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Columna
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¡Ay, Arafat!

Andrés Ortega

Hoy, hace 40 años, Israel celebraba su aplastante victoria en la Guerra de los Seis Días. Sólo que en el séptimo no descansó. Se había convertido en potencia ocupante. La derrota de los árabes en 1967 catapultó a Israel al rango de superpotencia regional (sobre todo si por superpotencia se entiende poder hacer lo que le viene en gana), pero también supuso un impulso decisivo para el movimiento palestino y para Yasir Arafat al frente. Años después, esta lucha nacionalista y de liberación ha cobrado un carácter islamista, y ahora empieza a tener tintes yihadistas. Los palestinos están entrando a formar parte del yihadistán.

Si el islamismo es, en parte, la fase superior de algunos nacionalismos, la llamada yihadización o alqaedización es, a su vez, otro estadio. Y en ese peligro estamos. Arafat tuvo siempre buen cuidado de no dejar que la religión contaminara el irredentismo palestino. Pero fracasó en ese empeño al no saber llevar bien la Autoridad Nacional Palestina (ANP) que nació del proceso de Oslo. Las dos Intifadas y la política de Israel contra la ANP, impulsaron el nacimiento y crecimiento de Hamás. Es éste un movimiento islamista, violento, pero no yihadista. Como algunos grupos violentos dentro de Al Fatah, el partido fundado por Arafat, Hamás tiene sus terroristas suicidas, ataques que tienen poco que ver con las reivindicaciones de Al Qaeda, sino con la guerra de liberación frente al ocupante de 1967. No todo suicida es un terrorista yihadista.

Es en un campo de refugiados palestinos en Líbano, en este caso el de Naher al Bared, donde ha surgido un movimiento yihadista, Fatah al Islam. No es una novedad, pues apareció ya en 2001. También de la franja de Gaza salen informaciones de que Al Qaeda se está haciendo violentamente más presente. Los refugiados palestinos de Líbano y otros lugares han sido los grandes olvidados de esta larga crisis que viene durando más de 40 años. Estos campos se han solidificado física e ideológicamente. Son guetos, favelas en vías de islamización. No es sorprendente que en ellos crezca el yihadismo de Al Qaeda. En general entre todos los palestinos, pero especialmente de estos campos está surgiendo una nueva generación de jóvenes que llegan a su madurez sin horizontes vitales, como recuerda Laurie King, cofundadora de Electronic Lebanon, para la cual un gran incendio puede devastar Oriente Próximo este verano, aunque "sea difícil predecir cómo va a empezar, y, más aún, lo que el fuego devorará". Pero todo está liado: Gaza, Irak, Líbano y otros frentes que no son cabos sueltos.

Algunos creen ver la larga mano de los servicios secretos sirios en la creación de Fatah al Islam y movimientos similares para dinamitar la Revolución de los Cedros en Líbano, donde Damasco sigue sin abrir embajada pues lo considera su patio trasero. Otros ven el brazo de Arabia Saudí e incluso el de Estados Unidos, como puso de manifiesto el periodista Seymour Hersh, para crear una organización que se enfrente al Hezbolá chií, aun a riesgo de romper el frágil Estado libanés, aunque el surgimiento de Al Qaeda haya unido a todos los libaneses contra este nuevo mal en su saco repleto de males. Pero Occidente, y especialmente Estados Unidos, junto con Riad parecen especialistas en generar monstruos que acaban volviéndose contra ellos. La mal llamada y mal llevada guerra contra el terrorismo, en sus contradicciones, produce este tipo de anticuerpos.

Hezbolá está contra Al Qaeda, se ha opuesto a estos movimientos y se ha hecho más fuerte al haber conseguido -ya no estamos en 1967- no perder la guerra del verano pasado contra Israel. Su conexión con Hamás es clara. A la vez, día a día, la ANP está dejando de existir. No hay capacidad de interlocución por parte palestina. No hay ningún Arafat capaz de aunar legitimidad y carisma. La legitimidad se ha atomizado entre los palestinos, y los alqaedistas intentan llenar este vacío. Arafat desperdició la ocasión de la paz. Y entre Israel y Estados Unidos y lo que él mismo puso, lo destruyeron. Ahora empiezan a echarle de menos. aortega@elpais.es

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