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Después de los pactos

Joan Subirats

El próximo sábado deben constituirse los nuevos consistorios municipales surgidos de las elecciones del pasado 27 de mayo. Acabará así una fase complicada y muchas veces ininteligible para cualquier ciudadano poco ducho en los difíciles equilibrios de poder. En no pocos casos, los que ganaron no gobiernan y los que perdieron gobiernan. Y en muchos otros, los que se atacaban sin piedad dicen ahora que juntos van a hacer camino al andar, mientras que aquellos que parecía que se entendían de maravilla sólo hace unas semanas, dicen ahora que nunca se quisieron de verdad. Y como ha ocurrido tantas otras veces, es muy difícil entender lo que ocurre en este o aquel municipio si uno aplica estrictos criterios de racionalidad política, de distancia ideológica o de traslación del escenario del Gobierno de la Generalitat al mundo de los gobiernos locales. Pero lo cierto es que la lógica que preside nuestro sistema electoral y de gobierno hasta ahora es ésta: proporcionalidad en la selección de representantes (lo que genera una mejor traslación del pluralismo social al pluralismo político) y sistema de mayorías de concejales en la elección del alcalde y la composición del gobierno municipal (lo que representa trasladar la lógica del sistema parlamentario de las esferas estatal y autonómica al ámbito local). Y, por tanto, nada que decir, excepto por parte de aquellos que atribuyen un nexo de causalidad entre abstención y desencanto ciudadano con la política y la no elección directa del alcalde o del presidente de la Generalitat. No acabo de ver que esa conexión sea tan determinante como se argumenta, y tampoco está claro que una modificación en la línea presidencialista de nuestro sistema de elección de gobernantes nos asegure un plus de legitimidad y de implicación ciudadana en la política institucional del que ahora carecemos.

Lo importante ahora es no perder demasiado tiempo en ponerse medallas o lamerse las heridas, y afrontar estos cuatro años de gobierno local que se abren para abordar los importantes retos que tienen hoy los gobiernos locales en Cataluña. En el ecuador de esta legislatura se cumplirán 30 años de municipalismo democrático y ése no puede ser un aniversario nostálgico o triunfalista. Los gobiernos locales se enfrentan a temas centrales y determinantes en las condiciones de vida de los catalanes. Nuestras ciudades y pueblos son hoy enormemente distintos de lo que eran hace tres décadas. Mucha mayor diversidad étnica y cultural. Unas estructuras familiares más restringidas y frágiles. Unas trayectorias individuales en las que la esperanza de vida se alarga de manera totalmente extraordinaria. Mayores dificultades para el acceso a trabajos estables y consistentes con la formación adquirida. Muchas más mujeres que nunca en el mercado de trabajo y pocos cambios en la distribución de tareas en el hogar entre sus diversos componentes. Y todo ello con nuevas pautas de uso de los espacios públicos, en los que el aumento de frecuentación y la diversificación de sus usuarios genera competencias y conflictos que no se habían dado nunca con esa intensidad.

Y a todos esos fenómenos nuevos les hemos de añadir la continuidad de viejos problemas. De los problemas de siempre: siguen existiendo pobres, las desigualdades se diversifican y, por tanto, se hacen más presentes las inequidades en educación, que nos pasan cada día una renovada factura, y crece sin cesar el número de personas que no tienen la autonomía necesaria y que son, por tanto, dependientes. Al lado de todo ello, las ciudades y los pueblos han de seguir preocupándose de infraestructuras, de servicios, de la ordenación del territorio y de la defensa del patrimonio ambiental y cultural de su municipio, entre otras muchas cosas.

La agenda de los gobiernos locales para los próximos cuatro años es, pues, exigente y compleja. Lo más importante, desde mi punto de vista, es orientarse con criterio en ese abigarrado mundo de competencias, de incumbencias y de falta de los recursos necesarios para afrontar unas y otras. ¿Qué priorizar? ¿Cómo orientar las políticas públicas locales? ¿Cómo organizar la prestación de servicios? ¿Con qué aliados hacer todo ello? No hay recetas generales que sirvan de igual manera a los 946 municipios del país, pero entiendo que sería conveniente pensar específicamente en las personas de cada municipio y en su ciclo vital, orientando las políticas públicas locales para que ofrezcan respuestas específicas en cada uno de esos momentos vivenciales. Cada persona es distinta por edad, sexo, formación, trabajo o lugar de residencia, entre otras muchas cosas, pero comparte con sus coetáneos, con sus vecinos, con sus familiares o amigos, elementos viales que les reúnen en necesidades y oportunidades. Cada momento vital tiene sus necesidades educativas, de salud o de servicios personales. Cada momento vital presenta especificidades o riesgos que deberían ser anticipados y, si es posible, amortiguados. Organizar las políticas públicas locales desde esa concepción de servicio a las personas implica reorganizar los negociados sectoriales de las administraciones locales para imaginar formas más trasversales e integrales de ofrecer respuesta a los problemas individuales y colectivos de cada comunidad.

A todo ello le debería acompañar y presidir una cierta idea de ciudad, de pueblo, de comunidad, con sus propias lógicas de desarrollo. Entendiendo que estamos en la hora de buscar nuevas formas de generación de riqueza y de desarrollo local, explorando las potencialidades de la economía cooperativa, solidaria y social, y mejorando los espacios de intermediación y formación laboral y económica. Buscando sinergias entre educación y progreso vital, y ello quiere decir preocuparse de la educación para cualquier edad y persona. Buscando la articulación de la educación en el territorio, en la comunidad, con las empresas y con las entidades. Reforzando las conexiones entre salud y municipio, entre salud y comunidad. No podemos estar cuatro años más hablando de reforzar los municipios, los territorios, la capacidad local de respuesta a fenómenos globales y sin que la Generalitat no acabe de decidir cómo se organiza territorialmente y cómo genera poderes territoriales con la escala, el sentido de identidad y de espacio necesarios y, sobre todo, con los poderes adecuados para hacer frente a todo ello. Esperemos que los nuevos equipos de gobierno que estrenaremos el sábado estén a la altura de esa exigente agenda.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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