El señor de las canciones
De todas las muchas cosas interesantes que ha dicho y que sigue y seguirá diciendo Bob Dylan, acaso las más intrigantes de todas son aquellas que se refieren al arte de escribir canciones. Y, más específicamente, al arte de escribir sus canciones. Aquellas que sólo pudo y puede y podrá escribir él y que -como le dijo a la cámara de Martin Scorsese para su documental No Direction Home- tuvo que componer porque necesitaba cantarlas y no las encontraba por ninguna parte. Así, de haber existido Blowin' in the wind y Like a rolling stone y Visions of Johanna y Not dark yet, entre tantas otras -comenta allí Dylan-, él se habría limitado a ser un intérprete de material ajeno con una voz decididamente propia y, sí, difícil de colocar; pero no hubiera sido necesario el trabajo de sentarse a escribir miles de versos donde se esfuman las fronteras entre el folk, el country, el rock y la más excelsa poesía.
Esta misma noche Dylan estará tocando en algún lugar del planeta. Y el premio será para su público
De ahí que -sabiéndose un grande- Dylan a menudo haya optado por la más soberbia de las desmitificaciones en cuanto a su genio y figura y obra. Y que guste de lanzar al aire frases y apuntes e instrucciones para entenderlo a la vez que se esconde. Citas como las que siguen: "Esos llamados conocedores de la música de Dylan, yo no siento que conozcan ni siquiera una partícula de lo que yo soy o de lo que me preocupa. Es absurdo, gracioso y triste que toda esa gente dedique tanto de su tiempo a pensar en qué, sobre quién. ¿Yo? Aprendan a vivir, por favor. Están desperdiciando sus vidas". "Yo no soy lo que importa. Lo que importa son las canciones. Yo soy apenas el cartero. Yo soy el que entrega las canciones". "La gente podría saber todo sobre mí a través de mis canciones, pero hay que saber dónde buscarlo". "Mis canciones no son otra cosa que yo hablando conmigo mismo. Tal vez suene egoísta, pero así son las cosas". "Si no pueden comprender mis canciones se están perdiendo de algo. Si no pueden entender los relojes verdes, sillas mojadas, lámparas púrpuras o estatuas hostiles, también se están perdiendo de algo". "Cualquier idiota puede escribir canciones. Si me vieran a mí escribir una canción se darían perfectamente cuenta de lo que quiero decir". "Puedes utilizar una canción para hacer cualquier cosa, ¿sabes?". "En realidad no importa de dónde viene una canción. Lo único que importa es adónde te lleva".
Bob Dylan lleva ya más de cuatro décadas llevándonos a un sitio importante. Un sitio a donde sólo él ha llegado y al que ahora le llega -flotando o suspendida en el viento- la noticia del Premio Príncipe de Asturias. Si hay justicia en este mundo injusto, en este political world, este galardón -como ocurriera con Günter Grass- debería funcionar como la llave que abre la cerradura del Nobel. Y quién sabe si a él le importan estas cosas, si se detiene a pensar en estas cuestiones. Una cosa sí es segura: esta misma noche Bob Dylan estará tocando en algún lugar del planeta. Y el premio -otra vez, como siempre- será para su público. Privilegiados viendo y oyendo cómo este señor -otra vez y que sean muchas más- hace cualquier cosa, todas las cosas, con las canciones que tuvo que crear porque nadie las había escrito antes que él.
Y después, seguro, tampoco.
Babelia
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