La fuerza que mueve la historia
Si la historia pretende ser una explicación del presente, sus interpretaciones más estrechas -ese catálogo abrumador de fechas señaladas, guerras fundacionales y dinastías extintas- deberían considerarse sin más un fracaso radical, porque el mundo que explican no es el nuestro: la causa de los movimientos seguiría siendo un milagro sobrenatural, y los planetas seguirían siendo sus mensajeros en la bóveda celeste; ni tendríamos ni podríamos soñar con tener una máquina de vapor ni otro motor eficaz, ni luz eléctrica ni teléfono, y los ingenios aéreos o submarinos que imaginó Leonardo seguirían siendo las inviables imaginaciones de un visionario que ya eran entonces; no habría armas más avanzadas que un trabuco, ni televisión, ni ordenador, ni paneles solares, ni CD ni DVD ni GPS; tampoco puertas automáticas, ni códigos de barras ni comunicaciones por fibra óptica ni robots explorando la superficie de Marte.
EL PODER DE LA CIENCIA
José Manuel Sánchez Ron
Crítica. Barcelona, 2007
568 páginas. 39 euros
El último libro de José Manuel Sánchez Ron, El poder de la ciencia, viene a ser el capítulo esencial que le falta a esa concepción estrecha de la historia, y el que explica su fracaso para dar cuenta del mundo actual: la historia de la ciencia de los siglos XIX y XX, imbricada en sus contextos social, político y económico.
El poder de la ciencia es quizá la gran obra de este intelectual polifacético, físico e historiador de la ciencia, editor y académico de la Española, escritor prolífico y observador atento de los progresos de la investigación científica y de su influencia determinante en la evolución de nuestra sociedad, y de todas las sociedades humanas.
El libro podría verse formalmente como la reedición de una obra de similar intención que el historiador publicó hace ya 15 años, pero también ése sería un punto de vista muy estrecho: aquélla era una historia de la ciencia, y ésta lo es también de sus condicionantes y consecuencias socioeconómicas; aquel poder de la ciencia era autónomo o autoconsistente, y éste es sólo un nodo -aunque uno bien principal- de una espesa red de poderes imbricados y en permanente competencia; aquel libro se restringía a la física del siglo XX, y éste abarca también la ciencia del XIX que la hizo posible, y extiende su análisis a los precedentes de la revolución biológica en la que vivimos inmersos ahora mismo. Se trata por tanto de una obra nueva y original por cualquier criterio que se considere.
Entender el presente es absolutamente imposible sin la química orgánica, la teoría de la evolución, el descubrimiento de los microorganismos y de su esencial papel en la enfermedad humana, la teoría de la gravedad de Einstein -la relatividad general en que se fundamenta toda la cosmología moderna-, la física cuántica que rige el comportamiento de nuestros constituyentes básicos, la electrónica, las ciencias de la computación y la doble hélice del ADN que ha conducido directamente al proyecto genoma. Como tampoco se puede entender sin apreciar el modo profundo en que todos esos descubrimientos sobre la naturaleza de la realidad han ido penetrando en los mecanismos del poder militar o político, social y económico. Ése es el inmenso poder de la ciencia para transformar el mundo, e ignorar su importancia capital es una de las pocas formas garantizadas de no entender nada.
Es cierto que la complejísima red de valores en que la ciencia vive sumergida hasta el cuello no suele deformar sus resultados finales -los datos corroborados y las teorías validadas por ellos-, pero ahí se acaba la autonomía científica, porque la investigación activa depende de forma crucial de ese entramado socioeconómico, y cada vez más. De él cuelgan todas las decisiones cruciales para la práctica científica: qué líneas se persiguen y cuáles se descartan, qué áreas se financian y a cambio de qué retornos, cómo y quién las evalúa y cómo se enseñan en las escuelas y las universidades. El poder de la ciencia es inseparable, por tanto, de todos esos otros poderes sociales, económicos, empresariales, políticos, médicos, militares, éticos y educativos.
La ciencia y sus conflictos de interés con las necesidades financieras, las estrategias militares, las aplicaciones tecnológicas y las derivaciones médicas que la acompañan de manera inevitable es un capítulo esencial de la historia de la humanidad, y su mayor fuerza de transformación. Vivir de espaldas a ello, esperando que los efectos de ese torrente intelectual lleguen a nuestra nevera o a nuestro hospital sin preguntarnos cómo -ni a cambio de cuánto- no es más que una forma moderna de ceguera irresponsable. He aquí un foco de mil vatios para quien quiera empezar a orientarse en esa gruta.
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