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La ampliación, a Sagunto

A partir de las lecturas sociológicas casi unánimemente consensuadas respecto a la sustanciosa contribución de la política de grandes eventos al triunfo del Partido Popular, habría que entender que la ampliación norte del puerto de Valencia ha sido electoralmente descalificada. Sobre todo, ahora que hasta las figuras totémicas de la derecha se han descarado para poner de manifiesto la incompatibilidad entre la infraestructura de un megapuerto comercial y el modelo de marina turística para grandes acontecimientos lúdicos o deportivos.

Al día siguiente de las elecciones, el presidente Camps se apresuró a decir que el resultado electoral avalaba todas sus reivindicaciones frente al Gobierno de Zapatero. Probablemente habrá que descontar del listado la ampliación del puerto de Valencia, aunque no sería de extrañar que no haya que preocuparse ya mucho por la difunta ampliación y que después de las declaraciones de Bertarelli y Calatrava, el Partido Popular aplicase la excepción de oficio. En relación con el puerto de Valencia los deseos del Partido Popular no sólo son dobles, sino incompatibles y contradictorios. Camps y Barberá tienen una incógnita que despejar y sería razonable que supiesen inclinar la balanza de su potente voluntad hacia el lado del que le vienen los sufragios.

Latente y silenciada en el discurso popular. Contradictoria y medio oculta entre las torpezas autonómicas socialistas -a las que les faltó la clarividencia de ver en la opción de Sagunto la brillante alternancia de la cuadratura del círculo- la opción de Sagunto vuelve a trepar desde su larga historia a la cima actual de la lógica territorial con el peso obstinado de un argumentario que el paso de los acontecimientos intensifica y despliega. Y que algunos defendimos hace sólo unos meses en medio de una terrible soledad política, mediática y doctrinal. Incompetencias de ambos lados aparte, la opción persiste indestructible y rocosa.

La opción de Sagunto nacía de una inquietud de izquierdas, que era preservar la calidad popular de las playas urbanas. Pero inevitablemente le crecían después grandes ramales argumentales hacia la derecha, como lo demostraron Diago, Toyota y ahora las palabras de Calatrava o de los magnates de la Copa del América. La moderna ciudad no quiere la industria intramuros, porque la unidad productiva ya no es la fábrica, sino la ciudad en sí. Y eso lo pueden llegar a entender todas las mentalidades y bolsillos.

Para el PSPV la antigua encrucijada romana representó (y representa), en términos de futuro portuario, la alternancia de un grande y refundado consenso. Los grandes consensos, ¡ah!, esa clase de humus en que ha sido incapaz de fructificar la izquierda de esta comunidad que ha dejado de querer ser país hace más tiempo del que nos gustaría imaginar.

No sería raro que a Camps le viéramos con el puerto de Valencia una peripecia parecida a la de Pla con el trasvase del Ebro.

Carlos González Triviño es secretario de Estudios y Programas del PSPV de Valencia.

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