a ir a Oriente Próximo como mediador, sino como interlocutor privilegiado del presidente Mahmud Abbas en el intento de establecer un Estado palestino viable. Su cometido consistirá básicamente en ayudar a fortalecer las instituciones palestinas moderadas, movilizar la ayuda internacional a Abbas y contribuir a promover el desarrollo económico de un pueblo en las últimas. Es decir, una labor prácticamente huérfana de la autoridad para intentar hacer cambiar las cosas sobre el terreno, un papel que sigue reservado a Washington. El cuarteto debería haber optado por volcar su peso hacia el entendimiento imprescindible entre las dos facciones palestinas enfrentadas. En su lugar, ha preferido hacer de Blair el mensajero de una abierta y contraproducente toma de partido.

No sólo lo estrecho de su mandato compromete seriamente las posibilidades de éxito del ex líder laborista, que se convierte, con mayor lustre, en uno más en el enjambre de interlocutores internacionales alrededor del conflicto palestino-israelí. Tampoco augura nada bueno para su misión la hostilidad con que su designación ha sido acogida por muchos Gobiernos de la región, además de por los radicales de Hamás, dueños ahora de la franja de Gaza. A la postre, Blair está excesivamente marcado en el mundo árabe por su incondicional apoyo a Bush en la trágica aventura iraquí y, más recientemente, por su aparente indiferencia ante el brutal bombardeo israelí de Líbano.

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