Derrota o derrota
No creo que quienes estos días han pedido con verdadero ahínco la dimisión del presidente Zapatero estén por la labor de otorgar una oportunidad a la posible, aunque aún incierta, recomposición de la unidad democrática contra ETA. Los leo y los escucho esta mañana del martes, y percibo en todos ellos un discreto reparo junto a la necesidad de encontrar grietas que alienten su esperanza en que la concordia entre los dos primeros partidos españoles no se materialice. La palabra mágica a la que se acogen una y otra vez es "derrota". Rajoy no habría dicho que está dispuesto a colaborar con la política antiterrorista del Gobierno, sino que está dispuesto a colaborar en la derrota de ETA, y no estaría claro que ese fuera el objetivo de nuestro presidente. Zapatero habría hablado mucho de paz, de diálogo, y habría tratado de apaciguar -otra palabra clave en el discurso de la derecha- a ETA, en ningún caso de derrotarla.
Si de verdad pretende esto último, tendría que empezar ya a acometer determinadas iniciativas, cuyo cumplimiento sería la prueba del nueve que otorgaría su verdadero sentido a las palabras de Rajoy. Se abre pues un juicio sobre el comportamiento de Zapatero, y sobre el alcance del significado de la palabra "derrota", juicio que se convertirá en un instrumento de presión sobre la actitud que finalmente hayan de adoptar el primer partido de la oposición y su presidente. La semiosis a la que ha sido sometido el proceso no va a rendir sus armas durante los escasos meses que quedan para las elecciones.
Nuestros semióticos de la derecha nos han servido durante todo este tiempo una visión simplificada del lenguaje que lo reduce a la univocidad. Las palabras sólo sirven para nombrar y poseen un significado único, claro e inequívoco, de manera que sólo su presencia en el discurso determina el auténtico sentido de nuestras acciones. Si Zapatero ha utilizado durante todo este tiempo la palabra paz y no la palabra derrota, es porque no buscaba realmente la derrota de ETA, sino que pretendía otra cosa. La ausencia del término señalaba un hueco en el significado de la actuación del presidente, hueco que debía ser ejemplificado de inmediato, y de forma pragmática, con una actuación que mostrara el verdadero significado del término. Una palabra nombra un hecho, y el hecho que nombra la palabra derrota, venían a decir, es éste, a saber, la praxis que ha venido desarrollando la derecha española durante todos estos meses. Naturalmente, será ese el parámetro que utilicen, ahora que nuestro presidente sí parece proclive al uso de la palabra derrota, para determinar si ese uso se ajusta o no al verdadero significado del término. No es extraño que a la falta de finezza en el análisis del lenguaje le haya correspondido la carencia de cualquier finezza en la praxis, que era a la que le correspondía significarlo todo.
Jueces unívocos del significado, y por lo tanto de cuál ha de ser la política correcta, nuestros semióticos parecen tener a su favor la baza de que acertaron, de que ellos sabían que el proceso iba a fracasar y conocían de antemano sus consecuencias nefastas para la estabilidad del Estado. ¿Sabían o querían? Yo, que siempre defendí, y sigo defendiéndola, la iniciativa de Zapatero, nunca supe si iba a salir bien o si iba a salir mal, entre otras cosas porque carecía de la información suficiente y mi fe es escasa -a diferencia de la que deben de profesar todos esos detractores del pensamiento mágico de los demás- y porque era consciente de las dificultades que podrían surgir en el proceso mismo. Sí consideré, y lo dije, que el presidente Zapatero había cometido un error, que no era otro que el de iniciar el proceso de paz sin contar con la connivencia y complicidad del PP. Sin embargo, y con la misma convicción de quienes sabían que el proceso de paz estaba condenado al fracaso, siempre he sabido que alcanzar esa complicidad era imposible por más que se intentara, y de la misma forma que los acontecimientos, por cuya conclusión tanto hicieron, les han dado la razón a nuestros semióticos, yo estoy a la espera de que los acontecimientos venideros me desmientan.
Vistos los resultados, no parece que se consiga apaciguar a nadie cuando lo que se pretende es acabar con él -y eso no es Munich-. Claro que si "acabar con" significa lo mismo que "derrotar" eso sólo lo esclarecerán nuestros semióticos y, con ellos, los acontecimientos. Esos mismos que esperamos que nos desmientan.
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