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LAS COLECCIONES DE EL PAÍS
Columna
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Con los brazos abiertos

Ángel S. Harguindey

En este año de 2007 se cumple el 30º aniversario de El peine del viento, una de las obras más importantes del escultor vasco Eduardo Chillida: tres espectaculares piezas de acero de 10 toneladas cada una de ellas aferradas a las rocas y rodeadas por el mar. Fue su generoso legado a su ciudad, San Sebastián, y desde entonces se ha convertido en uno de sus emblemas. Nunca se realizó la inauguración oficial. Se sabe que se abrió al público el 16 de septiembre de aquel año, una vez que se retiraron las vallas que protegían las esculturas y la espléndida plaza escalonada del arquitecto Peña Ganchegui. Desde entonces, la ciudadanía asumió como una de sus señas de identidad aquellas tres piezas de acero.

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"La de El peine del viento es una idea muy vieja, de 1952", explicaba Chillida en una entrevista. "Era totalmente utópico pensar que a mí en aquella época me iban a dejar colocar una escultura como ésa en un lugar público, en el mar... Aparte de que yo no estaba preparado: sólo al cabo de muchos años, al Ayuntamiento de San Sebastián se le ocurrió hacer una exposición mía, les ofrecí el proyecto con el fin de que quedara algo permanente, en fin... Pasó el tiempo y mis confluencias estéticas cambiaron. El viento, el mar, la roca, todo ello intervino de forma decisiva en la obra. Creo que es imposible hacer una obra como ésta sin tener en cuenta el entorno. Con El peine... tenía que conseguir la sensación de potencia y, al mismo tiempo, de elementalidad que tiene el paraje".

Finalizada la obra en acero cortén que el escultor había encargado a una fundición de Legazpia (Guipúzcoa), el siguiente problema fue cómo trasladar las tres piezas y, sobre todo, cómo instalar las dos que debían colocarse en rocas que estaban en el mar. Finalmente, el ingeniero José Elósegui tendió un arriesgado puente de raíles sobre el mar que permitió colocar las esculturas. Concluía así un proceso que había comenzado en 1974 y en el que el artista demostró su talento y constancia, cualidades comprobables en la actual exposición que se celebra en el Chillida-Leku, y en la que se exhiben, de mayo a septiembre, dibujos, proyectos y esculturas en pequeño formato de El peine del viento.

"Los hombres somos de un lugar. Es muy importante que tengamos las raíces en un sitio, pero lo ideal es que nuestros brazos lleguen a todo el mundo, que nos valgan las ideas de cualquier cultura. Los hombres somos como árboles con los brazos abiertos". Con esa sencillez se explicaba el escultor, coherente con su forma de ser y entender el mundo y el arte. Elegido el lugar idóneo, al final de la playa de Ondarreta ("este lugar es el origen de todo. Él es el verdadero autor de la obra"), aceptada la propuesta por el alcalde Lasa, y superados los deseos de una parte de la ciudadanía de construir un aparcamiento, Chillida opta por un monumento que no sobrepase los límites de la discreción: "Es una locura tratar de competir en grandiosidad con el mar, el viento y las rocas".

Hace años, en una entrevista con Santiago Amón, explicaba que "en todo mi quehacer hay, desde luego, un profundo respeto a la materia y a las leyes profundas que ella traduce. Uno se introduce, a través de la intuición, en ese universo de las cosas, de la materia con sus leyes, de la naturaleza..., y la obra, aun siendo artificio, termina por mostrar una pertenencia al medio de que en última instancia provino y a aparecerse de algún modo como acontecimiento natural". Quizá sea ese ensamblaje con el mar y las rocas lo que hizo que El peine del viento obtuviera desde el primer momento el premio más importante para un artista: el favor y el fervor popular.

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