Panorámica
La verdad es que este nuestro pequeño país da un poco de grima. La mezcla de obstinación, pueblerinismo, ranciedad y violencia de la que hemos sido testigos estos días pasados mientras se constituían los nuevos ayuntamientos, invitan una vez más a bajarse y a dejar que se pudran ellos en su salsa hasta la consumación final. Que se pudran ellos, digo, y eso de que podamos hablar de ellos, como si fuéramos espectadores de lo que les ocurre, introduce una verdadera novedad. Ya lo es el hecho de que el único concejal elegido que hiciera acto de presencia en la constitución del ayuntamiento de Ondarroa, lo que implica un valor de su parte digno de encomio, fuera el concejal del PP. Los demás, todos ellos nacionalistas o adheridos, se quedaron en casa por miedo a lo que les pudiera ocurrir al presentarse ante los no-electos por nulidad de ANV. La situación es realmente novedosa, inusual, al menos desde los albores de la Transición, y es desde luego opuesta a aquella con la que se salió del proceso anterior o proceso de Lizarra, en la que los nacionalistas, todos juntos y en unión, ya fueran de izquierdas o de derechas, constituían una gran familia que se las prometía muy felices.
Mas hete aquí que la gran familia se ha roto, y nada más terrible, ni más sórdido, que un conflicto familiar. ¡Cuánta mísera culpabilidad no se rezuma cuando todas las partes carecen de valor para reprochar el delito ajeno -por ejemplo, en Ondarroa, donde los que se quedaron en casa asumieron su delito, en lugar de acumular el valor para denunciar el delito ajeno-, y cuánta violencia se puede desatar cuando el ajeno delito es denunciado mutuamente! Que las capitales y los municipios grandes en general se libraran del espectáculo y que éste se diera sobre todo en municipios medianos y pequeños, es decir, donde la familia es omnipresente, ya es indicativo de la sordidez que nos espera. La impresión que se extrae de estas últimas elecciones es la de un nacionalismo en descomposición, aunque convenga introducir matices.
No leí la crónica por entregas de las negociaciones que nos sirvió Gara. Sí conozco algunos extractos, y, por lo que pude leer en ellos, me dio la impresión de que se trataba de una versión interesada para consumo propio, más que de una transcripción fidedigna. Gara va dirigido a quienes va dirigido, a los que trata de adoctrinar, predisponer y enardecer, aunque es verdad que si de paso consigue sembrar la discordia en el frente opuesto, pues, mejor que mejor. Y ambas cosas las tenía muy fáciles. Rosa Díez, en una entrada reciente de su blog -caótica, por cierto-, utilizaba el siguiente argumento para defender la veracidad de lo servido por ETA en Gara frente a la falsedad de la verdad oficial del Gobierno: "Pues claro que hemos de creer a ETA; ETA es una organización criminal, no se presenta a elecciones; no tiene que mentir para proteger su honor y para garantizar su permanencia en el poder". Sorprendente afirmación ésta de que ETA no tiene que mentir porque no se presenta a elecciones en quien poco más adelante afirma que "ETA ha tomado posesión de las concejalías que el Gobierno de España le entregó". Y bien, ¿cómo ha tomado posesión de esas concejalías si no se presentaba a las elecciones? Bueno, esto ya no es pensamiento mágico; esto, sencillamente, es trampa.
Si ETA no se presentó a las elecciones, sí apoyó y apoya a una fuerza política a la que, para ser cauto, voy a denominar su brazo político travestido. Y por ello le interesaba mentir, sobre todo para señalar al nuevo enemigo, contra el que desplegaba una inquina, en los extractos a los que antes me he referido, muy superior a la que mostraba contra el Gobierno y sus obviedades, más o menos aventadas ya. Ese nuevo enemigo es el PNV, en el que esperaba hallar un aliado de su causa en la famosa mesa de negociación política y en el que topó a un contrincante. El gran hándicap de ETA-Batasuna en el fallido proceso fue su soledad en esa mesa solemnizada en la que pretendía configurar una mayoría para sus pretensiones, una soledad superior a la que hubiera podido encontrar en una sesión parlamentaria que tratara esos mismos asuntos. El acoso consiguiente a los electos nacionalistas es de catón, y la firme actitud ante el mismo de Josu Jon Imaz merece reconocimiento y apoyo.
No así la del Gobierno vasco, tan culposo en su debilidad como los concejales de Ondarroa, ni tampoco la de Aralar, al renunciar a unos concejales que les corresponderían a quienes no entraban en liza. Convendría saber si ese gesto se debe a un deseo de concordia en ámbitos familiares especialmente conflictivos o si es fruto de la inmadurez política y de la cobardía, de la incapacidad de asumir y acatar la legalidad vigente, se esté o no de acuerdo con ella. Si este último fuera el caso, creo que Aralar no sería un socio fiable para ningún Gobierno que pretendiera ser estable y duradero. Tampoco para el Gobierno de Navarra.
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