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Vital, feliz, humano

Increíblemente humano, con los ojos muy brillantes, una sonrisa amplia y contagiosa, vivaracho y divertido, así recuerdo a El Fary. La picardía personificada, la chulería simpática y bien entendida, el rey del requiebro golferas y salao, el más grande jugador de mus del condado, el dueño de un pedazo de voz que no pudo contener un taxi, El Fary fue quizá uno de los cantantes de copla más populares y queridos de todos los tiempos.

Le conocí el mismo día que hicimos una proyección privada para él y su representante de la película Torrente, el brazo tonto de la ley, yo estaba empeñado en que cantara una canción, que yo mismo había escrito para los títulos de crédito, Apatrullando la ciudad.

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Se sentó justo detrás de mí. En la sala habría tan sólo unas 12 personas. A la película le faltaban aún efectos de sonido, el montaje no era el definitivo y yo realmente estaba muy nervioso. No tenía ni idea de cómo este hombre podría encajar el hecho de ser una deidad para un personaje tan excesivo y limítrofe como Torrente. La proyección fue muy bien. El Fary no paraba de reírse y de vez en cuando exclamaba: "¡Qué arte!". Al final me dijo que le había encantado y que estaba dispuesto a cantar la canción, pero que él no podía hacerlo al estilo Santiago Segura, que él tenía que hacerlo al estilo Fary. Ahí me quedé un poco confundido, pero enseguida me di cuenta de a qué se refería. En la maqueta que le habíamos enviado de la canción, la voz solista, a falta de algo mejor, la había puesto yo mismo. Me dio la risa y le dije que por supuesto tenía que hacerlo como sólo él sabía.

Lo siguiente que recuerdo es la felicidad absoluta que me produjo oírle cantar la canción cuando se grabó en el estudio. Es difícil de describir, El Fary estaba cantando mi canción.

También conseguí, gracias a su generosidad, que participara en Torrente 3, la última entrega de la saga. Allí, entre destellos de luz blanca y envuelto en un halo de divinidad, se aparecía al protagonista para aconsejarle y guiarle a modo de maestro yoda. Para mí fue un momento glorioso, el encuentro de Torrente con su ídolo en la pantalla, y el mío con un actor ocasional (me fascinaba su interpretación en la serie Menudo es mi padre, de Antena 3, me era difícil entender por qué aquel hombre sin ninguna formación actoral conseguía escenas de tanto brillo y emoción), pero con un estilo sencillo y contundente, que transmitía verdad, que transpiraba autenticidad en lo que decía.

Tampoco coincidí demasiado con él, algo que ahora me fastidia aún más, pero me gustaba mucho verle, siempre nos reíamos, siempre se preocupaba por sus hijos (que no sólo han heredado parte de su talento musical, sino también su sencillez y buen rollo), siempre tenía alguna broma que contar.

Me pongo triste si pienso que no está y se me ocurren gilipolleces como que estará alegrando a los ángeles del cielo con alguno de sus ritmillos, como que por qué siempre se van los mejores y que cómo es posible que el gasto militar en armamento sea siempre infinitamente superior al que se destina a la investigación y a la lucha contra el cáncer.

Se escribirán cientos de palabras, cientos de elogios sobre este hombre, este personaje querido y popular, muy natural, campechano y asequible, dotado de un increíble talento para cantar; se escribirán, espero, muchas y emotivas necrológicas; al final lo que quedará serán los sentimientos. Los sentimientos de alegría, de amor a la vida, de amor a su familia, de cercanía y complicidad. Los sentimientos que este hombre derrochaba. Un hombre con ojos brillantes y sonrisa amplia y contagiosa, pero, sobre todo, increíblemente humano.

Santiago Segura es director de cine.

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