Esto me está matando
En la habitación del hotel, y mientras desgrana Eliane Elias su dulzón y melancólico jazz, enciendo un habano. Es un ejercicio que practico con frecuencia; no el de fumar, sino el de trepar. Trepar por las volutas que voy aspirando con intencionada delicadeza para no romper la sutil consistencia de las hebras de humo. Pues han de tolerar en su ascenso el indolente lastre de esta conciencia.
Los días de éxito crean una estúpida euforia, y, salvo la satisfacción de ver reflejado en mi gente un conmovedor júbilo, ésta no vale gran cosa.
Tenía escrito algo para la ocasión en torno al blanco y negro y la memoria taurina de mi generación, pero esta profunda serenidad que dan las malas tardes no cabe desperdiciarla.
Y mientras sigo el lento ascenso de las corcovas del recientemente criminalizado tabaco, me viene a la memoria el irónico y castizo don Ramón Gómez de la Serna: "Que el hombre es básicamente un decantado de zapatos rotos", ¿o dijo "viejos"? No recuerdo bien, pero para el caso es lo mismo.
Y algo de esto tiene el alma del torero... Algo de zapatilla gastada. Hablo desde ésta, mi experiencia. Y la experiencia es la suela de esa zapatilla de torear. Cuantas más corridas... más experiencia, sí, pero menos suela.
Y todo se siente más. Y andar casi es doloroso porque falta ya mucho material. Y mi experiencia son ya unos terribles agujeros por donde las plantas de los pies reciben la inclemencia del camino. Y en cada herida se recrea la dolorosa memoria de todas las recibidas. Y al filo de cada mala tarde se congregan los miles y miles de espectadores que, decepcionados, me abuchearon durante toda una vida. Y hay días en los cuales me parece venir de la noche de los tiempos mientras hago el paseíllo, y no sé. No sé si llevo unos segundos pisando el albero, o treinta y un años...
También las faenas se me agolpan en mitad de una, como fantasmagóricas evocaciones, confusas, desenfocadas... Y ahí están los espectros de cien... ¡Qué digo cien! ¡Mil toros! Cada uno de ellos con un pequeño jirón de mi alma. Cada uno con su jironcito. Unos más grandes, otros más chicos. Que todos no me despojaron, ni yo me dejé, idéntica proporción de vida, de... ¡Suela!
Ya ven. Enciendo un puro para gozar de la vida y las autoridades sanitarias, asesorados por la ciencia, me recuerdan que el tabaco mata.
Yo quise un día torear porque intuía la vida en ello. Y de pronto he llegado a la conclusión: ¡Que el toreo también me está matando!
Luis Francisco Esplá es torero.
Babelia
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