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Columna
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Invierno

Creo recordar que acaba de empezar la primavera, pero he de realizar un esfuerzo ímprobo. Tengo el severo invierno instalado en la conciencia desde que he visto, desde que me he obligado a contemplar con detenimiento las imágenes de los niños hallados en un orfanato iraquí por soldados estadounidenses (los buenos). Los empleados del establecimiento (los malos) los mataban de hambre y abandono, se quedaban con la comida, traficaban. Es lo malo de las democracias, que los corruptos florecen como en las dictaduras. Y es lo bueno de las democracias, que siempre hay soldados estadounidenses descubriendo las infamias.

Menos mal que ayer las noticias, por otra parte, estaban sembradas de notas hilarantes. Gracias al Vaticano, para empezar, que nos ha dado tan buenos momentos. El cardenal Martino -el mismo que el otro día se puso como una hidra con Amnistía Internacional por admitir el aborto en casos de violación y cuando peligra la vida de la madre- se sube por las paredes, ahora por culpa de los accidentes de tráfico. A este paso acabará condenando la pena de muerte. Claro que, por debajo de su preocupación, lo que asoma es el negocio: quiere poner chiringuitos de auxilio espiritual en la carretera. Capillitas, cruces (con el mal fario que dan: siempre que aparece una cruz en un camino, antes hubo un accidente) y, supongo, puestos de venta de escapularios y medallas milagrosas, agua bendita... Se van a poner las autopistas católicas peor que Las Vegas. Lo que no acabo de entender es que pida el señor Martino a los automovilistas que se persignen antes de salir. Yo que él les exigiría que lo hicieran mientras conducen, con la mano que no usan para el móvil. Y hala, todos al cielo, a ver a Juanpa.

Último intento para sonreír. Imaginar que en la Feria Internacional del Libro, Liber, que se celebrará en Barcelona este año en octubre, un partido indigenista aconsejará que no participen ni Mario Vargas Llosa ni Alfredo Bryce-Echenique, por impuros criollos y por escribir en castellano. Se me hace rocío la boca.

Pero tengo el invierno en la conciencia, instalado desde el primer párrafo, desde esas fotos que me he obligado a ver. La infinitud del mal, su frialdad.

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