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Columna
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Camino de salvación

Había una vez un pequeño pueblo atribulado que durante años había notado seculares sufrimientos milenarios. Fue por eso que un día sus Jefes, hartos de tanta opresión a manos de invasores hoscos y autoritarios, decidieron acabar con las congojas de una vez por todas y juntaron a todas las tribus en las campas lizarrianas. Y se prometieron allí no separarse nunca y vivir en ayuntamiento en tanto no expulsaran a los enemigos, les avergonzaran su proceder y terminasen con la ira que les sojuzgaba, pues no era bien que no tuvieran derecho a ser ni derecho a decidir. Y así ellos y ellas serían lo que quisieran ser.

Fue tal el gozo y complacencia que la tribu más aguerrida dijo que ya no mataría a los enemigos y que a cambio el pueblo, reunido de nuevo, abominaría para siempre de los invasores y juntos reemprenderían el camino de la libertad, construyendo su identidad de pueblo con identidad. Y que a cambio de no matar enemigos los jefes de los invasores les darían lo que ellos pedían, con diálogo y negociación.

Y el jefe del pueblo atribulado juntó a tres de las cuatro tribus e hizo un Plan salvador
Hubo entonces nuevas elecciones y pareció que el pueblo atribulado no estaba a la altura de sus Jefes

Pasó el tiempo y, como viera que los opresores no cedían, la tribu aguerrida asesinó de nuevo a los enemigos, pues tal es su natural, y fue una gran mortandad. No arredró esto a las demás tribus del pueblo atribulado, que, juntas, dijeron que los asesinos tenían que dejar de asesinar, pero que los jefes de los invasores debían comprender que llevaban ya años de seculares sufrimientos milenarios y que tal circunstancia no era buena, y que ellos tenían su identidad, la de un pueblo con identidad en lucha por su identidad. Y el jefe del pueblo atribulado juntó a tres de las cuatro tribus e hizo un Plan salvador, para llevar a todos a la libertad, al derecho a ser y al derecho a decidir, y hasta algunos de la tribu aguerrida lo aprobaron, por lo que el Plan fue propósito de todo el pueblo atribulado y el jefe estuvo contento y le llenó la dicha.

Empero, fue tal la saña e inquina de los jefes de los invasores, que rechazaron el Plan salvador y el derecho a ser y el derecho a decidir, sin comprender que, si bien estaba mal que los asesinos matasen, no podía continuar el secular sufrimiento milenario que sufrían desde hacía ya unos años. Fue entonces cuando, para demostrar su unidad en pos del plan salvador, se llamó a elegir las autoridades del pueblo atribulado. Sea por cansancio, sea porque muchos menguaban en su fe en el derecho a ser y el derecho a decidir, fueron menos que antaño los que apoyaron a quienes guiaban al pueblo atribulado hacia su salvación, cual tiernos pastores conduciendo al rebaño hacia los pastos prometidos, donde encontrarían su identidad de pueblo con identidad en lucha por su identidad. Sin embargo, el jefe del pueblo atribulado pudo seguir siéndolo, pues juntó a tres de las cuatro tribus y la aguerrida le apoyó un poco, para que cumpliera su destino.

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Y el jefe, renovado, prometió que no tardando mucho llamaría al pueblo para que expresara su apoyo al derecho a ser y al derecho a decidir. Era tal su fortaleza de ánimo que ni siquiera le arredraría ya que no hubiera ausencia de violencia, como antaño. Y quiso fortalecer la paz y la convivencia, propiciando que todos los miembros del pueblo participaran, con el benéfico procedimiento de escribir e-mails diciendo que querían la paz y el derecho a ser y también el derecho a decidir. Pues si bien no era bueno que los asesinos asesinasen, no era menos cierto que desde hacía años el pueblo sufría seculares sufrimientos milenarios. Eso no podía ser, y sólo se acabaría cuando conquistaran su derecho a defender su identidad e imponérsela, a la fuerza si preciso fuera, a quienes, viviendo en el pueblo atribulado, no creían en la identidad del pueblo con identidad.

Fue entonces cuando la tribu aguerrida dijo que ya no mataría más, tal era su generosidad, y que obtendrían sus propósitos dialogando y negociado con los jefes de los invasores que sojuzgaban al pueblo atribulado. Reinó gran alborozo. La tribu aguerrida dijo que ya no valdrían las antiguas recetas del pasado y, regocijadas, las tres atribuladas tribus tripartitas exclamaron que sentándose en una mesa participarían en el nuevo salto del pueblo hacia la libertad.

Como quiera que los jefes de los invasores no les dieran lo que pedían, los asesinos volvieron a su oficio y asesinaron y anunciaron que matarían más hasta que se lo dieran. El jefe del pueblo atribulado y los de las tres tribus tripartitas aseguraron que impulsarían la paz y la convivencia y que con el diálogo y la negociación avanzaría el pueblo hacia la dicha prometida, y así podrían imponer su identidad a los que no la querían.

Hubo entonces nuevas elecciones, para elegir a las autoridades de los sitios, y pareció que el pueblo atribulado no estaba a la altura de sus Jefes, pues les votó poco, y muchos fueron los gobiernos que formaron quienes no creían en la identidad del pueblo con identidad. La tribu aguerrida agredió a todos, no sólo a los enemigos, y muchos del pueblo atribulado se volvieron temblorosos a sus casas. Sucedió además que las tres tribus tripartitas se traicionaron las unas a las otras para arrebatarse el poder; y hasta la tribu principal dio en separarse y robarse peras, y abrieron las navajas para navajearse entre sí pues todos querían el poder. Y fue el llanto y crujir de dientes y todos gritaron que los traidores eran los otros.

Pero los Jefes del pueblo atribulado dijeron que seguirían juntos pese a todo, pues lo exigía la salvación del pueblo con identidad, y que por ello no importaba si no les votaban como antes, ni si reñían entre sí. Seguirían juntos porque no podían hacer otra cosa, e impulsarían el diálogo, la negociación, el derecho a ser, el derecho a decidir, la paz, la convivencia, la reconciliación, vigilarían los derechos humanos y llamarían al pueblo atribulado para que votando apoyara su camino.

Lo más raro fue que nadie se rió.

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