El estudiante y la sonrisita del preso
Alejandro Díaz, de 21 años, es estudiante de tercero de Periodismo. Ayer acudió al juicio del 11-M con una carpeta. Se colocó en tercera fila, muy cerca de la pecera blindada desde donde siguen el juicio los encarcelados. Desde su posición, Díaz observa sus gestos. Abre la carpeta. Ningún profesor le había pedido que fuera. No iba a redactar ningún trabajo. Se presentó por curiosidad. Una amiga que estudia Criminología y que ya había asistido le había explicado que bastaba el carné de identidad para entrar y aquí está, a tres metros de Rabei Osman, El Egipcio, el presunto líder del grupo, o Jamal Zougam, uno de los que según la fiscalía, colocaron las bombas. "La otra noche estuve en Cibeles, con lo de la liga del Real Madrid. Voy, cojo notas en mi carpeta y luego escribo lo que me parece. Así voy aprendiendo", comenta Díaz, futuro cronista.
Los abogados acusadores tienen la palabra. El letrado José María Fuster Fabra, de la Asociación 11-M Afectados por el Terrorismo, presidida por Pilar Manjón, habla de los favores que se hacen a ETA cuando se la mete donde no está (y Díaz apunta en su carpeta), da cuenta de algunas evidencias de la investigación (Díaz sigue apuntando), y en un final emocionante agradece la labor a todos sus compañeros abogados, a la fiscalía, al tribunal y a la propia Pilar Manjón.
El estudiante Díaz no ha dejado de apuntar en todo momento.
Toma la palabra otro abogado acusador, Gabriel Antón. Habla de la "risa floja" de Rabei Osman, prueba de que asume su culpabilidad. Recuerda a la sala la frase que, según un testigo, pronunció al ver las Torres Kio Mouhanad Almallah Dabas, otro de los encarcelados, presunto miembro de la célula integrista: "No estaré tranquilo hasta que caigan". Almallah Dabas oye lo que este abogado dice sobre él y sonríe, con una media sonrisa incompleta, y sin mover los labios, y sin deshacer la sonrisita musita algo entre dientes que parece un insulto. Nadie sabe exactamente qué dice. Pero aquel gesto impresionó al estudiante de Periodismo, que seguía apuntando para su crónica particular. "Si yo fuera una víctima, no sé si podría haber aguantado desde tan cerca la cara que puso ese tipo", comentó a la salida. Alejandro no lo sabía entonces, pero estaba sentado precisamente al lado de varios hombres que habían perdido a su novia o a su hermano en los trenes, y que observaron la postura aparentemente cínica de Almallah sin descomponerse.
El estudiante se fue al poco tiempo. Tenía que comer e ir a clase, decía. La vista continuó. Otro abogado acusador, Javier Carmona, sustituyó a Antón. También denunció expresamente, además de a otros encarcelados, a Almallah Dabas. Durante más de dos minutos recordó las pruebas que se amontonan contra él, su carácter de integrista violento. A Almallah, vestido con traje, ayer sin corbata, con la cabeza rapada, le daba igual. Ya ni siquiera sonreía. Con la mejilla apoyada en una mano, como el que va sentado en el autobús camino de casa, dormitaba en medio de la habitación de cristal blindado, ajeno al abogado que le incriminaba, ajeno al juicio, ajeno a todo.
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