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Reportaje:

Devo salva a los clásicos

La banda reivindicó las canas en un concierto que cerró un Sónar proteico

Varias consideraciones con la última edición del Sónar concluida con baño de multitudes: más de 83.000 visitas en tres días de actividades. Una: hay clásicos que funcionan, caso de unos Devo protagonistas del vibrante y corrosivo concierto que ofrecieron en la última noche. Dos: otros clásicos dan pena, remítanse a las decepcionantes actuaciones de Beastie Boys, que pasaron por el festival como jubilados. Tres: el Sónar ha perdido su virginidad, y por vez primera una banda les ha vendido una moto descomunal, ya que los dos conciertos diferentes que prometían Beastie Boys compartieron casi la mitad del repertorio. Cuatro: a pesar del fiasco del cabeza de cartel, el Sónar es un festival con alternativas, y al mismo tiempo que Beastie Boys decepcionaban, la fulgurante aparición del dub-step se mostraba en otro escenario mediante los ingleses Kode 9. Y quinta: el Sónar es un festival tan europeo que la producción local y latina se ve condenada al olvido.

La única función pendiente del festival es difundir en Europa los productos latinos
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Por partes. Devo estuvieron poco menos que sensacionales, cumpliendo su condición de figuras. Si el humor, la ironía y el gamberrismo tenían sentido hace 30 años imagínense ahora, con el grupo lleno de barrigas y calvas. La famosa devolución se mostró en todo su esplendor en el Sónar, donde Devo hicieron todos sus clásicos con un desparpajo, humor y falta del sentido del ridículo encomiables. Satisfaction, o la delirante Mongoloid fueron algunas de las perlas que ofrecieron en una actuación en la que mostraron no haberse perdido el respeto a sí mismos. Un 10 para los acerados bromistas de Akron. Y otro para Cornelius, una de las revelaciones del festival. La factura que han pagado los japoneses por pasar de la geisha al chip en pocos años se manifestó en las canciones de este grupo, obras de diminuta y desencajada orfebrería sonora llena de detalles que rompían la lógica. Jade y lija a la vez. Del pop al rock, del trash a las baladas, todo en una actuación plásticamente deslumbrante resuelta con visuales de excepción.

La música de baile y el hip-hop en sus diversas variantes fueron los otros grandes triunfadores del Sónar. De entrada, porque el festival mostró la pujanza del dub-step, un sonido urbano y londinense que aúna asfalto y jungla, la city cenicienta y depresiva con la Jamaica soleada y elástica en canciones que tienen hasta tres patrones rítmicos solapados. Un sonido intimidante, denso y oscuro que Kode 9 defendieron con agresividad. Por su parte, otro inglés, Dizee Rascal, evidenció que el Sónar es ya más europeo que nunca. Se notó porque este rimador se sentía en su escenario, dispuesto a mostrar que él es el número uno. Nada que ver con sus anteriores actuaciones en Barcelona. Esta vez, Dizee Rascal tocaba en su casa, estaba en el Sónar. Triunfó con un concierto rotundo en el que exhibió una técnica vocal y una dicción a la altura de los más grandes.

Para los que el Sónar no es estrictamente su casa es para los españoles y para los latinos. La Mala hizo un concierto de altura, pero viéndola no había ni un solo extranjero. Soltura, una buena banda y temas encomiables no sirvieron para coronar con triunfo su actuación, deshilachada ante una pista llena de claros. Por su parte, los puertorriqueños Calle 13 hicieron un conciertazo. ¿Reggaeton?, quizás, pero también hip-hop latino, con banda y metales, una muestra de música callejera latina de ahora. Sin duda, mucho más próximo a nuestra tradición cultural que el hip-hop anglosajón, donde ninguna estrella haría lo que hizo René Pérez: lanzar sus zapatillas al público. Por supuesto, anglosajones también brillaron por su ausencia en el concierto de la banda en la que le hubiese gustado tocar a Tito Puente. Sólo Alaska, otra clásica inmarchitable, mantuvo el pabellón local, aunque su ubicación en el escenario grande también fue un acto de generosidad por parte de un festival que, como casi todos, tiene dificultades para ubicar la producción local. Y ése es el papel pendiente del festival: difundir en Europa los productos latinos.

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