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Columna
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Moderados y radicales

Antonio Elorza

En Turquía hay pocas granjas porcinas, por razones fácilmente comprensibles de falta de demanda, al haberse reducido al mínimo los consumidores potenciales (armenios y ortodoxos griegos), y aun ese puñado de explotaciones están en curso de desaparición. El Gobierno de Erdogan las cierra una tras otra, alegando que incumplen la normativa europea. Es una metáfora de lo que puede suceder. La consolidación del islamismo político puede servirse de la pre-negociación con la Unión Europea para apartar los obstáculos que se oponen a la eliminación escalonada del laicismo kemalista, aun cuando eso signifique hacer prácticamente imposible la deseable incorporación de Turquía a Europa. Paradójicamente, Europa habrá servido de coartada para que un país camine en la dirección opuesta a sus valores.

Erdogan ha rechazado la idea de la soberanía del pueblo, pues toda soberanía pertenece a Alá

Conviene recordarlo cuando estamos en puertas de la visita a España del ministro turco de Asuntos Exteriores, a pocas semanas de unas elecciones en que el islamismo de apariencia moderada puede alcanzar una victoria decisiva. Dado el papel simbólico que desempeña el velo, emblema de la sumisión secular de la mujer turca y por ello "vergüenza de la nación", en palabras de Mustafá Kemal, la presencia de la señora Gül con su elegante pañuelo puede ser útil de cara al voto del 22 de julio, mostrando cómo los adversarios del vestido confesional son gente del pasado, ya que en un país europeo tal interdicción no existe. Y aquí tendremos ocasión para celebrar las virtudes de ese islamismo moderado que constituye para algunos el antídoto frente al yihadismo.

Lo que resulta dudoso es que si bien siempre es legalista, sea de veras moderado. En el caso turco, la lectura de los textos de Erdogan de hace una década permite suponer que su moderación es simplemente cautela, en espera de disponer de los medios para imponer su visión opuesta al kemalismo, de que el islam es "el factor de unificación de nuestro pueblo". A partir de ahí, Erdogan ha rechazado la idea de la soberanía del pueblo, pues toda soberanía pertenece a Alá, y en consecuencia lógica, proclamó en diciembre de 1997 que "nuestro único objetivo es el Estado islámico". El velo es sólo el signo externo de un proyecto de reislamización, prudente en las formas pero determinado en el propósito de inspirar otra vez en la sharía los usos y las leyes del país. Nada de esto importa aquí, sólo la Alianza de Civilizaciones.

Otro tanto cabría decir de los propagandistas de ese islamismo moderno que más éxito alcanzan entre nosotros. Un Tariq Ramadán habla para su audiencia europea de la libertad en el uso del velo, mientras en sus casetes para creyentes francófonos lo convierte en emblema de la pureza religiosa de la mujer musulmana, que así aleja la tentación sexual que de otro modo inspiraría al hombre. Peor es la solución dada al tema de la ejecución del apóstata, el musulmán que deja su religión por otra, en un conjunto de fatuas emitido por el Consejo Musulmán Europeo, con el aval (prefacio) del mismo Tariq y de otro gran islamista moderado, al-Qaradawi. La pena de muerte se justifica cuando tal apostasía causa daños a los creyentes.

El islamismo moderado tiene, pues, derecho a la libre expresión, pero en cuanto a celebrar in toto sus planteamientos, hace falta atender al significado de sus propuestas, no a la etiqueta. Debajo de ésta, puede haber un discurso anti-sistema, lo mismo que en otro orden de cosas, también próximo a nosotros, ofrece el proyecto político de Aralar, núcleo de esa Nafarroa Bai cuya alianza busca el Gobierno -ante Gabilondo, Rodríguez Zapatero la dio implícitamente por hecha al hablar de las conquistas de comunidades-, sin reparar en que sus objetivos centrales son la autodeterminación y la territorialidad. Sin "yihad" vasca, pero con un norte político: la Euskal Herria euskeldún. Opuestos en los medios, moderados y radicales buscan en este caso y en el anterior un mismo punto de llegada. Hace justo una semana, visité en París una librería islamista, junto al bulevar de Belleville. En un plasma se pasaba para los clientes el vídeo de un rezo, con subtítulos. Al principio, todo normal. Luego el imán iba calentándose hasta que las imágenes se fundían con una escena de muerte en Bagdad. Seguía una aleya sobre el castigo de Alá, y a esta las imágenes de un tsunami que se tragaba a Nueva York. Ningún libro expuesto incitaba a la yihad.

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