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LA COLUMNA | NACIONAL
Columna
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El 'modelo Blair'

Josep Ramoneda

SOBRE EL PRESIDENTE Zapatero, inducido por algunos académicos de su entorno, muy dados a confundir la realidad con la teoría de los juegos, ha pesado durante el frustrado proceso de fin de la violencia lo que se ha dado en llamar el modelo Blair. Con esta etiqueta se quiere identificar una idea muy simple: acabar con la violencia terrorista es el objetivo permanente de todo Gobierno, de modo que el proceso debe seguir abierto, aun en las peores circunstancias. Nunca hay que cejar en la voluntad de intentarlo.

Sólo a partir de esta idea puede entenderse la declaración del presidente del Gobierno el día que ETA dio por concluida la tregua. Su prudencia en el lenguaje, un miedo a hablar mal del mal, muy característico de cierta izquierda; su interpelación a la organización terrorista -"ETA vuelve a equivocarse"- como si se tratara de un actor convencional, ajeno a algo tan esencial como la pulsión de la violencia; sólo se explican si Zapatero -conforme a su interpretación del modelo Blair- sigue pensando que, a pesar de todo, todavía queda algún margen para que el proceso siga. No tengo ninguna duda de que el Gobierno tiene que continuar trabajando para un nuevo alto el fuego; de que debe seguir intentándolo, como lo intentará Rajoy, por más que ahora diga lo contrario, si algún día gobierna y se le presenta una oportunidad; pero precisamente por esto hay momentos en que se requiere la máxima dureza y la máxima presión. Y también la máxima solemnidad. Blair no cerró nunca el horizonte del fin de la violencia, pero llegó incluso a suspender la autonomía irlandesa. Precisamente para que sea posible recuperar el alto el fuego es necesario que el PSOE gane las próximas elecciones, pero para ganarlas, Zapatero tiene que endurecer su acción y su discurso.

El modelo Blair hay que tomarlo con mucha cautela, porque las circunstancias son demasiado diferentes. Ya a finales de los ochenta, el IRA tenía claro que la violencia no le serviría para conseguir sus fines políticos. ETA aún no lo tiene claro ahora, porque en realidad carece de fines políticos. Los suyos -los que reiteraba una vez más en su anacrónico comunicado- son imposibles con violencia y sin violencia. Y aquí esta el problema central: el IRA tenía una dirección política unificada y coherente, con objetivos muy precisos. ETA pasa de unas manos a otras y siempre acaba imponiéndose el mismo y estéril razonamiento: sin violencia no somos nadie. Y deciden volver a matar. El problema de ETA es el miedo a la representación. El vértigo que produce a sus dirigentes contarse en unas elecciones y quedarse sin el espantajo de la violencia, porque saben que a partir de entonces, serían lo que son: en torno a un 10% del electorado, con lo que su presunción de representar a la totalidad del pueblo vasco y sus aparatosas reivindicaciones se ahogarían automáticamente en el mar de la democracia.

Si a todo ello añadimos algo impensable en el Reino Unido: la deslealtad del primer partido de la oposición, que ha vivido todo este proceso como una revancha del 14-M, hablar de modelo Blair es por lo menos problemático. La fuerza del presidente Zapatero es que cabe esperar que la ciudadanía le apoye si ha de escoger entre su voluntarismo pacificador, con todos sus errores, o el uso del terrorismo para la conquista del poder, mentiras incluidas, que Mariano Rajoy llevará para siempre como un estigma.

Sin duda, el presidente del Gobierno debe trabajar para que se abran nuevas vías y, "si se consigue, se consigue". De momento, este episodio nos ha permitido vivir la etapa menos virulenta de la historia de ETA. Y a esto, para los que no creemos que la patria, sea la que sea, merezca un solo muerto, es muy importante. Pero lo que no se puede hacer nunca es olvidar las enseñanzas del pasado o confundir deseos con realidades. Precisamente porque ETA carece de objetivos, en la medida en que éstos son inverosímiles, su único fin es subsistir, y subsistir en una organización terrorista significa matar. No es, por tanto, un actor racional que entiende la lógica del discurso de los intereses. Blair y el IRA sabían que tenían un punto en el que encontrarse. Por eso el modelo Blair era posible. Y acabaron encontrándose. Zapatero y ETA no lo tienen.

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